Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 29 de septiembre de
2009)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/story/3735.
[Este
artículo se escribió originalmente en Outside Looking In: Critiques of American
Policies and Institutions, Left and Right, Nueva York: Harper and Row, 1972,
pp. 60-74. Reimpreso en The Logic of Action Two: Applications and
Criticism from the Austrian School. Glos, UK: Edward Elgar Publishing Ltd.,
1997, pp. 185-199.]
Desde el mismo principio tenemos graves problemas con el término
“capitalismo”. Cuando nos damos cuenta de que la palabra la acuñó su más famoso
enemigo, Karl Marx, no resulta sorprendente que un analista neutral o
pro-“capitalista” pueda encontrar impreciso el término. Pues capitalismo tiende
a ser un cajón de sastre una concepto baúl que los marxistas aplican
prácticamente cualquier sociedad del globo, con la excepción de unos pocos
posibles países “feudalistas” y las naciones comunistas (aunque, por supuesto,
los chinos consideran a Yugoslavia y Rusia como “capitalistas”, mientras que
muchos trotskistas incluirían también a
China). Los marxistas, por ejemplo, consideran a la India un país
“capitalista”, pero la India atormentada por una red vasta y monstruosa de
restricciones, castas, regulaciones estatales y privilegios monopolísticos está
tan lejos del libre mercado como pueda imaginarse.
Si vamos a mantener el término “capitalismo”, debemos
distinguir entre “capitalismo de libre mercado” por un lado y “capitalismo de
estado” por otro. Los dos son tan diferentes como la noche y el día en su
naturaleza y consecuencias. El capitalismo de libre mercado es una red de
intercambios libres y voluntarios en la que los productores trabajan, fabrican
e intercambian sus productos por los productos de otros a través de precios
voluntariamente acordados. El capitalismo de estado consiste en uno o más
grupos haciendo uso del aparato coercitivo del gobierno (el Estado) para
acumular capital para sí expropiando la producción de otros mediante la fuerza
y la violencia.
A través de la historia, los estados han existido como
instrumentos para la depredación y la explotación organizadas. No importa
demasiado que grupo de gente controle el Estado en un momento dado, sean
déspotas orientales, reyes, terratenientes, comerciantes privilegiados,
oficiales del ejército o partidos comunistas. El resultado es siempre y en todo
lugar la privación coactiva de la masa de los productores (durante muchos
siglos, naturalmente, los campesinos) por una clase dirigente de gobernantes dominantes y la burocracia profesional que ésta
contrata. Generalmente el Estado tiene su origen en el simple bandidaje y la
conquista, después de la cual los conquistadores establecen a la población
sometida un tributo permanente, exacto y continuo en forma de “impuestos” y a
parcelar la tierra de los campesinos en grandes parcelas para los guerreros
conquistadores, que luego proceden a cobrar sus “rentas”. Un paradigma moderno
es la conquista española de Latinoamérica, cuando la conquista militar del
campesinado indio nativo llevo a la parcelación de las tierras indias para
entregarlas a las familias españolas y el establecimiento de los españoles como
la clase dirigente permanente sobre el campesinado nativo.
Para hacer su gobierno permanente, los dirigentes del Estado
necesitan inducir a las masas sometidas a aceptar al menos la legitimidad de su
gobierno. Para este fin, el Estado siempre ha tenido un cuerpo de intelectuales
para hacer apología de la inteligencia y la necesidad del sistema existente. La
apología varía con los siglos, a veces es el clero utilizando misterios y
rituales para decir a los súbditos que el rey es divino y debe ser obedecido, a
veces son los progresistas keynesianos utilizando su propia forma de misterio
para decir al público que el gasto gubernamental, aunque parezca improductivo
ayuda a todos aumento el PIB y potenciando el “multiplicador” keynesiano. Pero
en todas partes el propósito es el mismo: justificar el sistema existente de
regulación y explotación de la población sometida, y en todas partes los medios
son los mismos: los dirigentes estatales compartiendo su poder y una porción
del botín con sus intelectuales. En el siglo XIX los intelectuales, los
“socialistas monárquicos” de la Universidad de Berlín, declaraban
orgullosamente que su tarea principal era servir como “guardaespaldas
intelectuales de la Casa de los Hohenzollern”. Siempre ha sido ésta la función
de los intelectuales de corte, pasados y presentes, servir como guardaespaldas
intelectuales de su clase particular de dirigentes.
En un sentido profundo, el libre mercado es el método y la
sociedad “natural” para el hombre: Puede aparecer y de hecho aparece
“naturalmente” sin un sistema intelectual elaborado para explicarlo y
defenderlo. El campesino sin formación sabe por sí solo la diferencia entre
trabajo duro y producción por un lado, y depredación y expropiación por otro.
Así que si no se les molesta, tiende a crecer una sociedad de agricultura y
comercio donde cada hombre trabaja en la tarea par la que está mejor dotado en
las condiciones de su tiempo y luego intercambia su producto con el de otros.
Los campesinos cultivan trigo y los intercambian por la sal de otros productores
o los zapatos del artesano local. Si aparecen disputas sobre propiedad o
contratos, el campesino y los villanos llevan su problema a los hombres más
respetables de la zona, a veces los viejos de la tribu, para resolver su
disputa.
Hay numerosos ejemplos históricos del crecimiento y
desarrollo de esta sociedad de puro libre mercado. Podemos ahora mencionar dos.
Uno es la feria de Champaña, que por cientos de años en la Edad Media fue el
principal centro de comercio internacional en Europa. A la vista de la
importancia de las ferias, los reyes y barones las dejaban tranquilas, sin
impuestos ni regulaciones y las disputas que aparecían en las ferias las
resolvían e alguna de la muchas cortes voluntarias en competencia, mantenidas
por la iglesia, los nobles o los propios mercaderes. Un caso más radical y
menos conocido es la Irlanda celta, que durante un milenio mantuvo una
floreciente sociedad de libre mercado sin Estado. Irlanda acabó siendo
conquistada por el Estado Inglés en el siglo XVII, pero la falta de estado en
Irlanda, la falta de un canal gubernamental para transmitir y hacer cumplir las
órdenes y dictados de los conquistadores demoró la conquista por siglos.
Las colonias americanas tuvieron la suerte de tener una
especie de pensamiento individualista libertario que se las arregló para
reemplazar al autoritarismo calvinista, una rama del pensamiento heredada de
los radicales libertarios y antiestatistas de la Revolución Inglesa del siglo
XVII. Estas ideas fueron capaces de reafirmarse mejor en los Estados Unidos que
en su país natal debido al hecho de que la colonias americanas estaban en buena
medida libres del monopolio feudal de la tierra que había en Gran Bretaña
pero además de esta ideología, l ausencia de un gobierno central efectivo en
muchas de las colonias permitió la aparición en una sociedad de libre mercado
“natural” e inconsciente, desprovista de cualquier gobierna político. Esto fue
particularmente cierto en tres colonias. Una fue Albergarle, en lo que
posteriormente fue el nordeste de Carolina del Norte, donde no existió gobierno
durante décadas hasta que la Corona Inglesa hizo el enorme otorgamiento de
tierras de Carolina en 1663. Otro ejemplo, más prominente es el de Rhode
Island, originariamente una serie de asentamientos anarquistas fundados por
refugiados de la autocracia de la Bahía de Massachussets. Por fin, una serie
peculiar de circunstancias trajeron un anarquismo individualista efectivo a
Pennsylvania durante unos diez años en los 1680-1690.
Mientras que la sociedad libre y de laissez-faire
aparece inconscientemente donde se da al pueblo rienda suelta para ejercitar
sus energías creativas, el estatismo ha sido el principio dominante a lo largo
de la historia. Donde ya existe el despotismo del Estado, la libertad sólo
puede aparecer por un movimiento ideológico consciente que lleve a cabo una
lucha prolongada contra el estatismo y revele a las masas el grave error de su
aceptación de la propaganda de las clases dirigentes. El papel de este
movimiento “revolucionario” es movilizar los distintos niveles de masas
oprimidas y desmitificar y deslegitimizar a sus ojos el poder del Estado.
Es una gloria para la civilización occidental, que fuera en
Europa Occidental, en los siglos XVII y XVIII, donde, por primera vez en la historia un movimiento a gran escala
consciente, determinado y al menos parcialmente exitoso apareció para liberar a
los hombres de los restrictivos grilletes del estatismo. Al estar Europa
Occidental organizada en una red de coerción de restricciones feudales y gremiales
y de monopolios y privilegios estatales con el rey actuando de señor supremo
feudal, el movimiento de liberación apareció con el objetivo consciente de
liberar las energías creativas del individuo, de crear una sociedad de hombres
libres que reemplazara a la represión del viejo orden. Los Niveladores y los Commonwealthmen y John
Locke en Inglaterra, los philosophes y los fisiócratas en Francia,
inauguraron la Revolución Moderna en pensamiento y acción que finalmente
culminó en la Revoluciones Americana y Francesa a fines del siglo XVIII.
Esta Revolución fue un movimiento a favor de la libertad
individual y todas sus facetas fueron esencialmente derivaciones de este axioma
fundamental. En religión, el movimiento propugnaba la separación de Iglesia y
Estado, en otras palabras, el fin de la tiranía teocrática y la llegada de la
libertad religiosa. En asuntos exteriores, fue una revolución a favor de la paz
internacional y el fin de las incesantes guerras para la conquista de estados y
gloria de la élite gobernante. Políticamente, fue un movimiento para despojar a
la clase dirigente de su poder absoluto, para reducir el ámbito general del gobierno
y para poner al gobierno que quedara bajo los controles de la elección
democrática y las elecciones frecuentes, de forma que pudiera permitirse a los
hombres trabajar, invertir, producir y comerciar donde quisieran. El famoso
lema para el poder era laissez-faire: dejadnos ser, dejadnos trabajar,
producir, comerciar, movernos de una jurisdicción o país a otro. Dejadnos vivir
y trabajar y producir sin trabas fiscales, controles, regulaciones o
privilegios de monopolio. Adam Smith y los economistas clásicos sólo fueron el
grupo más especializado en economía de este amplio movimiento liberador.
Fue el éxito parcial de este movimiento lo que liberó la
economía de mercado y así dio lugar a la Revolución Industrial, probablemente
el evento más decisivo y liberador de los tiempos modernos. No fue accidental
que la Revolución Industrial se iniciara en Inglaterra en el Londres controlado
por gremios y el Estado, sino en nuevas poblaciones y áreas industriales que aparecieron en el anteriormente rural y
por tanto no regulado norte de Inglaterra. La Revolución Industrial no pudo
llegar a Francia hasta que la Revolución Francesa no liberó la economía de las
trabas de los señoríos feudales y las innumerables restricciones locales al
comercio y la producción. La Revolución Industrial liberó a las masas de
hombres de su abyecta pobreza y desesperanza (una pobreza agravada por una
población creciente que no podía encontrar trabajo en la economía estancada de
la Europa preindustrial. La Revolución Industrial, la consecución del
capitalismo de libre mercado, significó una constante y rápida mejora en las
condiciones y la calidad de vida para amplias masas del pueblo, tanto para
trabajadores como para consumidores, allá donde se sentía el impacto del
mercado.
Originalmente subdesarrollados y poco poblados, Estados
Unidos no comenzaron siendo el principal país capitalista. Pero después de un
siglo de independencia llegó a esta posición ¿por qué? No, como dice el
mito común, por sus mayores recursos naturales. Los recursos de Brasil, de
África, de Asia son al menos igual de grandes. La diferencia proviene de la
relativa libertad de los Estados Unidos, porque fue éste el país donde más se
permitió desarrollar la economía de libre mercado. Empezamos libre de una clase
señorial feudal o monopolista y empezamos con una ideología fuertemente
individualista que permeaba buena parte de la población. Evidentemente, el
mercado en los Estados Unidos nunca fue completamente libre o sin estorbos,
pero su relativa mayor libertad (relativa con otros países o siglos) generó una
enorme liberación de energías productivas, un masivo equipamiento de capital y
los altos niveles de vida sin precedentes que la masa de los estadounidenses no
sólo disfrutaba sino que consideraban alegremente garantizados. Viviendo en el
regazo de un lujo que no podía haber soñado el más rico emperador del pasado,
estamos cada más actuando como el hombre que mató a la gallina de los huevos de
oro.
Así que tenemos una masa de intelectuales que normalmente
desdeña el “materialismo” y los “valores materiales”, que proclama absurdamente
que estamos viviendo en una “era de postescasez” que permite una cornucopia
ilimitada de producción sin requerir que nadie trabaje para producir, que ataca
nuestra excesiva riqueza como algo pecaminoso en una recreación perversa de una
nueva forma de puritanismo. La idea de que nuestra máquina de capital es
automática y autoperpetuante, que sea lo que sea lo que se haga o no por ella
no tiene importancia, porque funcionará perpetuamente… es el granjero que
ciegamente destruye la gallina de los huevos de oro. Ya estamos empezando a
sufrir el deterioro de los equipos de capital, las restricciones e impuestos y
privilegios especiales que se han ido imponiendo progresivamente en la máquina
industrial en las décadas recientes.
Desgraciadamente estamos haciendo más relevante la seria
advertencia del filósofo español Ortega y Gasset, que analizaba al hombre
moderno como:
“al encontrarse con ese mundo
técnica y socialmente tan perfecto, cree que lo ha producido la naturaleza, y
no piensa nunca en los esfuerzos geniales de individuos excelentes que supone
su creación. Menos todavía admitirá la idea de que todas estas facilidades
siguen apoyándose en ciertas difíciles virtudes de los hombres, el menor fallo
de los cuales volatilizaría rápidamente la magnífica construcción”.
Ortega sostenía que el “hombre masa” tiene un rasgo
fundamental: “la radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad
de su existencia”. Esta ingratitud es el ingrediente básico de la “psicología
del niño mimado”. Como indica Ortega:
“Heredero de un pasado larguísimo
y genial (…) el nuevo vulgo ha sido mimado por el mundo en torno. (…) las nuevas
masas se encuentran con un paisaje lleno de posibilidades y, además, seguro, y
todo ello presto, a su disposición, sin depender de su previo esfuerzo, como
hallamos el sol en lo alto (…) Estas masas mimadas son lo bastante poco
inteligentes para creer que esa organización material y social, puesta a su
disposición como el aire, es de su mismo origen, ya que tampoco falla, al
parecer, y es casi tan perfecta como la natural (…)
Como no ven en las ventajas de la
civilización un invento y construcción prodigiosos, que sólo con grandes
esfuerzos y cautelas se pueden sostener, creen que su papel se reduce a
exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos. En los motines que
la escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el medio que
emplean suele ser destruir las panaderías. Esto puede servir como símbolo del
comportamiento que, en más vastas y sutiles proporciones, usan las masas
actuales frente a la civilización que las nutre”.
En una era en que incontables intelectuales irresponsables
llamana a la destrucción d ela tecnología y el retorno a la “naturaleza”
primitiva que sólo podría ocasionar la muerte por hambre de la inmensa mayoría
d ela población mundial, es instructivo recordar la conclusión de Ortega:
La civilización no está “simplemente ahí”, no se
autosustenta. Es artificial y requiere al artista o al artesano. Si queremos
aprovechar las ventajas de la civilización pero no estamos preparados para
colaborar en su sostenimiento, estamos listos. En un abrir y cerrar de ojos nos
encontraremos sin civilización. El bosque primitivo aparece en su estado
original, como si se hubieran apartado las cortinas que cubrían la naturaleza.
El constante declinar de los puntales de nuestra
civilización empezó a finales del siglo XIX y se aceleró durante las guerras
mundiales y los años 1930. El declinar consistió en un a vuelta atrás acelerada
desde la Revolución y un cambio atrás al antiguo orden del mercantilismo, el
estatismo y la guerra internacional. En Inglaterra, el capitalismo del laissez-faire
de Price y Priestly, de los Radicales y de Cobden y Bright y la escuela de Manchester se vio reemplazado
por el estatismo Tory dirigiéndose hacia un imperio agresivo y a la guerra
contra otros poderes imperiales. En los Estados Unidos, la historia fue igual,
pues los empresarios interfirieron cada vez más con el gobierno para imponer
cárteles, monopolios, subsidios y privilegios especiales. Aquí, al igual que en
Europa Occidental, la llegada de la Primera Guerra Mundial fue el gran cambio
de sentido, agravando la imposición del militarismo y la planificación local de
la economía de gobiernos y empresas y la expansión imperial y la intervención
en otros continentes. Los gremios medievales reaparecieron con una forma
distinta: los sindicatos, con sus redes de restricciones y su papel como
colaboradores menores del gobierno y la industria en el nuevo mercantilismo. Todas
las trampas despóticas del viejo orden han vuelto bajo nuevas formas. En lugar
de un monarca absoluto, tenemos al presidente de los Estados Unidos, ostentando
mucho más poder que cualquier monarca en el pasado. En lugar de una nobleza
constituida, tenemos un establishment de riqueza y poder que continua
gobernándonos independientemente de qué partido político esté técnicamente en
el poder. El desarrollo de un servicio civil bipartidista, de una política
doméstica e internacional bipartidista, la llegada de fríos tecnicos del poder
que parecen entarse en posiciones de mando independientemente de cómo votemos
(los Acheson, Bundy, Baruch, McCloy, J. Edgar Hoover), todos subrayan nuestra
mayor dominación por una élite que se hace cada vez más gruesa y más
privilegiada en los impuestos que son capaces de extraer de la piel del
contribuyente.
El resultado de la agravada red de cargas y restricciones
mercantilistas ha sido someter a nuestra economía a tensiones cada vez mayores.
Los altos impuestos nos afectan a todos y el complejo militar industrial
significa una enorme diversión de recursos, capital, tecnología y científicos e
ingenieros de usos productivos al desperdicio exagerado de la máquina militar.
Sector tras sector han sido regulados y cartelizados para declinar:
ferrocarriles, energía eléctrica, gas natural y telefonía son los ejemplos más
obvios. La vivienda y la construcción han sido encorsetadas con las plagas de
altos impuestos a la propiedad, leyes urbanísticas, códigos de construcción,
controles de rentas e inactividad sindical. Como el capitalismo de libre
mercado se ha visto reemplazado por el capitalismo de estado, cada vez más
partes de nuestra economía han empezado a decaer y nuestras libertades a
erosionarse.
De hecho, es instructivo hacer una lista de las áreas
problemáticas universalmente reconocidas de nuestra economía y sociedad y nos
encontraremos siguiendo en esa lista un leitmotiv común evidente: el gobierno.
En todas las áreas de grandes problemas, la operación o control del gobierno ha
sido especialmente importante.
Consideremos:
- Política exterior y guerra: Exclusivamente
gubernamental.
- Reclutamiento militar: Exclusivamente gubernamental.
- Crimen en las calles: Policía y jueces son monopolio
del gobierno y lo mismo pasa con las calles.
- Sistema de bienestar: El problema es gubernamental: no
hay problemas en las agencias privadas.
- Contaminación del agua: La basura propiedad del
municipio se vierte en ríos y océanos propiedad del gobierno.
- Servicio postal: Los fallos están en la Oficina Postal
del gobierno, no, por ejemplo, entre sus competidores con gran éxito como
paquetes enviados por autobús y el Independent Postal System of America, para
correo de tercera clase.
- El complejo industrial militar: Se basa completamente
en contratos con el gobierno.
- Ferrocarriles: Subvencionados y regulados duramente por
el gobierno durante un siglo.
- Telefonía: Un monopolio privilegiado por el gobierno.
- Gas y electricidad: Un monopolio privilegiado por el
gobierno.
- Vivienda: Aquejada de controles de rentas, impuestos a
la propiedad, leyes urbanísticas y programas de renovación urbana (todo
gubernamental).
- Exceso de carreteras: Todas construidas y propiedad del
gobierno.
- Restricciones sindicales y huelgas: Resultado de
privilegios del gobierno, principalmente la Wagner Act de 1935.
- Impuestos altos: Exclusivamente gubernamental.
- Escuelas: Casi todas gubernamentales, o si no, muy
subsidiadas y reguladas por el gobierno.
- Escuchas telefónicas e invasión de libertades civiles:
Casi todas realizadas por el gobierno.
- Dinero e inflación: El dinero y el sistema bancario
están totalmente bajo el control y la manipulación del gobierno.
Examinamos las áreas problemáticas y en todas, como un hilo
rojo, aparece la arrogante mancha del gobierno. Por el contrario, consideremos
la industria del frisbee. Los frisbees se fabrican, venden y compran sin
problemas, sin trastornos, sin interrupciones ni protestas. Como industria
relativamente libre, el negocio pacífico y productivo del frisbee es un modelo
de que fue una vez la economía estadounidense y puede volvre a serlo, si se le
libera de las trabas represivas del gran gobierno.
En La sociedad opulenta, escrita a finales de los
1950, John Kenneth Galbraith apuntaba el hecho de que las áreas gubernamentales
son nuestras áreas problemáticas. Pero su explicación era que había
“famelizado” el sector público y que por tanto deberíamos pagar más impuestos
con el fin de agrandarlo aún más a expensas del privado. Pero Galbraith pasaba
por alto que hecho evidente de que la proporción de renta nacional y recursos
dedicados al gobierno ha venido aumentando enormemente desde el cambio de
siglo. Si los problemas no aparecían antes y han aparecido aumentando
precisamente en el sector gubernamental expandido, lo juicioso sería concluir
que quizá el problema esté en el propio sector público. Y esa es precisamente
la opinión del libertario del libre mercado. Los problemas y trastornos en
general forman parte de las operaciones del sector público y el gobierno.
Ausente una prueba de pérdidas y ganancias para evaluar la productividad y
eficiencia, la esfera del gobierno quita el poder de tomar decisiones de las
manos de cada individuo y grupo cooperativo y las pone en las de una máquina
gubernamental global. Esa máquina no sólo es coactiva e ineficiente: es
necesariamente dictatorial, porque cualquiera que sea la decisión que tome,
siempre hay minorías o mayorías cuyos deseos y elecciones se vean frustrados.
Una escuela pública debe tomar una decisión en cada área: debe decidir si es
disciplinada o progresiva o una mezcla de ambas cosas, si debe ser
procapitalista o prosocialista o neutral, si debe integrar o segregar, elitista
o igualitaria, etc. Sea lo que sea lo que decida, habrá ciudadanos
permanentemente frustrados. Pero en el libre mercado, los padres son libres de
acudir a las escuelas privadas o voluntarias que deseen y diferentes grupos de
padres serán capaces de tomar sus decisiones sin trabas. El libre mercado
permite a cada individuo y grupo maximizar su rango de alternativas, tomar sus
propias decisiones y ponerlas en efecto.
Es curioso que el Profesor Galbraith no parezca muy feliz
acerca del sector público, como ha venido manifestando últimamente: en el
complejo militar industrial, en la guerra de Vietnam, en lo que el propio
Galbraith ha ridiculizado apropiadamente como el “socialismo de las grandes
empresas” del Presidente Nixon. Pero si el glorioso sector público, si el
gobierno extenso no ha llevado a esta situación crítica, quizá la respuesta sea
retirar al gobierno para volver al camino verdaderamente revolucionario de
desmantelar el Gran Estado.
De hecho, los progresistas estadounidenses (quienes, durante
décadas has sido los principales heraldos y apologistas del gran estado y el
estado del bienestar) cada vez se muestran más descontentos con los resultados
de sus esfuerzos. Pues igual que en los días del despotismo oriental, el poder
del estado no puede durar mucho sin un cuerpo de intelectuales para explicar
los argumentos y las razones para obtener el apoyo y el sentido de legitimidad
entre el público y los progresistas (la abrumadora mayoría de los intelectuales
estadounidenses) han servido desde el New Deal como sacerdotes del gran
gobierno y el estado del bienestar. Pero muchos progresistas están empezando a
darse cuenta de que han estado en el poder, han moldeado la sociedad
estadounidense durante cuatro décadas y es evidente que algo ha ido
radicalmente mal. Después de cuatro décadas de estado del bienestar interior y
“seguridad colectiva” en el exterior, las consecuencias del progresismo del New
Deal han mostrado claramente fracasos y conflictos agravados internamente y
guerras e intervenciones perpetuas en el exterior. Lyndon Jonson, con quien los
progresistas se muestran extremadamente descontentos , se refería a Franklin
Roosevelt como su “Gran Papá” y el parentesco en todos los frentes domésticos y
exteriores es bastante claro. Richard Nixon es apenas distinguible de su
predecesor. Si muchos progresistas se sienten extraños y atemorizados en el mundo
que ellos han creado, quizá el fallo esté precisamente el propio
progresismo.
Luego si tiene que abandonarse el estatismo tendrá que haber
otra revolución ideológica que coincida con la recuperación de los radicales
clásicos de los siglos XVII y XVIII. Los intelectuales tendrán, en gran medida,
que volver de su papel de apologistas del estado a reasumir su función de
defensores de la verdad y la razón y contra el status quo. En los
últimos años ha habido signos de desencanto
de los intelectuales, pero el cambio a sido en buena parte en la
dirección incorrecta. Como consecuencia, en la actual división entre
progresistas y radicales entre la intelligentsia, ningún bando
nos ofrece los requisitos de la civilización, con los requisitos de mantener un
orden industrial próspero y libre. Los progresistas nos han ofrecido la falsa
racionalidad de un servicio tecnocrático a Estado Leviatán de ajustaros como
ruedas dentadas manipuladas en la maquinaria industrial-gubernamental
burocrática. La solución progresista a cualquier problema doméstico es aumentar
impuestos e inflación y asignar más fondos públicos; su solución a las crisis
exteriores es “enviar a los marines” (acompañada, por supuesto, de
planificadores político-económicos para aliviar al destrucción que causan los
marines). Sin duda no podemos continuar aceptando las soluciones ofrecidas por
un progresismo que hay fracasado manifiestamente. Pero lo trágico es que los
radicales han tomado en serio a los progresistas: identificando la razón, la
tecnología y la industria con el actual orden progresista-mercantilista, los
radicales, a la hora de rechazar el sistema actual, han dado la espalda
igualmente a las antiguas y necesarias virtudes.
Resumiendo, los radicales, sintiéndose obligados a un
rechazo visceral del mundo liberal, de Vietnam y del sistema de escuelas
públicas, han adoptado la misma identificación que los progresistas con la
razón la industria y la tecnología. De ahí que los radicales alcen la voz por
el rechazo de la razón frente a las emociones y un vago misticismo, de la
racionalidad ante una espontaneidad incipiente y caprichosa, del trabajo y la
previsión frente la hedonismo y el abandono, de la tecnología y la industria
frente al retorno a la “naturaleza” y la tribu primitiva. Al hacerlo, al adoptar
este nihilismo dominante, los radicales nos ofrecen una solución aún menos
viable que sus enemigos progresistas. Porque la muerte de millones en Vietnam
la sustituirían por la muerte por inanición de la mayoría del planeta. La
visión de los radicales no puede ser aceptada por gente sensata y la mayoría de
los estadounidenses, independientemente de su ignorancia y sus errores, son lo
suficientemente inteligentes para entender esto y mostrar alto, claro y a veces brutalmente su rechazo a los
radicales y sus alternativas éticas, sociales y de forma de vida.
Lo que intenta demostrar este ensayo es que la gente no está
forzada a elegir entre la alternativa del progresista monopolio de un estado de
bienestar y guerra represivo y agobiante por una lado o el irracional y
nihilista retorno al primitivismo tribal, por otra. La alternativa radical
evidentemente no s compatible con una vida próspera y una civilización
industrial, está claro. Pero está menos claro que un progresismo de estado
corporativo a largo plazo tampoco es compatible con una civilización
industrial. La primera ruta ofrece a nuestra sociedad un suicido rápido; la
segunda una muerte lenta y prolongada.
Hay, por tanto, una tercera alternativa, una que sigue
siendo ignorada en el gran debate entre progresistas y radicales. La
alternativa es volver a los ideales y la estructura que generó nuestro orden
industrial y que es necesaria para que dicho orden sobreviva a largo plazo, la
vuelta al sistema que nos proporcionó industria, tecnología y un rápido avance
hacia la prosperidad sin guerras, militarismo o agobiante burocracia
gubernamental. El sistema de capitalismo de laissez-faire, lo que Adam
Smith llamó “el sistema natural de libertad”, un sistema que se base en una
ética que apoye la razón, la determinación y los logros individuales. Los
teóricos libertarios del siglo XIX (hombres como los franceses de la era de
Restauración, Charles Comte y Charles Dunoyer y el inglés Herbert Spencer)
mostraron claramente que el militarismo y el estatismo son reliquias y
atavismos del pasado, que son incompatibles con el funcionamiento de una
civilización industrial. Por eso Spencer y los demás contrastaron el principio
“militar” con el “industrial”, y juzgaron que tenía que prevalecer uno u otro.
Lo que estoy sugiriendo, en resumen, en las categorías muy
simplificadas popularizadas por Charles Reich es un retorno a “Conocimiento I”,
un Conocimiento que es bruscamente rechazada por Reich y sus lectores mientras
proceden a tomar partido en el gran debate entre Conocimientos II y III. Para
Reich, el Conocimiento I ha quedado obsoleto por el crecimiento de la
tecnología moderna y la producción en masa, lo que hace inevitable el turno del
estado corporativo. Pero aquí Reich no está siendo suficientemente
radical: simplemente está adoptando la historiografía progresista convencional
de que el gobierno grande es necesario por el crecimiento de la industria a
gran escala. Si supiera algo de economía, Reich se daría cuenta de que es
precisamente la economía industrial avanzada la
que necesita un libre mercado para sobrevivir y florecer; por el
contrario, una sociedad agrícola puede arrastrarse indefinidamente bajo el
despotismo puesto que a los campesinos se les deja de lo que producen lo
suficiente para sobrevivir. Los países comunistas del Este de Europa han
descubierto este hecho en los últimos años, por lo que cuanto más se
industrialicen, mayor y más inexorable será su movimiento del socialismo y la
planificación centralizada hacia una economía de libre mercado. El rápido cambio
de los países de Europa Oriental hacia el libre mercado es uno de los más
alentadores y espectaculares desarrollos de las últimas décadas, aunque la
tendencia apenas se ha advertido, pues la izquierda encuentra muy embarazoso el
alejamiento del estatismo e igualitarismo en Yugoslavia y otros países de
Europa Oriental, mientras que los conservadores son reticentes a conceder que
pueda haber algo esperanzador en la naciones comunistas.
Además, Reich claramente desconoce los hallazgos de Gabriel
Kolko y otros historiadores recientes que revisan completamente nuestra visión
de los orígenes de actual estado del bienestar y de la guerra. Lejos de que la
industria a gran escala fuerce al conocimiento de que la regulación y el gran
gobierno sean inevitables, es precisamente la eficacia de la competencia
del libre mercado la que lleva a los grandes empresarios a buscar el monopolio
dirigiéndose al gobierno para que les otorgue esos privilegios. No hay nada en
la economía que requiera objetivamente un cambio de Conocimiento I a
Conocimiento II, sólo el viejo deseo de los hombres de subsidios y privilegios
especiales creó la “contrarrevolución” del estatismo. De hecho, como hemos
visto, este desarrollo solo paraliza y dificulta el funcionamiento de la
industria moderna: la realidad objetiva requeriría un retorno a Conocimiento I.
En este mundo de cambios importantes en valores e ideologías, un cambio en el
conocimiento no puede considerarse imposible, cosas más raras se han visto.
En cierto sentido, la adopción de los valores e
instituciones libertarios sería un retorno; en otro sería un avance profundo y
radical. Pues mientras los antiguos libertarios eran esencialmente
revolucionarios, se permitieron éxitos parciales al convertirse estratégica y tácticamente
en aparentes defensores del status quo, simples resistentes al cambio.
Al adoptar esta posición los primeros libertarios perdieron su perspectiva
radical, por lo que el libertarianismo nunca llegó a desarrollarse
completamente. LO que debn hacer es convertirse de nuevo en “radicales”, como
Jefferson y Price y Cobden y Thoreau lo fueron antes. Para hacerlo deben
mantener en alto el estandarte de su objetivo último, el triunfo definitivo de
la antigua lógica de los conceptos de libre mercado, libertad y derechos de
propiedad privada. El objetivo último es la disolución del Estado en el
organismo social, la privatización del sector público.
Al contrario que la visión disfuncional de la Nueva
Izquierda, éste es un objetivo compatible completamente con el funcionamiento
de la sociedad industrial, y también con la paz y la libertad. A demasiados de
antiguos libertarios les faltó el coraje intelectual para presionar (para
buscar la victoria total, en lugar de conformarse con triunfos parciales) para
aplicar sus principios en los campos del dinero, la policía, los tribunales, el
propio Estado. No tuvieron en cuenta la sentencia de William Lloyd Garrison de
que “el gradualismo en la teoría es la perpetuidad en la práctica”. Pues si la
teoría pura nunca se ha sostenido a la vista ¿cómo puede alcanzarse alguna vez?
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Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela
Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político
libertario.