Por Jarret B. Wollstein. (Publicado el 9 de febrero de 2010)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/4094.
[Este artículo se ha extraído de Society Without
Coercion]
La creencia de que el gobierno es necesario para asegurar el
orden social es una pura superstición, basada en un proceso
psíquico-epistemológico en nada diferente a las creencias en duendes y brujas.
(…)
Dejemos claro desde el principio que el gobierno no es otra
cosa que gente actuando de consuno. La moralidad y la valoración del gobierno,
igual que la de cualquier otra asociación de hombres, no sería mayor ni menos
que la moralidad y valoración de los hombres que lo integran. Como el gobierno
no es otra cosa que hombres, su autoridad intrínseca para actuar no es distinta
en modo alguno a la autoridad para actuar de los individuos aislados.
Si es ético que los policías del gobierno arresten a los
criminales sospechosos, también es ético que lo hagan los “policías privados”.
Si es ético que el gobierno busque y encarcele a hombres también es ético que
las organizaciones no gubernamentales lo hagan. El gobierno no tiene poderes
mágicos o autoridad que no tengan los individuos privados. Dejemos a quienes
afirman que el gobierno puede hacer lo que individuo no puede asumir carga de
la prueba y demostrar su afirmación.
La razón básica por la que un orden social podría aparecer y
aparecería en ausencia de gobiernos (como se conocen hoy) es el hecho de que el
hombre tenga una necesidad objetiva de un orden social y protección ante la
iniciación de fuerza. Esta necesidad objetiva crearía asociaciones humanas
produciendo orden en la sociedad. La ética y permanencia de estas asociaciones
vendrá determinada por la ética y racionalidad de los hombres que las crean y
trabajan en ellas, como en cualquier institución social.
Quizá el ataque más fuerte contra el “anarquismo” (sin duda
el más vitriólico) lo hizo Ayn Rand. En su artículo “La naturaleza del
Gobierno” escribe lo siguiente:
“Una variante reciente de la
teoría anarquista, que está confundiendo a algunos de los más jóvenes
defensores de la libertad, es un absurdo llamado “gobiernos en competencia”.
Aceptando la premisa básica de que los estatistas modernos (que no ven
diferencias entre las funciones del gobierno y las de la industria, entre la
fuerza y la producción y que defienden la propiedad pública de los negocios),
los defensores de los “gobiernos en competencia” toman la otra cara de la misma
moneda y declaran que como la competencia es tan beneficiosa para los negocios
también debería aplicarse al gobierno. En lugar de un solo gobierno en
monopolio, afirman, debería haber una serie de gobiernos en la misma área
geográfica, compitiendo por la lealtad de los ciudadanos, siendo cada uno libre
de “contratar” y apoyar el gobierno que él elija.
Recordemos que la limitación de
los hombres por la fuerza es el único servicio que un gobierno tiene que
ofrecer. Pregúntese qué significaría una competencia en la limitación por la
fuerza.
No podemos calificar a esta
teoría como una contradicción en los términos, pues es evidente que está
desprovista de cualquier compresión de los términos “competencia” y “gobierno”.
Tampoco podemos calificarla de de abstracción flotante, pues carece de
cualquier contacto o referencia a la realidad y no puede concretarse en
absoluto, ni siquiera en general o aproximadamente. Un ejemplo bastará:
supongamos que el Sr. Smith, cliente del Gobierno A sospecha que su vecino, el
Sr. Jones, cliente del Gobierno B, le ha robado; una patrulla de la Policía A
acude a la casa del Sr. Jones y se encuentra en la puerta una patrulla de la
Policía B, que declara que no aceptan la demanda de Sr. Smith y no reconocen la
autoridad del Gobierno A. ¿Qué ocurre entonces? Siga usted”.
Una vez superada la retórica típicamente cáustica de la Sra.
Rand (que sólo indica que la Sra. Rand es bastante hostil a lo que ella
califica equivocadamente como “gobiernos en competencia”), descubrimos que esencialmente
tiene un argumento. La Sra. Rand afirma que lo que se califica adecuadamente
como “agencias en competencia en la limitación por la fuerza” o un libre
mercado de la justicia no funcionarían, porque las agencias en competencia
acabarían protegiendo a criminales y atacándose entre sí. Sólo podemos
calificar a esto como un argumento de hombre de paja.
La situación que “describe” la Sra. Rand es evidentemente
absurda. Si las agencias en competencia en la limitación por la fuerza
protegieran a criminales, no habría agencias en competencia en absoluto. Serían
bandas de criminales, pura y simplemente.
Además, sería una completa locura que la gente se
“suscribiera” a bandas criminales en competencia para vivir en el mismo
“campo”. En este sentido, la Sra. Rand tiene razón. Sin embargo, lo que yo y
cualquier otro defensor de una sociedad sin coacción estamos defendiendo no
son “gobiernos en competencia” (un término equivocado) o “bandas de criminales
en competencia” (una monstruosidad ética) sino “agencias en competencia en la
limitación por la fuerza”, de lo que en realidad la Sra. Rand no se ha ocupado
en absoluto.
En la situación descrita antes, en la que los vecinos se
suscribieron a distintos departamentos de policía, lo que es seguro (si fueran
realmente departamentos de policía operando sobre una ley objetiva, en lugar de
bandas de criminales operando sobre las reglas de la banda, que es lo que
describía la Sra. Rand) es que la Policía B aceptaría la validez de la Policía
A, o en realidad la de cualquier departamento de policía con buena reputación,
y cooperaría con ella en el arresto del Sr. Jones. La Policía Bsin duda no
protegería al Sr. Jones de la justicia si hubiera evidencia objetiva de que
éste hubiera cometido un delito, ni la Policía A procedería al arresto del Sr.
Jones salvo que hubiera dicha evidencia. De esta forma, la ley objetiva
eliminaría los “tiroteos” coactivos.
Una vez que empiecen a funcionar los departamentos de
policía en competencia, se crearían los procedimientos operativos normalizados
para ocuparse de esos casos. Se nos ocurren al menos dos posibles
procedimientos: o bien se estipula que el departamento de policía al que está
suscrito un hombre sería el único que podría encarcelarle, o se estipula que el
departamento de policía donde se puso la denuncia le encarcelaría.
En su extremo, habría pocos motivos para que los policías se
jugaran la vida por un presunto ladrón y si los departamentos de policía en
competencia operaran como ilustra falsamente la Sra. Rand, rápidamente cerrarían
el negocio debido al desgaste que supone el ritmo de policías muertos en “acto
de servicio”.
Éste es uno de los fallos en el argumento de la Sra. Rand.
Otros problemas incluyen su fracaso en explicar exactamente cómo el gobierno
puede éticamente prohibir las agencias en competencia en la limitación por la
fuerza o qué es lo que impide que la policía del estado se tirotee con la del
condado en situaciones similares. Está claro que tanto las premisas como la
lógica de la Sra. Rand son erróneas en este caso.
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Jarret B. Wollstein trabaja como escritor independiente y
especialista en marketing de correo directo. Es fundador y director de la International Society for Individual Liberty
(ISIL), una organización internacional en red de derechos humanos y libre
mercado con miembros en más de ochenta países. Es autor de cientos de artículos
y cuatro libros, incluyendo Society Without Coercion
(1969).
Este artículo se ha extraído del capítulo 2 de Society Without Coercion: A
New Concept of Social Organization (Society for Rational Individualism,
1969).