Por Henry Hazlitt. (Publicado el 7 de
marzo de 2012)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5922.
[Will Dollars
Save the World? (1947). Henry Hazzlitt había abandonado el New York Times por desacuerdos
ideológicos sobre la política económica de posguerra. Una vez lo hizo, fue
libre de expresas sus ideas sobre los temas importantes del momento, entre los
cuales estaba el Plan Marshall. Argumentando contra la idea de pagar
prestaciones a la Europa de la posguerra, Hazlitt alegaba que la ayuda
truncaría la recuperación económica en lugar de generarla]
Cada vez se extiende más la extraña
idea de que Estados Unidos debe hacer préstamos o donaciones a países
extranjeros, no principalmente para salvarlos, sino para salvarse. Se nos dice
que nuestro gobierno debe hacer estas donaciones o préstamos no como una labor
humanitaria o caritativa, sino por nuestro puro interés. Los comentaristas de
los periódicos en los países receptores han estado interpretando cada vez más
nuestra generosidad pública para con ellos a partir de esta teoría. Ya el 25 de
junio de 1947, Pravda declaraba que
el plan de Marshall estaba influido por un deseo de prolongar el “auge [de la
posguerra] en Estados Unidos” y “rebajar la incipiente crisis económica” aquí.
No es sorprendente que la Rusia
comunista deba sostener esta opinión. Se ajusta perfectamente al resto de
paparruchas que ha n predicado los comunistas desde hace tiempo acerca del
capitalismo. Pero la teoría se ha adoptado con igual entusiasmo en todas
partes.
En su número del 12 de julio de
1946, el Eastern Economist de Nueva
Delhi los expresaba en su forma más cruda:
“El plan de préstamo y
arrendamiento de EEUU de ayudar a los Aliados en la reciente guerra sido
aclamado como un acto de generosidad sin precedentes”, decía.
Pero era asimismo una forma brillante
e ingeniosa de resolver lo que de otra manera habría sido un problema
irresoluble. (…) El poder productivo de Estados Unidos se ha multiplicado tan
rápido que ahora se admite que no puede continuar proporcionando 60 millones de
puestos de trabajo si no es capaz de tener un gran comercio exportador. (…) En
estas circunstancias no sería algo tan absurdo (como algunos podrían imaginar)
entregar bienes a otros países, pues en conjunto sería mejor deshacerse de los
excedentes que crear desempleo. (…) Se pondrían en marcha la maquinaria en
Estados Unidos para proporcionar regalos
de préstamos a países. (…) El gobierno de EEUU compraría los bienes, los daría
como regalos y se reembolsaría a través de los impuestos internos adicionales.
(…) Si esto es hacer de Papá Noel del mundo, los Estados Unidos de América son
suficientemente ricos y al mismo tiempo deberían ser lo suficientemente
sensatos como para aceptar este papel.
La idea, tanto crudamente como
sofisticado disfraz, se ha repetido incesantemente en la prensa francesa y
británica.
No sorprende que deba existir esta
idea tan enraizada en los países que deseen obtener préstamos y donaciones
estadounidenses. Lo que es mucho más extraño es que encuentre el apoyo de
algunos empresarios e incluso algunos economistas estadounidenses.
Aún así, es una tontería sin
paliativos.
Si fuera verdad que podemos crear
prosperidad simplemente haciendo bienes para reglarlos, no tendríamos que
darlos a países extranjeros. Podríamos conseguir el mismo resultado tirando los
bienes al mar. O nuestro gobierno federal podría ordenar que los bienes
fabricados se entregaran a los pobres en nuestro propio país. Podrían darles
abrigos gratuitos, comida gratuita y automóviles gratuitos, ordenar que se
construya cualquier cantidad de viviendas, entregárselas y financiarlas con
inflación o sumarlas a la factura de los contribuyentes estadounidenses. O, lo
más sencillo de todo, podría entregarse directamente a los grupos
estadounidenses de baja renta dinero adicional tomado de los contribuyentes y
dejarles que compraran con él cualquier cosa que deseen. Al menos los bienes
permanecerían en el país. ¿Por qué complicar las cosas dándoselos a naciones
extranjeras y comercio exterior?
Tendría que estar claro para el
menos inteligente que nadie puede hacerse rico entregando sus bienes. Sin
embargo, lo que parece confundir a gente por otro lado inteligente cuando se
aplica esta proposición a una nación en lugar de a un individuo, es el hecho de
que es posible que empresas y personas concretas dentro de la nación se beneficien
de esa transacción a costa de todos los demás. Es verdad, por ejemplo, que las
personas dedicadas exclusiva o principalmente al negocio de la exportación
podrían tener ganancias netas como consecuencia de malos préstamos realizados
en el exterior. El exportador podría beneficiarse en principio por las ventas
adicionales en el extranjero. Pero si no se devuelven los préstamos en el
extranjero, quienes los hacen pierden el dinero. Si es un préstamo del
gobierno, entonces la pérdida debe compensarse con aumentos en impuestos de
todos los estadounidenses. En otras palabras, por cada dólar extra que los
compradores extranjeros hayan entregado para comprar dichos bienes, los
compradores nacionales tendrán en definitiva un dólar menos. Los negocios que
dependan del comercio interior se verán por tanto dañados a largo plazo al
menos tanto como han sido ayudados los dedicados principalmente al negocio
exportador. Considerados individualmente, los consumidores estadounidenses se
verían empobrecidos por los impuestos más altos. Y considerado colectivamente,
el país debería ser más pobre en la cantidad de bienes que haya entregado.
Existen tantas confusiones acerca
del comercio exterior que es posible llamar aquí la atención solo sobre una o
dos de ellas que aparecen inmediatamente respecto del asunto presente. Por
ejemplo, una falsedad frecuente, que está implícita en la anterior cita del Eastern Economist, es que Estados Unidos
produce “un exceso por encima de sus propias necesidades” y debe encontrar cómo
“vender” este “exceso”. Por supuesto, nada sería más absurdo que un país
produjera continuamente más de lo que se necesita. Desde el punto de vista de
la nación en su conjunto, las exportaciones se realizan para pagar por las
importaciones. Una nación con un exceso permanente de exportaciones (incluyendo
tanto las cosas “visibles” como las “invisibles”), sería sencillamente una
nación que regala sus bienes.
Donde existe la división más
efectiva del trabajo, donde una nación se dedica a producir lo que puede mejor,
más barato o más eficientemente que otras naciones y está dispuesta a comprar a
otras a su vez las cosas que puedan hacer más baratas, el comercio exterior se
produce como algo normal. Pero es una mentira suponer sea en sí necesario un
gran comercio exportador para “proporcionar empleo” o “60 millones de puestos
de trabajo”. Si alguno de estos empleos realiza exportaciones que no están en
último término equilibradas por las importaciones, entonces el trabajo
simplemente se está desperdiciando. Es como un proyecto de la WPA, con
la desventaja añadida de que sea lo que sea lo que se produzca por el trabajo,
esto va a países extranjeros en lugar de permanecer en casa. Si, por otro lado,
las exportaciones se equilibran ya sea inmediata o posteriormente por
importaciones, entonces la comprar las importaciones (en lugar de bienes
producidos localmente) se “pierden” o se impide que existan tantos puestos de
trabajo estadounidenses como los “creados” en primer término por las
exportaciones. En una economía autárquica, los empleos perdidos por falta de
exportaciones se compensan por los proporcionados para hacer sustitutivos de
los bienes que en otro caso se habrían importado. No es el desempleo lo que
sufre, sino la eficiencia y la satisfacción del consumidor. Un sólido comercio
de doble dirección es importante desde el punto de vista de la división
eficiente del trabajo mundial y de la máxima creación de riqueza, pero es a
largo plazo irrelevante desde el punto de vista de “proporcionar empleo”.
Sin embargo, es cierto que los cambios en el comercio exterior y los
excesos temporales de exportaciones o
importaciones (entendiendo “importaciones” y “exportaciones” en un sentido
amplio, para incluir todos los bienes y servicios) son importantes desde el
punto de vista del empleo y la actividad empresarial. Un exceso de
exportaciones, en igualdad de condiciones, es “inflacionista” y un exceso de
importaciones es “deflacionista”. Es decir, un exceso de importaciones, al
hacer los bienes en el interior más escasos que en caso contrario, tiende a
aumentar los precios locales, mientras que un exceso de importaciones, al hacer
más abundantes los bienes que en caso contrario, tiende a rebajar los precios
locales.
En un discurso el 8 de mayo de
1947, el subsecretario de estado, Dean Acheson, estimaba que nuestras
exportaciones anuales de bienes y servicios al resto del mundo totalizarían
16.000 millones de dólares, un máximo en tiempos de paz, comparado con sus
exportaciones anuales de 4.000 millones antes de la guerra. Frente a esto,
decía, se esperaba que importáramos solo 8.000 millones de dólares en bienes y
servicios. Una estimación posterior, en el Informe de Mitad de Año del
Presidente, publicado el 21 julio, daba una cifra mucho mayor del exceso de
exportaciones:
Los bienes y servicios que
proporcionamos a otros países [durante la primera mitad de 1947] están por
encima de lo que nos han proporcionado en torno a los 12.700 millones de
dólares anuales.
Excepto por la parte que se
financia por los impuestos inmediatos, este exceso de exportación de 12.000
millones de dólares anuales es inflacionista. Significa que estamos pagando
12.000 millones de dólares anuales en salarios y beneficios por bienes y servicios
que no obtenemos. Añade 12.000 millones de dólares al exceso de poder
adquisitivo por los bienes que quedan. Estamos aumentando el volumen de las
rentas monetarias en relación con los bienes producidos para consumo local.
Henry Hazlitt (1894-1993) fue un
famoso periodista que escribió sobre asuntos económicos en el New York Times,
el Wall Street Journal y Newsweek, entre otras muchas
publicaciones. Es tal vez más conocido como autor de La
economía en una lección (1946).
Este artículo está extraído del
capítulo 6 de Will Dollars
Save the World? (1947).