Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 6 de noviembre de
2009)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/3815.
[Este artículo se publicó originalmente en Continuum,
verano de 1964, pp. 220-231]
Entre la avalancha de libros y artículos recientes sobre el
floreciente movimiento conservador, se ha dicho poco acerca de sus ideas
esenciales y su liderazgo intelectual. Más bien se ha centrado la atención en
los fenómenos de masas del ala derecha: los Billy James Hargis, los Birch, lso
distintos cruzados por Dios y la patria. Así que el olvido de la ideas del ala
derecha ha oscurecido su verdadera naturaleza y ha escondido un enorme y
significativo cambio en la misma naturaleza de la derecha que se ha producido
desde la Segunda Guerra Mundial.
De hecho, debido a la total ausencia de diálogo entre las
distintas partes del espectro político en este país, tanto la derecha como la
izquierda están llevando sus argumentos en lo que solía llamarse un gran
“retraso cultural”: ambas partes siguen pensando erróneamente que las
categorías del debate son las mismas que había inmediatamente después de la
guerra. En particular, bajo el aspecto de cierta continuidad retórica, el
contenido intelectual y los objetivos de la derecha se han transformado
radicalmente en la última década y media y esta transformación ha pasado
prácticamente inadvertida tanto para la derecha como para la izquierda.
La moderna derecha estadounidense empezó en los años 1930 y
1940 como una reacción contra el New Deal y la Revolución de Roosevelt y
específicamente como una oposición al crítico aumento del estatismo y la
intervención estatal en el interior y a la guerra y el intervencionismo estatal
en el exterior. El motivo que guiaba a lo que pdodríamos calificar la “vieja
derecha estadounidense” era un profundo y apasionado compromiso con la libertad
individual y con la creencia de que esta libertad, en los ámbitos personales y
económicos, estaba gravemente amenazada por el crecimiento y el poder del
Leviatán estatal, en el interior y el exterior.
Como individualista y liberal, la vieja derecha sentía que
el crecimiento del estatismo en el interior y el exterior eran corolarios: la
coerción del New Deal, bajo la justificación de una ilusoria seguridad interna,
se unía a la coerción extrema de la guerra en búsqueda de la ilusión de una
“seguridad colectiva” en el exterior y ambas formas de intervención trajeron
con ellas una ampliación del poder del estado sobre la sociedad y los
individuos. En el interior, se buscaba a la Corte Suprema para una
“interpretación estricta” de la Constitución para controlar la depredación
gubernamental de la libertad del individuo y se denunciaba el servicio militar
como una vuelta a una forma inconstitucional de servidumbre involuntaria.
A medida que la fuerza del New Deal llegab a su culmen,
tanto interno como externo, durante la Segunda Guerra Mundial, una asediada y
diminuta oposición liberal empezaba a emerger y a formular su crítica total a las tendencias que
prevalecían en Estados Unidos. Por desgracia, la izquierda, casi totalmente
comprometida con la causa de la Segunda Guerra Mundial así como con la
extensión del New Deal internamente, no vio en la oposición una defensa
razonada y de principios de la libertad, sino un mero “aislacionismo” en el
mejor de los casos y, en el peor, un consciente o insconsciente “repetir las
consignas de Goebbels”.
No debería olvidarse que no hace tanto que la izquierda no
estaba libre de realizar su propia forma de búsqueda de complots y culpables
por asociación. Si la derecha tenía a sus McCarthy y Dilling, la izquierda
tenía sus John Roy Carlson.
Es realmente cierto que mucha de esta naciente y emergente
derecha liberal estaba tintada de chauvinismo ciego, con desdén para los
“extranjeros”, etc., y que incluso entonces se entreveía una lamentable
tendencia al complot. Pero aún así, la tendencia que prevalecía sin duda entre
los intelectuales de la derecha era un oposición de principios y mordaz a la
guerra y su consiguiente destrucción de la vida y la libertad y los valores
humanos.
El ideal de Beard de abstenerse de participar en las guerras
europeas esencialmente no era un desdén chauvinista por los extranjeros, sino
una llamada a los Estados Unidos para volver a su antiguo objetivo de servir al
mundo como un faro de la paz y la libertad, en lugar de cómo el amo de un
correccional para hacer que todo el mundo se comporte bien por la fuerza de las
bayonetas. Si los “aislacionistas” no fueron liberales, al menos se movían en
esa dirección, y sus ideas sólo necesitaban refinarse y sistematizarse para
llegar a ese destino.
En la devoción por la paz, en la ansiedad por limitar y
confinar las intervenciones militares del estado y la consecuentes guerras,
había pocas diferencias entre le principio de neutralidad de la derecha en la
anterior generación y el principio del neutralismo de la izquierda de hoy en
día. Cuando percibimos esto, la obsolescencia esencial de las viejas categorías
de “derecha” e “izquierda” empieza a quedar clara.
Los líderes intelectuales de la vieja derecha de la Segunda
Guerra Mundial y la inmediata posguerra eran entonces y siguen siendo hoy casi
desconocidos entre los intelectuales estadounidenses: Albert Jay Nock, Rose
Wilder Lane, Isabel Paterson, Frank Chodorov, Garet Garrett. Requiere un gran
esfuerzo de voluntad recordar los principios y objetivos de la vieja derecha,
tan diferentes de la derecha actual.
El acento, como hemos indicado, se ponía en la libertad
individual en todos sus aspectos como oposición al poder del estado: en la
libertad de expresión y acción, en la libertad económica, en las relaciones
voluntarias en oposición a la coerción, en una política exterior pacífica. La
gran amenaza para esa libertad era el poder del estado, con su invasión de la
libertad personal y la propiedad privada y su creciente despotismo militar.
Filosóficamente, el mayor acento se ponía en los derechos
naturales del hombre, a los que se llega investigando mediante la razón las
leyes de la naturaleza humana. Históricamente, lo mentores intelectuales de la
vieja derecha eran liberales como John Locke, los Leveller, Jefferson, Paine,
Thoreau, Cobden, Spencer y Bastiat.
En resumen, esta
derecha liberal se basaba en el liberalismo de los siglos XVIII y XIX y empezó
a extender sistemáticamente está doctrina aún más allá- El canon contemporáneo
de la derecha consiste en Our Enemy the State
y Memoirs
of a Superfluous Man, de Nock, The God of the Machine, de
Paterson (el capítulo, "Our Japanized Educational System", fue el que
prácticamente lanzó la reacción de la posguerra contra la educación progresiva)
y A Mencken Chrestomathy, de H. L. Mencken. Su órgano de opinión era el
ahora olvidado periódico mensual Analysis, editado por el principal
discípulo de Nock, Frank Chodorov. El pensamiento político de este grupo fue
bien resumido por Chodorov:
“El estado es una organización
antisocial, originado en la conquista y preocupado sólo por confiscar la
producción. (…) Hay dos maneras de ganarse la vida, explicaba Nock. Una son los
medios económicos, la otra son los medios políticos. La primera
consiste en la aplicación del esfuerzo humano a los materiales en bruto para
crear cosas que quiera la gente, la segunda es la confiscación de la propiedad
legítima de otros. (…)
El estado es ese grupo de gente
que habiéndose apropiado de la maquinaria de la compulsión, legalmente o no, la
usa para mejorar su estado: esos son los medios políticos.”
Chodorov se hubiera apresurado a explicar que el estado no
son sólo los políticos, sino también los que hacen uso de los políticos para
sus propios fines: eso incluiría a los que llamamos grupos de presión, los
lobbys y todos los que reclaman privilegios especiales a los políticos. Todas
las injusticias que asolan las sociedades “avanzadas”, mantenía, son
atribuibles a la labor de las organizaciones del estado que se adhieren a estas
sociedades.
Cuando la Guerra Fría sucedió tan imperceptiblemente a la
Segunda Guerra Mundial, la vieja derecha no se sorprendió (dejando aparte que
fue la primera en protestar por la guerra). Es difícil concebir ahora que la
principal oposición política a la Guerra Fría vino liderada, no por la
izquierda, entonces llevada a campo de guerra por la ADA,
sino por los “republicanos de la extrema derecha” de esa época: los Howard
Buffett y Frederick C. Smith.
Fue este grupo el que se opuso a la Doctrina Truman, la
OTAN, el servicio militar y la entrada de Estados Unidos en la Guerra de Corea,
con poco reconocimiento agradecidote los grupos pacifistas de izquierdas de
entonces y ahora. Atacando al Doctrina Truman en el Congreso, el republicano
Buffett, que iba a ser el director de campaña en el Medio Oeste de Taft en
1952, declaraba:
“Incluso si fuera deseable, los
Estados Unidos no son lo suficientemente fuertes para hacer de policía del
mundo por la fuerza militar. Si se intenta, los beneficios de la libertad serán reemplazados por la coerción y la
tiranía en el interior. Nuestros ideales cristianos no pueden exportarse a
otras tierras con dólares y armas. La persuasión y el ejemplo son los métodos
que enseñó el Carpintero de Nazaret, y si creemos en la Cistiandad deberíamos
tratar de hacer avanzar nuestros ideales por estos medios. No podemos practicar
el poder y la fuerza en el exterior y mantener la libertad en el interior. No
podemos hablar de cooperación mundial y practicar una política de poder”.
De entre el liderazgo intelectual de la vieja derecha, Frank
Chodorov estableció vigorosamente la posición liberal tanto en la Guerra Fría
como en la supresión de comunistas en el país. Esta última se resumió en el
aforismo: “La manera de librarse de comunistas trabajando en el gobierno es
abolir esos trabajos”. O más extensamente:
“Y ahora llegamos a la caza de
espías, que es, en realidad, un juicio por herejía. ¿Qué es lo que molesta a
los inquisidores? No preguntan a los sospechosos: ¿Crees en el Poder? ¿Apoyas
la idea de que el individuo existe para la gloria del estado? (…) ¿Estás en
contra de los impuestos o los subirías hasta que absorbieran toda la producción
del estado? (…) ¿Te opones al principio del servicio militar? ¿Estás a favor de
más “ganancias sociales” bajo la égida de una mayor burocracia?
Esas preguntas podrían resultar
embarazosas para los investigadores. Las respuestas podrían generar similitudes
entre sus ideas y propósitos y los de sus sospechosos. Ellos también adoran el
Poder.
Bajo estas circunstancias, se
limitan a una pregunta: ¿Es usted miembro del Partido Comunista? Y esto quiere
decir: ¿Se ha alineado con la rama moscovita de la iglesia?
La adoración del Poder
actualmente se hace en sectas siguiendo líneas nacionalistas (…) cada nación
guarda su ortodoxia. (…) Donde se puede conseguir el poder la lucha entre
sectas rivales es inevitable. Si, como parece, los cultos estadounidense y ruso
llegan a un conflicto violento, la apostasía desaparecerá. (…) La guerra es la
apoteosis del Poder, la expresión última de la fe y la solidificación de su
consecución. (…)
La acusación contra los
comunistas incluye un principio de libertad que es de trascendental
importancia. Es el derecho a equivocarse. La heterodoxia es una condición
necesaria de una sociedad libre. (…) El derecho a tomar decisiones (…) es
importante para mí, pues la libertad de elegir es necesaria para mi sentido de
la personalidad. Es importante para la sociedad porque sólo por la
yuxtaposición de ideas podemos aproximarnos al ideal de la verdad.
Siempre que escojo una idea o la califico
como “verdadera”, incluyo la prerrogativa de otro a rechazarla y calificarla de
“falsa”. Invalidar su derecho es invalidar el mío. (…) Si se castiga a los
hombres por apoyar el comunismo, ¿nos detendremos aquí? Una vez que denegamos
el derecho a estar equivocado ponemos un clavo en la mente humana y la
tentación de poner la manivela en manos de los despiadados”.
Y en mayo de 1949, Chodorov, elogiando un escrito sobre La
militarización de América, publicado por el Consejo Nacional contra el
Servicio Militar, escribió que “El estado no puede intervenir en los asuntos
económicos de la sociedad sin construir su maquinaria coactiva y eso es,
después de todo, el militarismo. El Poder es correlativo a la política”.
La vieja derecha llegó a su total florecimiento en la
devoción por la paz durante la Guerra de Corea, que provocó muchos esfuerzos al
inicio de los años 1950. La Fundación
para la Educación Económica (FEE), generalmente preocupada por la economía del
libre mercado, dedicó varios estudios al problema. Así, Leonard E. Read
escribió en Conciencia en el campo de batalla (1951):
“Es extraño que la guerra, la más
brutal de las actividades humanas, requiera la máxima delicadeza en la
discusión. (…) La guerra es el mayor enemigo de la libertad y el enemigo mortal
del progreso económico. (…) Luchar contra el mal con mal es sólo generalizar el
mal”.
En el mismo año, el Dr. F.A. Harper publicaba un escrito de
la FEE, En busca de la paz, en el que escribía:
“Las acusaciones de pacifismo
pueden lanzarse a cualquiera que en tiempos turbulentos hace cualquier pregunta
sobre la carrera de armamentos. Si el pacifismo significa abrazar el objetivo
de la paz, estoy dispuesto a aceptar la acusación. Significa oponerse a
cualquier agresión a otros, también estoy dispuesto. Ahora es urgente para la
libertad que muchas personas se conviertan en “dedicados a la paz”.
Así que la nación va a la guerra
y mientras que hay guerra, el enemigo real [la idea de esclavitud] (mucho
tiempo olvidado y camuflado por los procesos de la guerra) se hace con la
victoria en ambos campos. (…) Un evidencia de que en la guerra el ataque no se
realiza contra el enemigo real es el hecho de que nunca parecemos saber qué
hacer con la “victoria”.
¿Hay que fusilar a los pueblos
“liberados” o ponerlos en campos de prisioneros o qué? ¿Hay que cambiar la
frontera nacional? ¿Va a haber más destrucción de la propiedad de los
derrotados? ¿O qué?
Las falsas ideas solo pueden
combatirse con ideas contrarias, hechos y lógica. (…) Tampoco las ideas de
[Kart Marx] pueden hoy ser destruidas por asesinato o suicidio de su máximo
exponente, o de miles o millones de sus devotos. (…) Menos pueden destruirse
las ideas de Kart Marx asesinando a víctimas inocentes de la forma de
esclavitud que éste defendía, ya sean reclutas en los ejércitos o víctimas
capturadas en el campo de batalla”.
Las ideas deben encontrarse con las ideas en el campo de
batalla de las creencias. Y ya en mayo de 1955, Dean Russell escribió en La
idea del servicio militar de la FEE:
“Quienes propugnan la “pérdida
temporal” de nuestra libertad para preservarla permanentemente propugnan sólo
una cosa: la abolición de la libertad. (…) Por muy buenas que puedan ser sus
intenciones, esa gente son enemigos de vuestra libertad y la mía y les temo
mucho más que cualquier potencial amenaza rusa a mi libertad. Estos sinceros
pero altamente emocionales patriotas son una amenaza inminente para la
libertad, los rusos siguen estando miles de millas lejos. (…)
Los rusos sólo nos atacarían por
dos razones: por temer nuestras intenciones o en represalia por nuestros actos.
(…) Mientras mantengamos tropas en países con frontera con Rusia, podemos
esperar que los rusos actúen como actuaríamos nosotros si Rusia situara tropas
en Guatemala o México. (…)
No veo más lógico luchar contra
Rusia por Corea o Mongolia que en luchar con Inglaterra por Chipre o Francia
por Marruecos. (…) Los hechos históricos de imperialismo (…) no son razón
suficiente para justificar la destrucción de la libertad dentro de los Estados
Unidos convirtiéndonos en un estado en guarnición permanente. (…) Estamos
convirtiéndonos rápidamente en una caricatura de lo que declaramos odiar”.
No hay necesidad de multiplicar los ejemplos. Frank Chodorov
trabajo constantemente contra la deriva bélica en Analysis y más tarde,
en 9154, como editor de The Freeman. El periódico liberal de derechas Faith
and Freedom publicó en abril de 1954, un número dedicado íntegramente a la
paz, con contribuciones de Garet Garrett, Robert LeFevre, el industrial Ernest
T. Weir y quien escribe.
Podríamos ocuparnos aquí de dos contribuciones olvidadas en
es e periodo. Una fue un ensayo de Garrett (“El auge del imperio”, 1952,
reimpreso en The
People's Pottage, 1953), que apuntaba como principal asunto de nuestro
el auge de un deplorable imperialismo estadounidense: “Hemos cruzado la
frontera que separa la República del Imperio”.
La otra fue un libro relativamente desconocido de Louis
Bromfield, A New Pattern for a Tired World (1954), en el que criticaba
el estatismo, la guerra, el servicio militar y el imperialismo. Bromfield
escribía con convicción del imperialismo y la revolución de los países no
desarrollados:
“Uno de los principales fracasos
de nuestra política exterior en todo el mundo viene del hecho de que nos hemos
permitido identificarnos en todas partes
con las viejas, condenadas y podridas pequeñas naciones europeas coloniales e
imperialistas que en un tiempo impusieron a buena parte del mundo su modelo de
explotación y dominación económica y política. (…) Ninguno de estos pueblos
rebeldes que despiertan (…) confiará o cooperará en modo alguno mientras
sigamos siendo identificados con el sistema colonial europeo, que representa,
incluso en su modelo capitalista, el último resto del feudalismo. (…) No
dejamos a estos pueblos que despiertan más opción que dirigirse a la comodidad
rusa y comunista y la promesa de una utopía”.
Y sobre la política estadounidense de Guerra Fría, Bromfield
acusaba:
"Nuestros partidarios de la guerra
y los militares aparentemente creen (…) que todas las demás naciones no
importan y pueden ser pisoteadas en el momento en que Rusia o Estados Unidos
vean adecuado promover una guerra. (…) A esta facción [los partidarios de la
guerra y los militares] parece preocuparle poco que las naciones que hay entre
nosotros y Rusia serían las que más sufrirían. (…)
El creciente “neutralismo” de las
naciones europeas es sencillamente una reacción razonable, sensata y
civilizada, legítima en todos sus aspectos cuando se tienen en consideración
todos los factores, desde la debilidad propia de Rusia, a nuestra propia
intromisión y agresividad. (…) La situación coreana (…) no se resolverá hasta
que nos retiremos completamente de un área en la que no tenemos derecho a estar
y dejemos a las gentes de esa área que se ocupen de sus propios problemas”.
Estas citas dan el tono de una era que es tan remota como
para hacer parecer increíble que esas opiniones hubieran sido dominantes en la
derecha estadounidense. Para la derecha actual, que había eliminado
prácticamente de su memoria su antigua postura, esas opiniones hoy serían
calificadas, como mínimo, como “indulgentes con el comunismo”.
La radical transformación de la derecha puede verse incluso
en el destino de cosas como la Enmienda Bricker. Hace sólo una década, la
Enmienda Bricker era la tabla de política exterior número uno de la derecha,
que gustaba a todas las “pequeñas señoras mayores con zapatillas de tenis” que
solían formar su base. Y la razón por la que el resurgimiento de movimiento
conservador y su encarnación en el movimiento de Goldwater han enterrado
completamente la Enmienda Bricker es porque esa enmienda, al no definir como lo
más importante o lo más idealista la postura en política exterior, era una
expresión del “aislacionismo”, o el miedo a los efectos del gran gobierno sobre
el individuo, que no guarda relación con la nueva derecha de hoy.
Sin embargo, buena parte de la izquierda sigue escribiendo
como si el mayor problema de la derecha de hoy fuera el “aislacionismo”, su
deseo de desligarse de la ayuda en el extranjero o los compromisos
internacionales. Otros en la izquierda afirman que el anticomunismo de la
derecha es un simple disfraz para sus opiniones económicas de laissez-faire.
No podría haber un análisis más erróneo de la esencia de la
posición actual de la derecha estadounidense. Porque dicha posición es
prácticamente la contraria: la derecha de hoy se dirige con pasión, dedicación
e incluso fanatismo a un objetivo principal, al que todos los demás posibles
están totalmente subordinados. Y ese objetivo es la aniquilación nuclear de la
Unión Soviética.
Aquí está la esencia de la nueva derecha, lo que impulsa la
totalidad de su transformación. Como gusta de exponer uno de sus mayores
teóricos: “He tenido una visión, una gran visión del futuro: una Unión
Soviética totalmente devastada”. Ésta, en pocas palabras, es la visión que
anima la recuperación conservadora.
Porque la plaga que destruyó el liberalismo de la derecha
afectó a su transformación fue nada menos que un anticomunismo histérico.
Empezó con un razonamiento de este tipo: haya dos “amenazas” a la libertad: la
amenaza “interna” de socialismo doméstico y la amenaza “externa” de la Unión
Soviética. La amenaza externa es la más importante. Por tanto, ahora
todas las energías deben dirigirse a combatir y destruir esa “amenaza”.
En el curso de este cambio de enfoque del estatismo al
comunismo como “enemigo”, la derecha de alguna forma erró al no ver que la
amenaza “externa” real no era la Unión Soviética, sino una política exterior
bélica de intervención global y especialmente las armas nucleares de
destrucción masiva utilizadas para respaldar esa política. Y erraron al no ver
que el principal arquitecto en la organización de una política exterior de
intervención nuclear global era Estados Unidos. En resumen, no vieron que tanto
la amenazas “externas” e “internas” de estatismo contra la libertad eran
esencialmente domésticas.
Bajo la presión de la histeria anticomunista, la derecha, a
pesar de su apego a actitudes piadosas cuasiteológicas o morales, ha imitado al
comunismo al abandonar todo principio moral, excepto uno: en este caso, la
destrucción de toda la oposición, en el interior y el exterior.
Porque la inmoralidad del comunismo no es sólo diabólica:
proviene del hecho de que para los comunistas, todos los demás
principios morales son prescindibles ante el fin primordial del mantenimiento y
avance del sistema comunista. Pero la derecha ha erigido de forma similar como
su fin único y primordial la destrucción de comunistas y países comunistas y
todas las demás consideraciones se desechan para lograr ese objetivo.
Sin embargo ahora parece haber una diferencia crucial: los
comunistas están más convencidos que nunca que las armas nucleares de
aniquilación hacen necesaria una coexistencia pacífica entre estados y que el
cambio social debe llegar a través de cambios internos en cada estado, donde
los conflictos serían de escala relativamente pequeña y limitada. Pero la
derecha no sólo no ha aprendido esta lección. Por el contrario, cuanto más
terribles se han hecho las armas modernas, más fanáticamente determinada hacia
la guerra se ha hecho la derecha. Esta posición parece una locura, y sin duda
los es, pero es importante que los no derechistas se den cuenta de que ésta es precisamente
la postura la derecha actual.
Por supuesto, nadie ha querido nunca la guerra por sí misma:
pro ejemplo, Hitler no hubiera atacado a la Unión Soviética, si ésta hubiera
acordado rendirse incondicionalmente sin guerra. Y tampoco la derecha lanzaría
un ataque a Rusia con bombas H si Kruschev y su gobierno dimitieran y resultara
que la Unión Soviética permitiera, por ejemplo, un ejército estadounidense de
ocupación.
Pero se trata de eso: ningún tipo de rendición incondicional
satisfaría a la derecha o la apartaría de un ataque nuclear. ¿Cómo justifica la
derecha un apostura que es, prima facie, monstruosa e incluso demencial?
La justificación esencial, curiosamente, teológica y cristiana. Es incluso
católica, pues aunque la base masiva de la derecha, aparte de las ciudades de
este, es fundamentalista protestante, los líderes intelectuales son casi todos
católicos o protocatólicos. La justificación es un deseo de destruir el mundo y
con él la raza humana por asuntos de principios elevados.
Como hemos visto antes, el principio más elevado es la
destrucción de los comunistas, quienes son, al menos implícitamente y a veces
explícitamente, identificados con el demonio y sus agentes en la tierra.
Después de todo, ¿qué importa la destrucción del mundo cuando las almas
inmortales de los hombres continuarán en una vida eterna? Como ha dicho el
principal publicista de la nueva derecha: “Si tuviera que ‘pulsar el botón’, lo
pulsaría directamente, con el firme convencimiento de que hago lo correcto”.
Quines puedan oponerse esta actitud indiferente hacia la destrucción del mundo son
acusados de ser unos cobardes, y unos cobardes ateos, pues sólo los
ateos podrían aferrase tan firmemente a la “simple vida biológica” cuando está
en juego el gran principio. (Al no ser católico, tendré que dejar la refutación
teológica de esta postura a otros, aunque me sorprende oír que el suicidio
masivo y el asesinato masivo se plantean aprobadoramente por la Iglesia).
Otra justificación de curiosa es la dicotomía “rojos o
muertos” [“read or dead”]. Pero rehecho la simple elección de “rojos o muertos”
es precisamente una alternativa tan irrealista para Estados Unidos como la
vieja elección entre “comunismo o fascismo” que planteaba buena parte de la
izquierda en los 1930. Hay al menos una alternativa más: la coexistencia
pacífica y el desarme nuclear conjunto. Además, elegir la muerte frente a la
rojedad es suicidio y uno habría pensado que el suicidio es un pecado mortal
para los cristianos.
Y por fin esta dicotomía no hace ninguna referencia al hecho
de de que aproximadamente mil millones de personas que ahora viven en países
comunistas de todo el mundo están eligiendo ser rojos cada día, al no
suicidarse. ¿No hay ninguna lección en esto? Además, ¿tiene sentido destruir a
esta gente y a estadounidenses con ellos para “liberar” a quienes hayan hecho
la elección personal de preferir ser rojos antes que morir?
¿Es moral, o cristiano, cambiar su elección de vida o
muerte por la fuerza? En otras palabras, ¿es moral, o cristiano, que los
conservadores estadounidenses aniquilen millones de rusos, polacos, etc. para
“liberarlos” mediante el asesinato de quienes ya han elegido vivir?
También está implícita en la tesis de la derecha la opinión
de que el diablo es omnipotente, que una vez que el comunismo “se apodera” de
un país, está condenado y es mejor que su población sea eliminada en el abismo
eterno. Es una visión simple y pesimista de la humanidad, evidentemente y esto
es aún más curioso a la luz de las explicaciones de los economistas liberales
de que el socialismo no puede ofrecer un sistema económico viable para una
sociedad industrial.
También ignora estudiadamente los enormes cambios que han
tenido lugar dentro de los países comunistas desde la Segunda Guerra Mundial,
la considerable liberalización e incluso el mayor énfasis en la empresa privada
en Rusia y muchos de los países de Europa del Este.
La reciente expresión de preocupación de la China comunista
acerca de si Yugoslavia es un país socialista es una evidencia suficiente de la
alarma que sienten los fundamentalistas comunistas ante la indeseada pero
directa retirada del socialismo en ese país comunista. También es significativo
que ningún economista o estratega de la derecha se haya tomado la molestia de
considerar la sin duda importante cuestión de cómo se eliminaría el comunismo
en Rusia si se rindiera al ejército de los Estados Unidos, ahora o en cualquier
otro tiempo.
Creo que la eliminación de comunismo podría conseguirse en
una forma similar, aunque más exhaustiva, al camino de Yugoslavia, pero lo
importante es que la indiferencia ante este problema en la derecha es otra
indicación de su preocupación principal: la guerra nuclear. La eliminación del
comunismo ha de producirse, no mediante un cambio en las ideas de los rusos y
otros pueblos, sino, para la derecha, mediante su liquidación.
La evidencia de la subordinación de la derecha de todos sus
demás objetivos y principios a la guerra nuclear contra los comunistas es
abrumadora. Está en la raíz de la lamentable prisa con que la derecha corre a
abrazar a cada dictador, sin importar que sea fascista o mesiánico, que afirme
su “anticomunismo”.
La apología “liberal” de William F. Buckley al régimen
fascista de Sudáfrica en las páginas del National Review es un ejemplo.
Igual que el enorme entusiasmo por Chiang-kai-Shek, por Franco, por Syngman Rhee y
(recientemente) por la Sra. Nhu. No es
sólo que estos dictadores fueran bienvenidos a regañadientes, para hacer más
eficaz la guerra “contra el comunismo”. La derecha, en su histeria bélica ha
ido bastante más allá de ese punto.
Porque ahora esos dictadores son mejores, porque su política es evidentemente mucho más “dura”
con los comunistas y sospechosos de comunismo que la política de las
democracias. La Sra. Nhu, como católica además de totalitaria, se ha gando el
corazón de todos los dirigentes de la derecha. No puede haber algo más “duro”
en mi opinión que reprimir una mayoría religiosa y agrupar a los campesinos del
país en campos de concentración con el fin de evitar el “comunismo”. El hecho
de que difícilmente ésta sea una política mejor que el propio comunismo no
inmuta lo más mínimo a una derecha que a menudo gusta de autocalificarse como
un movimiento “liberal-conservador”.
Es trágicamente irónico y casi increíble que un movimiento
que empezó, no hace muchos años, con un compromiso apasionado con la libertad
humana, deba terminar como la brigada de vitoreadotes de la Sra. Nhu. ¿Es
verdaderamente poco educado preguntarse cómo consideraría hoy al hombre que fue
en su momento el más “duro” anticomunista de todos: Adolf Hitler?
En asuntos domésticos, la retórica del libre mercado se ha
convertido simplemente en la conversación de la sobremesa sin entusiasmo o
verdadera convicción. De hecho, la promesa de laisssez-faire ahora realiza la
misma función para la nueva derecha estadounidense que la promesa de abundancia
ilimitada bajo el comunismo hizo por
Stalin. Al tiempo que esclavizaba y explotaba la pueblo soviético, Stalin mostraba un espléndido futuro
de utópica abundancia que haría que valieran la pena los sacrificios actuales.
La derecha de hoy ofrece la promesa eventual de libertad y
libre mercado después de haber exterminado a los comunistas. Si hay
algunos supervivientes que salgan de sus edificios de defensa civil después del
holocausto, presumiblemente se les permitiría realizar actividades de libre
mercado, siempre, por supuesto, que no haya asomado su cabeza otro “enemigo”
mientras tanto.
Esta subordinación total de todas las preocupaciones al
anticomunismo explica todos los de otra manera inexplicables cambios en la
derecha. Así, se ataca duramente a la Corte Suprema por las razones opuestas a
las de los años 1930: porque impide infringir el estado de libertades de
la persona. El Juez Frankfurter, en un tiempo acosado como virtual defensor de
la tiranía, ahora es loado por la derecha por su conservadurismo sensato y
pragmático al no interferir en las persecuciones anticomunistas, fruto, por
supuesto, de esa misma filosofía jurídica.
Los socialdemócratas y los partidarios del New Deal, como el
The New Leader, Sydney Hook, el senador Dodd, Goerge Meany y otros son
apoyados por su “duro anticomunismo”. La colaboración del The New Leader con
la derecha al publicar un artículo de propaganda pro-Chiang es indicativo de
este cambio en la atmósfera, un cambio que altera las viejas categorías de
“derecha” e “izquierda” que se siguen usando en el discurso político sin
pensar.
Por fin, es instructivo considerar las preocupaciones
políticas de los Young Americans for Freedom, prácticamente el brazo de acción
política de la National Review. Por lo que yo sé, ninguna acción
política realizada por la YAF se ha dirigido a un aumento de la libertad
individual o del libre mercado. Por el contrario, el esfuerzo se ha realizado
en cosas como perpetuar y fortalecer la HUAC,
llamadas al bloqueo (y cosas peores) de Cuba, oposición al tratado de
suspensión de pruebas nucleares, restauración de la oración en la escuela
pública y defensa de las ordenanzas locales y “partidas de cartas”
interfiriendo coercitivamente en el derecho de las tiendas a vender bienes de
países comunistas; difícilmente una contribución al libre mercado. Creo que hay
una sola excepción a esta generalización: un gran entusiasmo por el programa de
Mitchell para reducir los pagos de la seguridad social en Newburgh, Nueva York,
un entusiasmo que puede que no tenga que ver con el asunto racial que
encierran.
Contemporánea a la transformación política de la
derecha estadounidense se ha producido una transformación filosófica, y
no crea que ambas estén desconectadas. La última reafirma bastante y perpetúa
la primera. Las posiciones positivas de los distintos pensadores conservadores
varían mucho, pero todas se unen en una determinada oposición a la razón
humana, la libertad individual, la separación de la iglesia y el estado, a
todas las cosas que caracterizaban la posición liberal clásica y su extensión
moderna.
Por desgracia no hay espacio aquí para una exposición
completa de la posición conservadora actual: pero básicamente es un retorno a
los principios esenciales del conservadurismo de inicios del siglo XIX. Debemos
darnos cuenta de que el gran hecho de la historia moderna fue la revolución
liberal clásica frente al antiguo régimen, una “revolución” que se expresaba en
muchas maneras; economía del laissez-faire, libertad individual, separación de
iglesia y estado, libre comercio y paz internacional, oposición al estatismo y
al militarismo.
Sus grandes manifestaciones fueron las tres grandes
revoluciones del siglo XVIII: la Revolución Industrial, la Revolución Americana
y la Revolución Francesa. Cada una fue parte, a su manera, de la revolución
liberal clásica general contra el antiguo régimen.
El conservadurismo apareció, En Francia, Inglaterra y en
todas partes de Europa como un intento consciente y reaccionario de aplastar
esta revolución y restaurar el viejo régimen aún más sistemáticamente de la que estaba instaurado antes. La esencia
de ese régimen puede resumirse en la famosa expresión “Trono y Altar”. En
resumen, el antiguo régimen consistía en una oligarquía gobernante de reyes
despóticos y una burocracia real, ayudada por señores feudales y una iglesia
estatal, anglicana o gala.
Era un régimen, como explicaban los conservadores que
acentuaba la importancia primordial de la “comunidad”, representada por el
estado, de la unión teocrática de iglesia y estado, de las virtudes del
nacionalismo y la guerra, de la “moralidad” obligatoria y de la denigración del
sujeto individual. Y filosóficamente, la razón se ridiculizó a favor de una fe
pura en la tradición del gobierno.
En principio, podría parecer que este viejo conservadurismo
es irrelevante para el conservadurismo estadounidense de hoy, pero no creo que
eso sea verdad. Es verdad que un estadounidense conservador tiene difícil encontrar un monarca legítimo en
Estados Unidos. Pero hace lo que puede: la actual derecha estadounidense
está, para empezar, muy enamorada de la monarquía europea y hay mucho
entusiasmo por la restauración de los Habsburgo.
Un importante conservador proto-católico todavía brinda por
“el Rey de ultramar” y Frederick Wihelmsen aparentemente considera la Corona de
San Esteban como el culmen de la civilización occidental. A su vez, Russell
Kirk parece preferir a lso terratenientes tories de la Inglaterra anglicana. En
todo caso, Metternich, los Estuardo y el último Burke han reemplazado a los
liberales como héroes históricos.
Pero, por supuesto, un rey para los Estados Unidos es un
poco difícil y los conservadores tienen que contentarse con sucedáneos: con la
restauración del favor historiográfico, por ejemplo, de estatistas como
Alexander Hamilton y de la solicitud de la institución peculiar de la
esclavitud en el Sur. Willmoore Kendall ha encontrado en el Congreso la
apoteosis del conservadurismo y afirma no sólo el derecho, sino el deber
de la comunidad griega de que evite la irritante sagacidad de Sócrates.
En todas partes de la derecha se condena la “sociedad
abierta” y se afirma una moralidad obligatoria. Se supone que debe reponerse a
Dios en el gobierno. La libertad de expresión se trata con sospecha y
desconfianza y se aplaude a los militares como los mayores patriotas y se
mantiene el servicio militar. El imperialismo occidental se alaba como la forma
adecuada de tratar a los pueblos subdesarrollados y se hacen peregrinaciones a
la España de Franco para inspirarse sobre formas de gobierno. Y en cada sitio
se denigra la razón y se considera a la tradición y la costumbre como el camino
adecuado para el hombre-
Es verdad que la mayoría de los conservadores modernos no
quieren, como sus antecesores, destruir el sistema industrial y volver a
pequeñas granjas y felices artesanos, aunque hay una fuerte tendencia incluso
sobre esta idea en el conservadurismo contemporáneo. Pero, básicamente, los
conservadores actuales son completamente indiferentes a una economía de libre
mercado: no palidecen ante las enormes distorsiones impuestas por los contratos
de armamento al imponer restricciones al comercio exterior y no tolerarían un
recorte presupuestario que redujera la posición militar de Estados Unidos en el
mundo.
De hecho importantes conservadores como Ernest van den Haag
y Wilmoore Kendall han sido francamente keynesianos en economía. Al final, todo
debe subordinarse al estado: como ha afirmado William F. Buckley: “Donde no
pueda lograrse la conciliación de los intereses de un individuo y los del
gobierno, hay que dar consideración exclusiva a los intereses del gobierno”. Un
observador del movimiento conservador ha comentado, “¿Qué es eso del
laissez-faire?” Claro. Después de todo, el programa conservador moderno se
reduce a militarizar el pueblo estadounidense, bajo el control de la versión
local de Trono y Altar, en una uniformidad al paso y hacer una sociedad cerrada
dedicada al fin primordial de destruir el comunismo, incluso a expensas de una
aniquilación nuclear.
¿Qué pasa con el antiguo sector liberal de la derecha? En
buena parte se han ocultado tras la transformación de la derecha, en general
porque no tienen un portavoz que les explique la naturaleza y magnitud de lo
ocurrido. Han quedado en buena parte parados por la atrayente idea de que hay,
en algún sentido, un “movimiento liberal-conservador” conjunto y que no importa
lo mucho que los conservadores se alejen de la libertad porque son los aliados
naturales de los liberales, en el mismo final de espectro y en la oposición al
socialismo. Pero esa idea sufre el “retraso cultural” que ya he indicado. La
vieja derecha puede haber sido el aliado natural de los liberales, pero eso no
es en absoluto cierto para la nueva.
El liberal necesita, quizá más que nadie, estar informado
sobre la historia y darse cuenta de que el conservadurismo ha sido siempre el
polo opuesto del liberalismo clásico. Por el contrario, el socialismo no era el
polo opuesto de ambos, sino, en mi opinión, más bien una mezcla confusa e
irracional tanto del liberalismo como del conservadurismo. Pues el socialismo
era esencialmente un movimiento para llegar a un acuerdo con la revolución
industrial para tratar de lograr los fines liberales mediante el uso de medios
conservadores y colectivistas.
Intentó lograr los ideales de paz, libertad y un nivel de
vida en progreso usando los medios colectivistas, organicistas y jerárquicos
del conservadurismo adaptados a la sociedad industrial. Como doctrina a medio
camino, es fácil para el socialismo, una vez abandonados los ideales liberales
de paz y libertad, cambiarse completamente al polo conservador en las muchas
formas variadas de “nacional socialismo”.
El Sr. Frank S. meyer, el principal proponente de un
“movimiento liberal-conservador” fusionado nos ha pedido ignorar el siglo XIX.
“heredero del desbaratamiento de la Revolución francesa” e ir más atrás de “las
disputas parroquiales del siglo XIX”. Eso sería sin duda cómodo para la tesis
de Meyer ya que eliminaría el significado real de los movimientos liberal y
conservador. Porque lo que pasa es que ambos, liberalismo y conservadurismo
(así como el socialismo) encuentran su forma y su doctrina precisamente
en el siglo XIX, como consecuencia de
las luchas entre el viejo régimen y el nuevo. Es precisamente fijándose en la
historia del siglo XIX como conocemos los verdaderos orígenes de los distintos
“ismos” de hoy, así como la naturaleza ilógica y mítica de intentar una fusión
“liberal-conservadora”.
De hecho hay algunas señales de que desde distintos bandos,
los pensadores están empezando a entenderla disolución de las antiguas formas,
la obsolescencia de los viejos estereotipos de “izquierda” y “derecha” en la política
estadounidense y la invalidez de una fusión de liberales con un viejo
conservadurismo redivivo.
Los liberales empiezan a protestar: en las páginas del New
Individualist Review, el destacado periódico estudiantil de la derecha,
Ronald Hamowy, uno de sus directores ha atacado duramente en un artículo bien
conocido la filosofía y política conservadoras de Buckley y la National
Review. El Decano del Wabash Collage Benjamin Rogge ha aportado una
inteligente crítica del nuevo conservadurismo y Howard Buffet ha pedido el fin
del servicio militar.
Pero el New Individualist Review se fundó básicamente
comprometido con el mito liberal-conservador y sufre claramente por estar
atrapado en esta contradicción interna. Robert LeFevre, cabeza de la liberal Freedom
School, ha apuntado y atacado en un combativo escrito, Los que protestan,
la transformación de la derecha. Y desde una dirección distinta, el famoso
crítico Edward Wilson ha alzado ahora su poderosa voz para protestar contra
ambos, La Guerra Fría y el Impuesto de la Renta. Tal vez el país esté
maduro para un realineamiento ideológico fundamental.
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Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela
Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político
libertario.