Por John Chamberlain. (Publicado el 5 de octubre de 2009)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/story/3741.
[Mayo de 1952]
Alrededor de 1935, en respuesta al llamado “desafío” del
comunismo, Estados Unidos estaba cubierto de una literatura criptocolectivista.
Había neotecnócratas y “planificadores” a docenas, los periodistas Keynesianos
y de la “vía intermedia”aparecían como gusanos nocturnos después de una lluvia
de lombrices. Si los números y el tipo de cosa que pasaba por periodismo
intelectual en este país hubiera sido definitivo, el clima cultural de nuestra
nación se habría alterado sin remedio en esos años. Pero una de las grandes
lecciones de la historia es que no podemos romper la continuidad de una cultura
o una tradición salvo que estemos dispuestos a liquidar a todos aquéllos
que han conocido el douceur de la vie del viejo régimen.
Lenin lo dijo hace mucho tiempo; para hacer que el
colectivismo arraigue en una tierra que ha conocido las bondades del
individualismo, debemos tomar una generación desde la cuna y privarles
obligatoriamente de tutores que hayan aprendido el alfabeto burgués en las
rodillas de sus madres. En una tierra de ley republicana es imposible: no
importa lo inteligente u omnipresente que pueda ser la propaganda colectivista,
unos pocos portadores de la cultura de la vieja tradición escaparán.
Pueden educirse a publicar periódicos en lugar de libros,
pueden verse obligados a dar sus anticuadas clases en salas sucias con
frontones de arenisca. Sin duda tendrán muchas dificultades en obtener puestos
en las facultades de las universidades. Pero seguirán estando ahí (y hablando)
cuando el oropel empiece a desaparecer del último Plan Quinquenal o del plan de
colonización del Greenbelt patrocinado por el gobierno. Sus libros y panfletos,
listos para ese encuentro casual que provoca todas las revoluciones o
“reacciones”, dispersará el revivir de la vieja tradición que periódicamente
desplaza las presunciones simples de lo “nuevo”.
Portadores del individualismo
Una preocupación reciente en mi propia autobiografía
intelectual me ha llevado a reflexionar sobre los portadores de cultura que me
devolvieron lo que había perdido inadvertidamente en la individualista Nueva
Inglaterra de mi infancia. Uno de estos portadores fue Albert Jay Nock, cuyo Our Enemy the State
me golpeó en la frente cuando lo leí en los años treinta.
Otro importante portador fue Franz Oppenheimer, cuyo
concepto del estado como fraude (ver su gran libro, The State) estaba tan
formidablemente basado en la historia como para no permitir una fácil
refutación. Otro portador más fue Garet Garrett, el único economista que
conozco que puede hacer que una simple imagen o una metáfora haga el mismo
efecto que un página entera de estadísticas. También estuvo Henry George, el
del impuesto único y el Thoreau cuya doctrina de desobediencia civil implicaba
una fidelidad a una ley superior o natural, e Isabel Paterson la valiente y
perenne mujer batalladora que escribió The God of the Machine.
Finalmente, había un hombre que a veces hablaba en parábolas
y que siempre tenía un tranquilo y especial sentido del humor, el Sr. Frank
Chodorov, cuya vida dedicada a escribir en prensa y panfletos ha sido
brillantemente asaltada por Devin A. Garrity, de la Devin-Adair Company para
escribir un libro futuro: One Is a Crowd.
Frank Chodorov tiene 65 años, lo que significa que lleva
mucho andado. Pero tiene la resistencia intelectual que uno asociaría con un
veinteañero o treintañero. Si el joven de 1952 no pareciera tan asustado, tan
recesivo, tan constreñido y tan antiguo. La biografía formal del Sr. Chodorov
indica que dio claes en la Escuela Henry George de Ciencias Sociales y que
revivió y dirigió The Freeman con Albert Jay Nock de 1938 a 1941 (The
Freeman es una revista que siempre resurge de sus propias cenizas, como el
ave fénix), que después de una de las muertes intermitentes de The Freeman,
publicó escribió y dirigió su periódico mensual de cuatro páginas llamado Analysis,
que actualmente se ocupa de dirigir Human Events con Frank Hanighen en
Washington DC.
Un artesano de los pies a la cabeza, Frank Chodorov siempre
ha hecho de sus palabras piruetas con la gracia y la fluidez de la Pavlova.
Además es uno de los pocos editores vivos que pueden dar un estilo
individualizado a otros simplemente sugiriéndoles un cambio de énfasis aquí,
quitando algo allá, una pequeña alteración en la estructura intermedia. Hablar
a la mesa con Frank Chodorov acerca de los problemas de escribir y editar es toda
una lección de periodismo liberal. Pero ésta es sólo la parte menos importante
de las lecciones que pueden obtenerse del Sr. Chodorov cuando expende en su
propio humor negro.
Escuchando al Sr. Chodorov no oiremos ningún parloteo sin
sentido sobre “derecha” e “izquierda” o “progresista” y “reaccionario” o sobre
el liberalismo como una filosofía “en la mitad del camino”. El Sr. Chodorov se
ocupa de distinciones mucho más fundamentales. Está por ejemplo la chodoroviana
distinción entre poder social y poder político. El poder social se desarrolla
por la creación de riqueza por parte de individuos trabajando solos o de común
acuerdo. El poder político, por otro lado, crece por la apropiación forzosa del
poder social de los individuos.
El Sr. Chodorov ve la historia como una continua lucha entra
las filosofías del poder social y el poder político. Cuando aumenta el poder
social, los hombres tieneden a ser inventivos, creativos, con recursos,
curiosos, tolerantes, amistosos y de buen humor. El nivel de bienestar crece en
esas épocas, vide las historias de la Roma Republicana, las ciudades
hanseáticas, el Renacimiento Italiano, el siglo XIX británico y los Estados
Unidos modernos.
Pero cuando el poder político se expande, la gente empieza a
quemar libros, a suprimir el pensamiento y a encarcelar y matar a sus hermanos
disidentes. La fiscalidad, que es el barómetro esencial del poder político roba
a los individuos los frutos de su trabajo y el nivel de vida decrece a medida
que los hombres se rebelan secretamente contra aumentar su trabajo, al darles
éste retornos cada vez menores.
De acuerdo con el razonamiento de Chodorov, todos los
grandes movimiento políticos de los tiempos modernos son filosofías de
esclavos. Pues no importa que se hable en nombre del comunismo, socialismo,
fascismo, New Dealismo, o del estado del bienestar (a veces llamado Positivo),
los filósofos políticos modernos son todos iguales al defender el apropiamiento
forzoso de porciones cada vez más grandes de la energía del individuo. No
importa nada si la coerción se hace con una maza o con el inspector fiscal: la
coerción está ahí, y esa coerción es una definición de esclavitud. Tampoco
importa que la energía producto de un individuo la gaste el gobierno u otro:
esos gastos hacen a sus beneficiarios pupilos, y los pupilos también son
esclavos.
Los derechos individuales
El Sr. Chodorov es un místico, pero sólo en el sentido de
que todos los hombres perspicaces son místicos. Su asunción mística el que los
hombres nacen como individuos poseyendo derechos inalienables. Esta filosofía
de los derechos naturales bajo la ley universal de la naturaleza no puede
“probarse”. Pero tampoco la filosofía opuesta (que la sociedad tiene
“derechos”). Podemos decir que se puede demostrar que un estado, como gente de policía
de una sociedad tiene poder. Pero si no hay derechos naturales, con la
correspondiente superestructura de justicia organizada para mantener dichos
derechos, entonces el individuo no tiene ninguna razón subjetiva válida para
obedecer al poder del estado.
Cierto, el estado puede arrestar al individuo y obligarle
temporalmente a obedecer. Pero no puede obligarle a una lealtad interna,
tampoco puede evitar que los hombres engañen o a la pérdida inútil de energías.
El individuo rebelde siempre puede encontrar formas de desobedecer al poder del
estado, lo que hace dudoso que la sociedad (o la colectividad de hombres
organizados para obligar a hombres individuales) tenga derechos en algún
sentido lógico de la palabra.
Una colectividad no puede tener nada que sus elementos
constitutivos hayan rehusado dar.
Como el animal humano debe adoptar una postura mística u
otra sobre los derechos, el Sr. Chodorov escoge la opción de acuerdo con el
deseo de su naturaleza, que es la de protegerse contra la falta de ley de un
poder arbitrario. Es místico de la misma forma que James Madison y Thomas
Jefferson y el resto de los Padres Fundadores eran místicos y es lo
suficientemente religioso como para creer en la “naturaleza de Dios”, que es
igual que decir que cree en la ley natural.
El argumento utilitario es que la ley natural no aplica en
el campo de la ética, pues no es demostrable que un ladrón siempre sea atrapado
y castigado, o un asesino descubierto, o un polígamo renuncie a sus esposas
extra. Pero si no hay una ley natural en la ética, entonces cualquier sistema
ético es tan válido como cualquier otro y la elección del fascismo o el
canibalismo no es “peor” que la elección de la libertad definida por Locke.
La respuesta del Sr. Chodorov a los utilitaristas es que los
hombres son reducidos y malogrados bajo ciertos sistemas éticos, mientras que
florecen bajo otros. Y es demostrable que la naturaleza del hombre prefiere la
vida a la muerte o a la lenta agonía de
la muerte en vida que conllevan los sistemas esclavistas.
El Sr. Chodorov nunca elabora sus principios ni en sus
escritos ni en sus palabras. Tampoco utiliza trucos en los debates. Prefiere
una buena parábola a un argumento formal y sus mejores argumentos los elabora siguiendo al Antiguo Testamento para dar una
visión moderna.
Su ensayo, José,
Secretario de Agricultura (que es una simple recapitulación simple
recapitulación, con “apuntes” chodorovianos, de la historia de José y el
granero del Antiguo Testamento) nos dice todo lo que queremos saber acerca de
Henry Wallace y el Plan Brannan. Este ensayo es muy entretenido. Pero es
también una buena lección: como todos los buenos profesores, Chodorov sabe que
la lección se aprovecha mejor si se da de forma entretenida.
Lo que ofrece en sus ensayos como entretenimiento vale, por
supuesto, diez veces más que los cursos de ciencia política ordinarios que se
imparten en las escuelas modernas. Una medida de nuestra delincuencia
intelectual es que nadie haya encargado al Sr. Chodorov una cátedra
universitaria. Pero sus sucesores tendrán cátedras una vez que el Sr. Chodorov
haya completado su misión en la vida, que es inclinar a las nuevas generaciones
contra la idioteces de una época colectivista que ahora está acabando en sangre
y en un loco desastre.
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John Chamberlain (1903-1995) fue un periodista
estadounidense, autor de libros sobre capitalismo y considerado como “uno de
los más relevantes críticos literarios de Estados Unidos”. Influenciado por
Albert Jay Nock , atribuyó a las escritoras Ayn Rand, Isabel Patterson y Rose
Wilder Lane su “conversión” a lo que llamaba “una vieja filosofía
estadounidense” de ideas libertarias. Junto con sus amigos Henry Hazlitt y Max
Eastman ayudó a promocionar el trabajo de F.A. Hayek escribiendo el prólogo a
la primera edición estadounidense de Camino
de servidumbre en 1944. En 1946, Leonard Read, de la Foundation for
Economic Education fundó una revista sobre libre mercado llamada The Freeman,
recuperando el nombre de una publicación que había dirigido Albert Jay Nock.
Sus primeros directores incluyeron a Chamberlain y Herny Hazlitt. Después de
cesar como director, Chamberlain continuó con su columna periódica para la
revista, "A Reviewer’s Notebook".
Este artículo fue publicado originalmente en la revista de
mayo de 1925 de The Freeman.