Por C.J. Maloney. (Publicado el 1 de marzo de 2010)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/4133.
[Complicit: How Greed and Collusion
Made the Credit Crisis Unstoppable • Mark Gilbert • Bloomberg Press, 2010 •
192 páginas]
Complicit, de Mark Gilbert,
jefe de la oficina de Londres de noticias financieras de Bloomberg es un libro
inusual, un libro relativo a nuestro recientemente acabado auge especulativo
que todavía podemos ver en las playas. Usando el peculiar talento inglés de
provocar la risa usando un desdén burlón (se refiere a los últimos bobos en
comprar dentro de la manía como “los traseros”), el Sr. Gilbert lleva al lector
a viajar por cuentos casi imposibles de creer de avaricia, estupidez y tragedia
a lo largo de once capítulos cortos y atractivos.
El libro se nos aparece en una
serie de breves y ruidosas ráfagas: cada capítulo esta a su vez dividido en
subsecciones como “Ten cuidado con lo que deseas” o “El LIBOR se congela”. El
hecho de que el Sr. Gilbert, como indica la lengüeta de la sobrecubierta, toque
el bajo es una banda de rock tiene mucho
sentido, pues esta propuesta cae en un subgénero híbrido extravagante (el Joey
Ramone del Mersey) que queda en algún lugar entre The Jam y Roger Lowenstein
Complicit es un frenético viaje a
lo largo de la calle de la memoria, incluso para quienes estuvimos en medio de
eso. Aunque yo personalmente vi cómo un orgulloso Lehman Brothers se
transformaba en un cadáver a la velocidad del apalancamiento, me encontré cada
vez más asombrado al leer la lista alfabética de acrónimos rescatados: cada
página era un recordatorio de cuánto había olvidado ya.
Naturalmente quienes tengan
mentalidad austriaca estarán en desacuerdo con casi todas las conclusiones de
Gilbert acerca de lo que pasó antes, durante y después de la Gran Moderación.
Pero la importancia de leer libros con los que estamos en desacuerdo excede a
la de leer otros que te hacen coro. Aumenta tu comprensión de cualquier asunto
ver cómo ven otros las cosas y, mas importante, te da acceso a algunas grandes
lecturas.
El mejor capítulo es el número
diez, Los gigantes caen, en el que el Sr. Gilbert recrea el colapso de
Bear Stearns, Lehman y AIG (seamos honrados: todos los gigantes
financieros de primera línea colapsaron), junto con la respuesta ad hoc y
completamente alegal de la Reserva Federal.
El tono del libro se ajusta
exactamente a los acontecimientos que describe: se lee como un torbellino de
locuras entrelazadas y eso armoniza perfectamente. Si estuvieras allí, si
tomaras taxis para tomar comida elegante y los aviones en excursión al paraíso,
si abrazas tu bonus fuerte antes de lanzarlo al aire, sabes que un torbellino
de locuras entrelazadas es exactamente como te sentías.
Cruel para ser amable
Hace tiempo que Estados Unidos vio como Lady Liberty cambió
su antorcha de oro por una barra de baile, mejor para moverse en la entrepierna
que marca el ignorante y vaciar sus bolsillos con distracciones morbosas. El
Sr. Gilbert, aunque al otro lado del charco, husmea la eterna locura a la que
apestamos, advirtiendo que el noticia de 2005 de la chica Playboy Jaime
Westenhiser ed que abandonaba el negocio de la carne para entrar en el
inmobiliario. Como explica Gilbert: “Igual que los limpiabotas (…) ofrecían
consejos de bolsa (…) antes del Gran Crash de 1929, una stripper señalaba el
fin del mercado de la vivienda en EEUU” (pagina 23). En lugar del Coronel Kutz gritando
“¡El horror! ¡El horror!”, Complict sostiene “¡El absurdo! ¡El absurdo!”
Cuando su sangre está en pleamar, el Sr. Gilbert muestra el
ingenio mordaz por el que se conoce a su pueblo. Ridiculiza como “vendedores de
feria” (p. 5) a los matematletas que introducen aún más complejidad en los
mercados financieros “cada vez que Microsoft Corporation actualiza el software
de su hoja de cálculo Excel para acomodar más celdas, filas y columnas” (p. 5).
Todos ellos ocupados maniáticamente sólo para crear “una estrategia de
inversión adaptada a tu paranoia y entusiasmo particular” (p. 35).
Haciéndose eco de descripciones sobre cómo el juego absorbió
pueblos enteros durante otras manías, asimila el mercado de derivados a “un
casino (…) tenían el tufillo de un timo bancario nigeriano” (p. 37). Se burla
del aspecto demacrado del gobernador del Banco de Inglaterra y chico listo,
Mervyn King, recién salido de una reunión del colapsado banco Northern Rock:
“parecía como si no hubiera dormido durante semanas. Una corrida bancaria era
realmente el objeto de las pesadillas de los bancos centrales” (p. 126). Cuando
el Sr. Gilbert da en el blanco, da muy duro.
De una brillante descripción de cómo el banco se aplastó
bajo el peso de su propia estupidez. Los directores de Northern Rock
encontraron prudente prestar el 125% de valor de las viviendas en hipotecas,
jugando con sus deudores en un mercado de la vivienda sobrecalentado. El Sr.
Gulbert insiste, y sin duda tiene razón, que la mayoría de la gente que
trabajaba en Northern Rock era honrada. “No había un esquema piramidal” (p.
121).
A pesar de todo, condena correctamente el rescate resultante
apuntando, no sólo al daño a largo plazo que causó a la economía de Inglaterra,
pues “el sistema pierde su capacidad de moderar el comportamiento futuro” (p.
122), sino también por su injusticia implícita, ya que “los contribuyentes de Reino
Unido estaban en el gancho de la contracción del crédito” (p. 122) por deudas
de juego con las que no tenían nada que ver. Su sentimiento de indignación por
el “hombre pequeño” es admirable y se muestra a menudo.
Northern Rock de hecho (y en opinión del pensamiento
económico austriaco), era parte de un sistema financiero global felizmente
dedicado a tomar unas copas animado por la inflación que, como apuntaba antes
el Sr. Gilbert, “estaba creciendo vertiginosamente en una enorme pirámide
invertida, con un diminuto triángulo de dinero real en la base tratando de
apuntalar las múltiples capas de deuda y derivados” (p. 74). La misma banca de
reserva fraccional es un esquema piramidal por su propia naturaleza y el autor
parece intuirlo. “La verdad (…) su dinero no está sentado pacientemente en el
sótano del banco, esperando para correr escaleras arriba hasta el cajero
automático cuando usted retira fondos. Su dinero se lo está pasando en grande
en el casino financiero global, borracho de apalancamiento y hasta arriba de
liquidez” (p. 83-84).
Si eso no es una pirámide de fraude, entonces ¿qué es?
Échale la culpa a Caín
Como creyente en un patrón oro (una creencia considerada por
casi todos en el mundo occidental como unas orejas de burro) casi todos mis
desacuerdos con el Sr. Gulbert se refieren al dinero. Igual que en todas las
locuras especulativas, es el dinero lo que está en el corazón de la historia
del auge. Y sin una explicación lúcida al lector acerca de qué es exactamente
el dinero, no está completa ninguna historia de ningún boom.
En relación con esta cuestión siempre importante, Complicit
es una burla. Al primer disparo del libro, el Sr. Gilbert declara que “¿de
dónde viene el dinero?” es una “pregunta clave” a responder (p. 1). Y la responde,
apuntando perfectamente que “los bancos centrales [son] responsables de dirigir
la política monetaria global” (p. 46). Aún más tentador es que escribe
adecuadamente que “nunca ha habido ni de cerca tanto dinero como parecía haber
(…) era todo una ilusión” (p. 1). Aún así, a pesar de alguna rápida visión de
la piel monetaria, el libro en conjunto es una mojigata frígida. Ni “dinero” ni
“crédito” se consideran suficientemente importantes como para siquiera listarse
en el índice del libro.
Es extraño; el Sr. Gulbert es completamente consciente de
que el dinero fue el quid del boom.ve que mientras “las semillas de la crisis
global se sembraban en el mercado de la vivienda” (p. 9) los “cimientos del
boom de la vivienda se desmoronaron fácilmente porque estaban realizados con
dinero prestado” (p. 11).Nos recuerda que no fue sólo el mercado de la vivienda
el que se emborrachó con dinero fácil, pues “hubo inundaciones de liquidez en
todas partes del mercado financiero” (p. 133). ¿Y quienes lo hicieron posible sino
los banqueros centrales (que eran “responsables de dirigir la política
monetaria global”) y los políticos que les nombraron (p. 115)?
Aún así, al contrario que la galería de granujas de Gilbert
de consejeros delegados bancarios miopes, traders idiotas, inversores chiflados
y reguladores sin carácter, los banqueros centrales y políticos que eran los
lunáticos chalados detrás del telón quedan impunes. Mientras que el autor les
reprende suavemente por no llevarse el bol de ponche una vez que la fiesta
empezó a salirse realmente de madre, nunca pregunta por qué estaban sirviendo
el veneno para empezar. Esto es porque nunca pregunta qué es el dinero.
El último capítulo da una última burla, un breve grito por
la vuelta de lo que llama (correctamente) “un verdadero modelo capitalista”
para “permitir al libre mercado dictar el precio del dinero en todas partes”.
El mismo pensamiento de esa libertad, sin embargo, rápidamente se desecha pues “la
prevalerte falta de confianza en la racionalidad del mercado (…) podría hacerlo
aún más impopular que el sistema actual” (p. 169).
Como escribió una vez su compatriota en las Cato’s
Letters, “si nuestro dinero se va, gracias a Dios, quedan nuestros ojos”.
Me gustaría que el Sr. Gilbert caminara por el valle del dinero, volviera a
casa y nos dijera qué vieron sus ojos y luego respondiera por qué un libre
mercado en dinero “podría hacerlo aún más impopular” que los monopolios
aprobados por el gobierno con los que nos vemos obligados a operar actualmente.
¿Para quién sería la libertad de elegir “más impopular” y por qué? ¿por qué no
permitir a las masas trabajadoras decidir el asunto, en lugar de tener una
autoridad central que se lo dicte?
Por ahora, el no dar el dinero el respeto que se merece deja
al Sr. Guilbert ofreciendo sugerencias para evitar que se repitan los efectos
del auge, pero olvidando cualquier fórmula de remediar su causa monetaria.
Ruina y recuperación
En su revisión en forma de libro de La riqueza de las
naciones de Adam Smith, P.J. O’Rourke fustiga su último capítulo, aquel en
que Smith “cediendo a la tentación de bajar del Olimpo”, baja de su sublime
percha metafísica y dispensa algunas sugerencias políticas prácticas, lo que es
siempre una propuesta arriesgada.
El Sr. Gilbert navega esos mismos mares inhóspitos en su capítulo de cierre, “Conclusiones
y propuestas políticas”.
La principal sugerencia política de Gilbert naturalmente se
dirige contra sus villanos (los banqueros) y es fortalecer el control político
(p. 163). A sus ojos esto deriva de la misma naturaleza del la banca, pues “las
finanzas son demasiado peligrosas e importantes como para permitirles crecer
sin control” (p. 168).
A medida que avanza el capítulo, cambia bruscamente a una
continuación inconexa, preguntando “qué proporción de posiciones importantes en
un banco ocupan las mujeres” y sugiriendo que un “un sistema de cuotas obligado
por el gobierno (…) podría merecer la pena probarse” (p. 173). Quizá el toque
femenino calmaría la volatilidad del mercado.
Con esta caballerosa solicitud a favor del bello sexo,
Gilbert (abruptamente y sin previo aviso) termina Complicit de golpe.
Tiré el libro cerrado, agradado por este perfecto final, aunque no podía ubicar
exactamente por qué me sentía así. Me tomo algo pensarlo hasta que finalmente
me di cuenta: me trajo recuerdos de los Replacements (la primera banda punk de
los 80) y su costumbre durante los conciertos de aguijonear a la masa, acabando
un concierto interpretando, pro ejemplo, “Yummy Yummy Yummy” una y otra vez
hasta que la audiencia se enfurecía o se descontrolaba.
Hasta Complicit nunca había leído un libro,
especialmente sobre mercados financieros, que acabara enseñándome el dedo
medio.
A pesar de dejar algunas cuestiones importantes sin tocar
(cuestiones que me hubiera gustado ver que intentaba un escritor con la
capacidad de Gilbert), Complicit es una entusiasta y divertida vista atrás
hacia la carrera de siturbios de la Gran Moderación, filtrada por la mente de
alguien que trabajó en medio de ella. Y acabara la historia de la misma forma
en que acabó el auge para tantos sólo resalta el talento que hace a Complicit
una lectura tan agradable.
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C.J. Maloney vive y trabaja en Nueva York. Tiene un blog sobre Libertad y Poder
en la web History News Network. Su primer libro (sobre Arthurdale, West
Virginia, durante el New Deal) se publicará en febrero de 2011 por John Wiley
& Sons.