Por Clifford F. Thies. (Publicado el 9 de diciembre de 2009)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/3885.
Se suele decir que todo economista que se gane su pan sabe
la Ley de Gresham (o, si es polaco, la Ley de Copérnico): “la moneda mala
desplaza a la buena”. Entendida en su sentido estricto, esta regla dice que
cuando el gobierno obliga a la gente a aceptar distintas formas de moneda a un
tipo de intercambio fijado por ley, circulará la forma de moneda que esté
sobrevalorada (la “mala moneda”), mientras que la forma de dinero infravalorada
(la “moneda buena”), no.
En la obra de Aristófanes, “Las ranas” aparece la expresión más
antigua conocida de esta regla:
“Con frecuencia nos parece que a
la ciudad le pasa con nuestros mejores ciudadanos lo mismo que con la moneda antigua
y el oro nuevo. En efecto, de éstas monedas, que no son falsas, sino las más
bellas de todas las monedas, según parece, y las únicas que están bien acuñadas
y son de mejor sonido, entre los griegos y los bárbaros, en todas partes, de ésas
no hacemos uso alguno, pero sí de estas detestables piezas de cobre, acuñadas
ayer o anteayer con pésimo cuño”. (Aristófanes: Las ranas,
traducida por José García López; Universidad de Murcia, 1993, p. 249)
En “Las ranas”, dos ciudadanos de Atenas descienden al Hades
con el propósito de resucitar a dos políticos muy respetados del pasado para
salvar a la ciudad-estado de sus actuales y corruptos dirigentes. Se dice que
los dirigentes actuales son como las monedas de metal común en circulación,
mientras que los del pasado son como las monedas completas de metales preciosos
que circulaban antes.
La monedas completas “eran de mejor sonido”, es decir cuando
se arrojaban contra una mesa sólida de madera, daban un sonido característico.
Pensemos en “Las campanas” de Edgar Allan Poe. El volumen, tacto y color de las
monedas era suficiente, en la mayoría de los casos, para distinguir las falsas
de las auténticas. Y estas monedas circulaban en el extranjero igual que en la
ciudad porque tenían un valor intrínseco. Por el contrario, las monedas
devaluadas eran imposibles de distinguir de cualquier falsificación, pues no
tenían cualidades distintivas y repugnaban a los extranjeros y a cualquiera no
obligado por ley a aceptarlas, igual que los políticos actuales.
El paisaje no dice realmente cómo vinieron las monedas de metal
común a reemplazar las monedas completas. Sin embargo, podemos deducir que la
audiencia sabía qué pasó, pues la obra era una comedia, no una lección de
economía. Por fuentes históricas, sabemos que Atenas se vio envuelta en una
serie de guerras contra Esparta y otras ciudades-estado griegas y que se vio
amenazada por Persia.
Los continuos gastos de estas guerras arruinaron el tesoro
de Atenas. Incluso los objetos de oro y plata del templo se refundieron como
moneda. Luego la ciudad recurrió a la devaluación y a las leyes de curso
forzoso obligando a aceptar las monedas devaluadas al precio de las monedas de
metales preciosos. Pronto las monedas sólo se refundieron en metal común.
La historia de las monedas devaluadas y su conexión con el
desequilibrio fiscal y la corrupción es perenne. El profeta Isaías (1:22)
escribe: “Tu plata se ha tornado escorias, tu vino mezclado está con agua”. La
escoria es la metal común. Las monedas de plata que circulaban antiguamente se
habían reemplazado por monedas de metal común. Los metales comunes podían
pulirse para parecerse a la plata, como en el caso de muchas monedas
contemporáneas de EEUU, pero esto sólo esconde la corrupción que de otra manera
se habría manifestado en las monedas.
Igualmente, el erudito islámico Ibn Taymiyyah (que puede
considerarse un precursor del wahabismo) escribió en un tiempo de continuas
guerras contra los cristianos al oeste y mongoles al este: “Si el gobernante
cancela el uso de cierta moneda y acuña otro tipo de moneda para el pueblo,
estropeará todas las riquezas que poseen”. Igual que Isaías y San Agustín, Ibn
Taymiyyah escribía en un tiempo de decadencia de su civilización y pedía una
revitalización y separación del mundo.
Hablando de los mongoles, es al Emperador Kublai Khan al que
debemos la invención del papel moneda. Marco Polo, que trajo noticia de esta
innovación a los europeos escribió en su diario de viajes “nadie, al peligrar
su vida, rechaza aceptarlo como pago”. Durante los últimos años del reinado de
Kublai Khan, las emisiones de papel moneda se hicieron excesivas y se produjo
un ciclo inflacionista.
Durante el reinado de su sucesor, el cuarto emperador
mongol, se llevó a cabo la primera “reforma monetaria” del mundo, con una
conversión forzada de la vieja moneda a la nuestra con una relación de cinco a
uno. La anterior prosperidad se vio también reemplazada por la corrupción y la
decadencia.
Después de la caída de la dinastía mongol n el siglo XIII y
la ascensión de la dinastía Ming en China, la historia registra otro hito en la
evolución de la moneda, la primera inscripción de una ley de curso forzoso en
papel moneda: “Este papel moneda será dinero y se usará en todo caso como si
fuera moneda de cobre”. Al inicio de la dinastía Ming, 17 unidades de papel
moneda equivalían a 15 unidades de moneda de cobre. Para el siglo XV, 5.000
unidades de papel moneda equivalían a 15 unidades de moneda de cobre. Las
condiciones económicas se deterioraron y el imperio sufrió las invasiones de
los tártaros.
Nuestra propia experiencia con leyes de curso forzoso se
remonta a los días de la colonia, cuando las colonias emitieron papel moneda
entonces llamado “billete de crédito”. La primera emisión fue en la colonia de
Massachussets en 1690, durante la Guerra del Rey Guillermo, cuando los colonos
ingleses de Massachussets pensaron en realizar una expedición para apoderarse
de Québec, entonces una colonia francesa. Se inscribió en los billetes. “Este
billete marcado de Cinco Chelines (…) tendrá un valor equivalente en dinero”.
Poco después de esta guerra llegó la Guerra de la reina Ana
y otra emisión de billetes de crédito. Luego llegó otra cuyo nombre ahora no
recuerdo y después otra más. Cada vez más billetes de crédito. Y, por supuesto,
acompañando a todos estos billetes estaba la inflación.[1]
A mediados de siglo, los ingleses limitaron la capacidad de
las colonias americanas para emitir billetes de crédito y se acabó la
inflación. Más tarde, en el siglo XVIII, las colonias americanas sufrían bajo
la carga de esta restricción británica de emitir papel moneda. Esta restricción
estaba entre los agravios incluidos en la Declaración de Independencia. De
acuerdo con Benjamin Franklin era el principal. Y así tuvieron una revolución.
Liberados de las restricciones exteriores para emitir papel
moneda, ¿saben qué paso? Como es obvio para quien no se arrodille ante el trono
del gran gobierno, hubo inflación. Y para obligar a la aceptación del papel
moneda, ¿saben qué pasó? Quienes no aceptaron el papel moneda emitido para cada
uno de los autoproclamados estados independientes en su Congreso Continental
fueron tratados como Lealistas y se les expropiaron sus propiedades.
Así que a la vista de de la inflación que estalló durante
los periodos de la Revolución y la Confederación, se llamó a una convención con
el fin de llegar a un nuevo acuerdo entre estados. Este acuerdo, entre otras
cosas, limitaba la capacidad de los gobiernos estatales para emitir papel
moneda y no otorgaba ese poder al gobierno federal. Lo remarcable en la
constitución que escribieron no es que sólo restringiera la emisión de papel
moneda durante cierto número de años (hasta que los Estados Unidos entraron en
el ciclo de guerra, déficit, inflación, corrupción y decadencia), sino que
restringiera la emisión de papel moneda durante tanto tiempo.
Así que permítannos que, con el mismo humor cruel, nos
riamos de nuestra condición de estadounidenses de la misma forma en que
Aristófanes lo hizo de la condición de los atenienses. Enviemos una delegación
al Hades para resucitar a Ludwig von Mises, Thomas Jefferson, John Locke y
Aristóteles para reemplazar a los políticos corruptos y devaluados que ahora
tenemos.
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Clifford F. Thies es el titular de la Cátedra Eldon R.
Lindsay de Libre Empresa en la Universidad de Shenandoah en Winchester,
Virginia.