Por Jacques Barzun. (Publicado el 1 de diciembre de 2009)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/3890.
[The Freeman. 1971]
A uno le alegra que dejara estas
luminosas páginas en su prístina forma de lecciones (merece la indulgencia
por hacerlo), porque de esta forma se le ve en su mejor estado: lleno de
encanto, cándido en sus prejuicios, un irónico natural y un hombre para quien el
pensamiento es claramente un ejercicio familiar.
Me recuerdo tomando el libro poco después de su aparición en
1932, en una pequeña librería en Broadway cerca de la calle 115. Me temo que
era una copia sobrante, muy barata, como las novelas de E. M. Forster o los dos
volúmenes de las cartas de Henry James. Fue mi primera aproximación a Nock y me
encantó mi descubrimiento.
Me sentí eufórico, incluso después de mi incrédula
irritación ante lo que descubrí que decía en las páginas 76-77. Es el pasaje en
que Nock, que a través de sus lecciones afirmaba una conexión con la
Universidad de Columbia, repetía algunos libelos absurdos acerca del Columbia College,
basados en el entonces reciente estudio de Abraham Flexner de universidades
americanas y de otros lugares.
De acuerdo con ambas personas que no verificaron el dato,
era posible obtener una licenciatura de en filosofía y letras en el Columbia College
siguiendo asignaturas como diseño de anuncios, avicultura práctica, taquigrafía
elemental, lucha y defensa personal y media docena más de asignaturas
pintorescas.
Nock recurre con placer a esta lista de depravaciones
(incluyendo la crítica de libros) dos o tres veces en las siguientes lecciones.
Es suficiente para que uno dude de su sentido común… o de su familiaridad con
el ámbito educacional de su propio tiempo.
Como graduado del Columbia College en 1927, que empezó a
enseñar allí el mismo años y durante muchos más después, sé por conocerlo desde
dentro que la afirmación de Nock era una fantasía. Los requisitos para la
licenciatura no permitían esas alegrías que alegaba Nock. Lo que es peor,
continúa diciendo que por “algún tipo de acuerdo de tráfico con una institución
dependiente”, el graduado del Columbia College “puede asimismo contar para
llegar al título con cursos en (…) cocina, telas de decoración, bailes para
hombres” y así hasta una segunda media docena de actividades domésticas o
sociales.
El hecho es que ese permiso para realizar cualquier curso
fuera del catálogo del Columbia College era extremadamente difícil reobtener.
Esas florituras enumeradas (seguramente obtenidas del departamento de economía
doméstica del Colegio de Maestros) habrían sido desaprobadas por el decano del
Columbia College en su comité de instrucción.
Lo paradójico es que si Nock lo hubiera sabido, Columbia College
en su día era la aproximación más cercana al ideal que establece en sus
lecciones. El currículum no exigía latín y griego. Sin duda, pero daba la
espalda al sistema de libre elección e imponía requisitos estrictos en
historia, matemáticas, ciencia, inglés y leguas extranjeras. Las asignaturas
principales tenían que aprobare para evitar un dispersión frívola de esfuerzos
en los cursos iniciales y (como he dicho) no se
alejaba la reserva hacia una fácil extensión a los cursos del Colegio de
Maestros. Discutiendo con amigos de Yale, Princeton y Harvard descubrí que ellos
tenían mucho más fácil esa dispensa que reprobaba Nock.
¿Cuál era en realidad su conexión con Columbia? La
investigación muestra que de 1930 a 1932 enesñó historia y política de los
Estados Unidos en el Colegio St, Stephen, entonces un afiliado distante, luego
independiente como Bard College. Al leer su libro se sobreentiende que Nock estaba
allí principalmente para provocar al presidente Butler, cuyas declaraciones había
estudiado con el ojo salvaje de un fiscal implacable. Por ejemplo, Nock no se
priva de retorcer una de las frases de Butler acerca del “nuevo tipo de
organización de la universidad”. La presenta de una forma siniestra para las
asignaturas no intelectuales y no formativas que había fustigado antes.
Eso no es a lo que se refería, ni mucho menos defendía,
Butler. Porque Butler era también un humanista y a su manera era tan bueno como
Nock. Y Nock, debo añadir, estaba algo cegado por su justa causa como para
olvidar algunas verdades acerca de la gran tradición que alababa y predicaba.
Sus universidades medievales no eran como él las presentaba.
Si hubiera dejado de usar su maravillosa imaginación, podría haber deducido que
las viejas facultades de derecho y medicina no eran sino escuelas vocacionales
(especialmente medicina). E incluso las letras y la teología estaban en buena
parte dedicadas a la “preparación para la vida”, que el rebaja de valor,
haciendo clérigos y escribas y pedagogos. Los Abelardos y Occams son siempre
raros y nunca la media. Las universidades son suficientemente buenas cuando les
permiten prosperar y encontrar discípulos.
Por supuesto, Nock tiene toda la razón en su tesis principal
y también en su profecía. Hemos estado viendo la degradación final de la
institución cuyo objetivo equivocado denuncia con esa mortal urbanidad. Sería
bueno obtener de él un capítulo 15, para añadirlo al 14 de su cuidado librito.
Sería importante y concienciaría socialmente sobre la universidad libre de politización.
Si tuviera un tablero de güija, ocuparía unas pocas tardes
tratando de obtener el texto de la fuente auténtica.
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Jacques
Martin Barzun (1907- ) es un historiador estadounidense de las ideas y la
cultura de origen francés. Estudió en la Universidad de Columbia y dio clases
allí. Durante años, junto con el crítico literario Lionel Trilling, llevó a
cabo el famoso curso de Grandes Libros. Jacques Barzun ha continuado
escribiendo sobre educación e historia cultural desde su jubilación de Columbia.
A los 84 años de edad, empezó a escribir su obra de 800 páginas From Dawn to
Decadence: 500 Years of Western Cultural Life, 1500 to the Present.
Esta crítica se escribió tres años después de que Barzun publicara
The American University: How It Runs, Where It Is Going, en la que
describe las inmensas demandas hacia la universidad probarte de la competencia
de sus miembros: estudiantes, facultad, administradores, alumnos, consejos de
adminsutración y el mundo político entre otros.
Esta crítica apareció originalmente en The Freeman, 1971, Vol. 21,
pp. 573-575.