Por John Chamberlain. (Publicado el 27 de abril de 2010)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/3840.
[My Years with Ludwig von Mises • Margit von Mises • Ludwig von Mises Institute (2007) • 191 páginas. Esta crítica apareció originalmente en The Freeman, 1977]
El libro de Margit von Mises acerca de su marido, es ante todo, un recuerdo profundamente tierno del lado humano de un genio. Aunque Mises era “Lu” para sus fieles amigos como Henry Hazlitt y Larry Fertig, no era un hombre que expusiera su intimidad. Podía ser hermosa e incluso divertidamente explícito acerca de todo tipo de asuntos (¿quién puede olvidar su disquisición sobre la producción –y los placeres resultantes– del champán?), pero cuando se trataba de sí mismo no decía una palabra. Se rumoreaba que tenía una debilidad (algunos dijeron que casi perdonaba al estado austriaco por subvencionar la ópera), pero su implacable constancia con las ideas generales parecía excluir las preocupaciones privadas. Cuando murió en 1973, hubo innumerables homenajes a su obra, pero no mucho acerca de él como ser humano.
El deseo de acercar al verdadero Mises a sus amigos se convirtió casi en una obsesión con Margit von Mises. Ella conocía como nadie la necesidad de amor y afecto de su marido y también sus indecisiones. Como ella decía, no vivieron en el paraíso. Durante un largo noviazgo que prácticamente coincidió con las prolongadas agonías de una Austria que estaba esperando a que acabara la depresión y un Hitler dispuesto a apoderarse de ella, Margit sufría mientras Lu “luchaba contra sí mismo”. Estaba profundamente enamorada de él, pero él tenía que tomar una decisión que le atemorizaba.
El trabajo que se había atribuido incluía nada menos que la completa destrucción del socialismo como sistema de ideas respetable. Consideraba su vocación como un sacerdocio. Tenía dos hijos de un matrimonio anterior que habrían alterado un hogar tranquilo. Aunque tenía tiempo para diversiones (hacían montañismo juntos), a veces ella no le veía durante semanas. Ella estuvo un tiempo en Londres para refrescar su inglés y graduarse como traductora de obras de teatro para el teatro de Viena. Él, sabiendo que Austria estaba condenada, dejo Viena en 1934 para unirse a la facultad del Profesor William Rappard en el Institute des Hautes Etudes de Ginebra.
Cuando finalmente se casaron, después de innumerables separaciones, el resultado fue para Margit un anticlímax feliz: Lu se adaptó al matrimonio más rápidamente que ella. Él nunca aludió a los trece años de noviazgo durante los treinta y cinco de su matrimonio, un silencia que ella sigue considerando incomprensible. Lu tenía a veces un temperamento volcánico que no tenía nada que ver con el de ella, pero el contraste entre ambos les hizo sentirse complementarios. “Soy el toque humano en tu vida”, decía ella. “Eres más que eso”, decía él, “siempre estás de buen humor”.
La historia de las ideas
Margit Mises dice que su libro apenas contesta a ninguna cuestión acerca de la economía. Quizá no, pero responde al menos a mil preguntas acerca de la historia de la economía. Su historia resultará indispensable para cualquiera que quiera entender un cambio de pensamiento que puede ser, al final, la salvación de Estados Unidos y todo el mundo occidental. La convulsión que envió a todos los exponentes vivientes de la escuela austriaca de economía de Carl Menger a Ginebra y Londres, a Nueva York y Chicago, se produjo en un momento en que el keynesianismo había relegado prácticamente al pasado la economía liberal clásica.
Es perfectamente cierto que la economía estatista tuvo a sus enemigos nativos en el Londres de Lionel Robbins y el Chicago de Henry Simons, Frank Knight y Milton Friedman. Pero ¿qué fenómeno tuvo el efecto del famoso seminario de mises en la Universidad de Nueva York, que duró de 1948 a 1969? Decenas de jóvenes disidentes de las convenciones keynesianas aceptadas agudizaron su sentido de la lógica económica a los pies de Mises. E hicieron mucho más que eso. También aprendieron, como explica una carta citada por Margit Mises, que “el ámbito de la ética no es algo que quede fuera de lo que es la acción económica”. Un apunte en una agenda (el de Jack Colman, un ingeniero doctorado en economía) muestra a Mises diciendo
uno de los prerrequisitos para una maestría en economía es un conocimiento perfecto de la historia, la historia de las ideas y de la civilización. Para conocer bien un campo, debemos también conocer otros.
Alrededor del mundo
La decantación de las ideas es un asunto siempre fascinante y Margit von Mises añade decenas de detalles que permitirán a sus lectores apreciar la penetración de la filosofía de Mises en los lugares más improbables. Si alguna vez Latinoamérica recobra su sentido económico, los dos meses de Mises en México, que Margit describe con gran sentimiento, tendrán mucho que ver. Y si Marx alguna vez es abandonado en lugares ahora detrás del telón de acero y de bambú, será por la percepción esencial de Mises de que el problema del cálculo económico es imposible de resolver bajo el socialismo. El comunismo depende para su comercio de las economías libres para fijar precios y si no hubiera tráfico transfronterizo con el malvado capitalista el mismo concepto de planificación socialista se convertiría en un desastre por falta de varas de medir.
Esta verdad, adelantada en un libro de Mises traducido del alemán con el título español de El socialismo produjo una profunda impresión a Hayek, Roepke y tros que lo leyeron a principios de los veinte. Fue un poco antes que presentaran a Margit a Lu, pero la historia de la influencia del libro en la generación de Hayek se cubre en un homenaje a Mises con el que Hayek contribuye como apéndice a las memorias de Margit.
La acción humana
Para Hayek, El socialismo sigue siendo la “contribución más decisiva y memorable de la carrera del Profesor Mises”. Pero piensa que La acción humana, que cubre un campo más amplio que la economía política, probará a largo plazo ser tan importante como ha sido El socialismo. Margit Mises cuenta toda la historia de la publicación de La acción humana en Estados Unidos. Fue por la anormal osadía de Eugene Davidson por lo que la Yale University Press se atrevió a aceptar La acción humana, a pesar de las doctrinas keynesianas y marxistas que prevalecían en los campus en los cuarenta. Después de que Davidson abandonara New Haven para ir a Chicago, Yale hizo una lamentable segunda edición de La acción humana. Margit hace la pregunta pertinente: ¿Quién fue el culpable de hacer la increíblemente mala edición? Mises se sintió profundamente dolido por lo que llamó “escandalosa incompetencia”.
Margit Mises sabe describir a los personajes y su libro está lleno de personalidades atractivas: Leonard Read, Hans Sennholz, Henry Hazlitt, Larry Fertig, Murray Rothbard, Sylvester Petro, Percy y Bettina Greaves, Albert Hahn y Philip Cortney, todos los cuales fueron amigos y muchos de ellos alumnos de Mises. Aparecen y reaparecen mientras Margit Mises nos cuenta los viajes y seminarios de su marido. Más que una memoria total, Margit Mises tiene un memoria significativa. Su propia historia como joven actriz en los escenarios de Viena y Hamburgo durante la Primera Guerra Mundial y después evocan un mundo olvidado. Ella dice que es una escritora aficionada, pero realmente tiene las habilidades de cualquier profesional. Esos años en que traducía obras teatrales en Viena han dejado huella.
John Chamberlain (1903-1995) fue un periodista estadounidense, autor de libros sobre capitalismo y considerado como “uno de los más relevantes críticos literarios de Estados Unidos”. Influenciado por Albert Jay Nock , atribuyó a las escritoras Ayn Rand, Isabel Patterson y Rose Wilder Lane su “conversión” a lo que llamaba “una vieja filosofía estadounidense” de ideas libertarias. Junto con sus amigos Henry Hazlitt y Max Eastman ayudó a promocionar el trabajo de F.A. Hayek escribiendo el prólogo a la primera edición estadounidense de Camino de servidumbre en 1944. En 1946, Leonard Read, de la Foundation for Economic Education, fundó una revista sobre libre mercado llamada The Freeman, recuperando el nombre de una publicación que había dirigido Albert Jay Nock. Sus primeros directores incluyeron a Chamberlain y Herny Hazlitt. Después de cesar como director, Chamberlain continuó con su columna periódica para la revista, "A Reviewer’s Notebook".
Esta crítica apareció originalmente en The Freeman, 1977.