No seguir la corriente

Por Doug French. (Publicado el 24 de mayo de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4435.

 

Quien siga los mercados financieros tiene que preguntarse a veces “¿Qué piensa la gente? ¿Cómo llegan a tomar esas decisiones?”

Es difícil imaginar que John Muth y Robert Lucas elaborarán lo que se conoce como “teoría de las expectativas racionales”, donde, como es explica en Wikipedia,

Se su pone que los resultados que se prevén no difieren sistemáticamente de los del equilibrio del mercado. Es decir, supone que la gente no comete errores sistemáticos al predecir el futuro y las desviaciones de la previsión perfecta se producen al azar.

Muth y Lucas deberían ver programas diarios en los canales financieros como Mad Money, de Jim Cramer, que supuestamente ayuda a los inversores individuales o Fast Money, de la NBC, un programa claramente dirigido a los especuladores. Ningún televidente puede ver estos programas e irse creyendo “la gente no comete errores sistemáticos al predecir el futuro”.

Igualmente mientras los mercados financieros han sido una serie de burbujas especulativas a medida que la Reserva Federal creaba dinero hasta el infinito, los economistas de las expectativas racionales Robert Flood y Robert Hodrick concluyen audazmente: “Las actuales pruebas empíricas para burbujas no indican claramente que existen burbujas en los precios de los activos”.

La hipótesis de los mercados eficientes (EMH, por sus siglas en inglés) es la escuela de las expectativas racionales del mundo de la inversión. La hipótesis de los mercados eficientes dice que los mercados financieros son “eficientes informativamente”, afirmando que no se pueden lograr constantemente retornos por encima de los retornos del mercado en una base ajustada al riesgo.

Bob Murphy escribió recientemente en Mises.org acerca del economista de la Escuela de Chicago Eugene Fama, que es el padre de la hipótesis de los mercados eficientes.

Fama no es un premio Nobel, pero fue el coautor del libro de texto The Theory of Finance con el Nobel Merton H. Millar y él mismo ganó el Premio Deutsche Bank de economía financiera en 2005, así como el Premio Morgan Stanley–American Finance Association de 2008.

Fama fue entrevistado por John Cassidy, del New Yorker, en lo que fue la base para el artículo de Murphy.

Cassidy preguntó a Fama cómo pensaba que se había sostenido la hipótesis de los mercados eficientes durante la reciente crisis financiera múltiple. Fama dijo:

Pienso que lo hizo bastante bien en este episodio. Los precios empezaron a caer por adelantado cuando la gente entendió que era una recesión y luego continuaron declinando. No hubo nada inusual en ello. Era exactamente lo que esperaríamos si los mercados fueran eficientes.

Cuando Cassidy mencionó la burbuja crediticia que llevó a la burbuja inmobiliaria y su posterior explosión, el famoso profesor dijo:

Ni siquiera sé qué significa eso. La gente que tiene crédito tiene que obtenerlo en alguna parte. ¿Significa una burbuja crediticia que la gente ahorra demasiado durante ese periodo? No sé lo que quiere decir una burbuja crediticia. Ni siquiera sé qué significa una burbuja. Esos términos se han hecho populares. No creo que tengan ningún significado.

“Pienso que la mayoría de las burbujas se ven al cien por cien en retrospectiva”, dijo Fama a Cassidy. Cuando se le pidió que clarificara si pensaba que pueden existir las burbujas, Fama contestó “[Las burbujas] tienen que ser fenómenos predecibles”.

No sé lo que ha estado fumando en Profesor Fama o su simplemente niega o no pone atención, pero, especialmente desde que Richard Nixon abandonó la paridad del dólar con el oro, ha habido una burbuja y explosión tras otra.

Y está claro que en un auge la gente se vuelve loca. Otro término para las burbujas es manía, y de acuerdo con el Webster’s, se define la “manía” en un individuo como una “excitación de proporciones psicóticas manifestada por hiperactividad física y mental, desorganización del comportamiento y elevación del humor”.

Robert Pretcher, en su libro View From The Top of the Grand Supercycle, apunta que la manía se refiere específicamente a “la fase maníaca” de las psicosis maníaco-depresivas”.

Los economistas Kevin McCabe y Colin Camerer, se unieron al neurocientífico Read Montague para hacer un estudio de los mercados financieros en el que a los sujetos al experimento les dieron 100$ para invertir, tomando decisiones en 20 mercados distintos. Montague y los dos economistas usaron precios históricos de mercado, midiendo las respuestas cerebrales y de comportamiento a ellos.

Los investigadores estaban especialmente interesados en cómo los sujetos responderían a mercados que muestren burbujas y crashes. Los cerebros de los sujetos fueron escaneados mientras creaban y reaccionaban a burbujas de mercado en sus inversiones. Cincuenta y dos personas realizaron el juego de la inversión en los escáneres pero no tenían idea de que estaban jugando con mercados históricos reales.

Dos de los mercados usados en la simulación fueron particularmente brutales para los cincuenta y dos participantes: la caída de la bolsa de 1987 y el crash de 1929. Ninguno de los sujetos ganó dinero en la simulación del crash de 1929 y muchos perdieron más de la mitad de su portfolio.

“Este mercado”, explica Montague, “de los veinte usados, calmaba los mecanismos de decisión de los sujetos hasta una especie de somnolencia y luego ¡pam! Adiós, dinero”.

La variable que influyó más en el comportamiento en el juego de la inversión en todos los mercados fue… el remordimiento. El remordimiento fue un factor importante cuando los sujetos cambiaron sus inversiones y también “se puso de manifiesto una señal neuronal extremadamente en una región del cerebro que recompensa la toma de decisiones, el putamen ventral, el mismo lugar en que aparecen las señales de error en la predicción de recompensas”.

Montague cree que esto es significativo porque como los juegos de apuesta evolucionaron para “explotar las fragilidades de nuestra maquinaria biológica de valoración y toma de decisiones”, el mercado de 1929 “golpeó a un tipo de frágil ‘punto dulce’ de máquina de evaluación y decisión en el cerebro del sujeto”.

El remordimiento, en este caso, es la diferencia entre el valor de lo que es y lo que podía haber sido. Es importante a causa de la dopamina, que en un producto químico en el cerebro que ayuda a los humanos a decidir cómo realizar acciones que generarán recompensas en el momento preciso.

La gente no recibe un golpe de dopamina cuando obtiene lo que espera, sólo cuando recibe un beneficio inesperado. Así, como escribe Jason Zweig en Your Money and Your Brain, los adictos a las drogas ansían dosis cada vez mayores para lograr la misma satisfacción “los inversores tienen tales ansias por obtener acciones de crecimiento rápido con ‘tendencias positivas’ o ‘crecimiento acelerado de ganancias’”. También la dopamina se agota si la remuneración esperada no se materializa.

El cerebro tiene 100.000 millones de neuronas y sólo una milésima parte de un 1% producen dopamina, pero “esta minúscula minoría neuronal tiene un enorme poder sobre nuestras decisiones de inversión”, advierte Zweig.

A la dopamina sólo le cuesta un veinteavo de segundo llegar a nuestros centros de decisión, estimando el valor de una recompensa esperada y lo que es más importante, nos impulsa a la acción para conseguir ese premio. “Hemos evolucionado para ser así”, explica el psicólogo Kent Berridge, “el conocimiento pasivo del futuro no es suficiente”.

El efecto e todo esto es aquello a lo que se refiere Zweig como “la adicción a la predicción”. Los humanos odian el azar. Queremos predecir lo impredecible, lo que se origina en los centros de dopamina del cerebro reflexivo, según Zweig, llevando a los humanos a ver patrones donde realmente no existe ninguno.

Todo el campo del análisis técnico que adopta Wall Street se basa en el deseo humano de predecir y cuando se ven dos recurrencias en la repetición, la gente cree (o quiere creer) que hay una tendencia que pueden aprovechar.

Cuando se da drogas a los pacientes de Parkinson para permitir que sus cerebros sean más receptivos a la dopamina, tienen el deseo insaciable de apostar. Cuando se eliminan esas drogas, el juego acaba inmediatamente. Pero por desgracia, cuando obtenemos lo esperado no recibimos ninguna dopamina.

Estos neurólogos no hablan acerca de la teoría austriaca del ciclo económico. Por eso nos dirigiremos a Ludwig von Mises, que explica que cuando el banco central rebaja los tipos de interés por debajo del tipo natural de interés, generado por una expansión de la liquidez,

la caída en los tipos de interés falsifica el cálculo del empresario. (…) El resultado de dichos cálculos lleva por tanto a error. Hace que parezcan rentables y realizables algunos proyectos, que con un cálculo correcto basado en un tipo de interés no manipulado por la expansión crediticia se habrían mostrado como irrealizables. Los empresarios se embarcan en la ejecución de dichos proyectos. Se estimulan las actividades económicas. Empieza un auge, un boom.

Los neurocientíficos computacionales añadirían que no sólo los proyectos parecen rentables en el papel sino también que se libera dopamina en los cerebros de los empresarios al anticipar futuros beneficios.

Después de todo, está arraigado en el cerebro colectivo público de los negocios y la inversión que la rebaja de los tipos de interés reales a corto plazo, y en algún caso a largo plazo, tendría un impacto amplio y profundo en toda la economía.

Por ejemplo, el economista ortodoxo Dr. Yoshi Fukasawa, de la Midwestern State University escribe:

Tipos de interés más bajos estimulan la inversión en negocios al ahcer rentables más proyectos de inversión.

Los costes de intereses reducidos significan que se comprarán más máquinas y equipos, se construirán más fábricas y almacenes y se abrirán más edificios de tiendas y apartamentos.

Los negocios pueden asimismo aumentar la producción a causa de un menor coste de financiación de los inventarios. Así, una caída de los tipos de interés aviva la inversión y la producción.

Tipos de interés más bajos también inducen a los inversores a alejarse de los intereses que producen los CDS y bonos y comprar acciones, generando un auge del mercado bursátil. Por esta razón, los inversores en bolsa generalmente apoyan las noticias de un tipo de interés más bajo. Los valores más altos de las acciones, a su vez, hacen más fácil a los negocios emitir más acciones para financiar la inversión adicional.

Como escribía Ludwig von Mises en The Causes of the Economic Crisis,

El tipo de interés moderado pretende estimular la producción y no causar un auge en el mercado bursátil. Sin embargo, los precios de las acciones aumentan antes que nada. Al principio, los precios de los productos no se incluyen en el auge. Hay auges bursátiles y beneficios bursátiles. Aún así, el “productor” no queda satisfecho. Envidia al “especulador” su “fácil beneficio”. Quienes están en el poder no están dispuestos a aceptar esta situación. Creen que la producción se ve privada del dinero que está afluyendo al mercado bursátil. Además, es precisamente en el auge del mercado bursátil en el que se esconde esa serie amenaza de crisis.

Así que el exceso de liquidez creado por el banco central se invierte en acciones. A medida que aumentan los precios de estas acciones, los niveles de dopamina  aumentan ante la expectativa de ganancia y se ofrece más por acciones de más riesgo por inversores porque debe tomarse más riesgo para conseguir la misma dosis de dopamina y el mercado genera una burbuja.

El mundo moderno de los mercados financieros es una larga serie de interminables auges y caídas. Pero el público inversor traga siempre. Los tipos están bajando, la economía mejorará, las acciones están subiendo, los inmuebles están subiendo, ¡es mejor que entre! No quiero perder el barco. No quiero tener remordimientos por no entrar en acción.

¿Qué puede explicar este pensamiento de grupo?

El trabajo de Solomon Asch sobre la conformidad demuestra que el pensamiento de grupo es extremadamente poderoso. Sus experimentos demuestran que la gente influida por una masa adoptará conscientemente decisiones erróneas un 70% de las veces.

El neurólogo de la Universidad de Emory, Gregory Burns descubrió que cuando la gente deja de alinearse con el grupo conformado, se encienden áreas del cerebro que están asociadas con las emociones negativas. “En otras palabras, la no conformidad es una experiencia emocionalmente traumática”, escribe Michael Schermer en The Mind of the Market, “y por eso a la mayoría no nos gusta discrepar con las normas de nuestro grupo social”.

El hecho es que es difícil ser un disidente. Con la burbuja en pleno auge, lo último que quieres decir a los chicos del club es que tienen tunero en efectivo o en oro. Se reirán de ti: “¿Qué eres, un flojo? Vamos, es fácil. Nos estamos forrando. Vas a lamentarlo si tú no”. Luego tu esposa pone manos a la obra contigo. ¿Qué están haciendo nuestras acciones, querido? ¿Cuándo vamos a comprar pisos para alquilar como hacen nuestros vecinos los Jones?”

Los estudios de pensamiento de grupo muestran que gente buena puede hacer cosas malas. Esa “maldad se facilita por la contagiosa excitación de las acciones del grupo, por la tendencia incontrolada a los más pequeños pasos que vienen antes y en último término el permiso para la maldad los otorga el sistema en su conjunto”, escribe Michael Shermer.

Por la misma razón, los inversores sensatos pueden haberse visto atrapados (y lo han hecho) auges y manías inversores. Incluso los mejores inversores pueden perder la cabeza. Así que si el mercado bursátil sube, la gente entra. Incluso hay un nombre para esto: “inversión en tendencia” [“momentum investing”].

Por supuesto, en último término los fundamentos de las inversiones no aguantan los precios. Los precios del mercado se enfrían y los niveles de dopamina se agotan, a medida que las ganancias esperadas no se materializan. Se produce una crisis con los remordimientos del inversor.

El auge acaba en lágrimas. La definitiva depresión “hace a la gente abatida y desanimada”, escribía Mises.

Cuanto más optimistas fueron bajo la ilusoria prosperidad del auge, mayor es su desánimo y su sentimiento de frustración. El individuo siempre está dispuesto a atribuir su buena suerte a su propia eficacia y considerarla una remuneración merecida por su talento, trabajo y honradez. Pero atribuye a otra gente los reveses de la fortuna y principalmente al absurdo de las instituciones sociales y políticas. No echa la culpa a las autoridades por alimentar el auge. Las vilipendia por el inevitable desmoronamiento.

La racionalización a la que se refiere Mises es explicada por el psicólogo social Daniel Gilbert en su libro Stumbling on Happiness. Gilbert explica que nuestros lóbulos frontales no hacen vernos a través de cristales de color rosa: “Para aprender de nuestra experiencia, debemos recordarla y, por diversos motivos, nuestra memoria es un amigo infiel”.

Los psicólogos también llaman a esto “prejuicio de retrospectiva”.

“la gente distorsiona y recuerda mal lo que antes creía”, explica el psicólogo Daniel Kahneman. “Nuestro sentido de lo incierto que realmente es el mundo nunca se desarrolla completamente, porque después de que ocurre algo, aumentamos mucho nuestros juicios sobre lo probable que era que ocurriera”.

Este prejuicio nos hace sentirnos idiotas cuando miramos atrás, pero desgraciadamente “puede hacer que actúes como un idiota mientras sigues adelante”, escribe Jason Zweig.

Los fenómenos de disonancia cognitiva son otra forma de ver esto. La disonancia cognitiva es la tensión creada cuando una persona sostiene dos pensamientos en conflicto simultáneamente. Por ejemplo, un inversor puede haber creído que las acciones en las que invirtió durante el auge le harían rico. Pero cuando se produce la caída o los precios de las acciones bajan por otra razón, la evidencia de que el inversor estaba equivocado es abrumadora. ¿Lo admitirá? No. “El individuo frecuentemente emergerá, no sólo sin daños, sino que incluso mostrará un nuevo fervor en convencer y convertir a la gente a su opinión”, escribe el psicólogo Leon Festinger.

Cuando nos aferramos a acciones con pérdidas, inversiones no rentables, negocios en quiebra y relaciones sin éxito, estamos experimentando una disonancia cognitiva, racionalizando nuestras pasadas elecciones, mientras desgraciadamente “esas racionalizaciones influyen en las presentes”, escribe Shermer.

“No hay necesidad de enfatizar este punto”, escribía Mises,

porque el público, siempre en busca de un chivo expiatorio, está siempre dispuesto a echar la culpa a las autoridades monetarias y los bancos por la aparición de la crisis. Son culpables, se dice, porque al detener la posterior expansión del crédito, han producido una presión deflacionaria en el comercio.

La simple realidad es que la mayoría de la gente no tiene la mente apropiada para invertir. Los humanos tienen muchos prejuicios, prejuicios que nos protegen a nosotros y a nuestros frágiles egos, de forma que podamos levantarnos todos los días y afrontar la vida.

Pero en un mundo de divisas fiduciarias, creadas con la facilidad de teclear, el valor de nuestros ahorros se ve amenazado cada hora de cada día. Y cuando actúan los burócratas monetarios, envían ondas de choque no sólo a través de los mercados financieros, sino asimismo a través de las mentes de inversores y empresarios, enviando a la masa de inversoriado a otra carrera por las riquezas que no son sino una quimera.

“La dimensión espiritual de estos hábitos inducidos por la inflación parece evidente”, escribe Guido Hülsmann en su libro The Ethics of Money Production. “El dinero y las cuestiones financieras llegan a desempeñar un papel exagerado en la vida del hombre”.

Pero para los ciudadanos normales poner simplemente el dinero en una cuenta de ahorro en el banco local es algo suicida, como deja claro Hülsmann. “Deben invertir en activos cuyo valor crezca durante la inflación: la forma más práctica de hacerlo es comprar acciones y bonos”, escribe.

Pero esto implica gastar muchas horas en comparar y seleccionar lo apropiado. Y les obliga estar siempre alerta y preocupados por su dinero el resto de sus vidas. Necesitan seguir las noticias financieras y controlar los precios en los mercados financieros.

La gente de las hipótesis de las expectativas racionales y de los mercados eficientes piensa que está bien: todo el mundo es perfectamente racional y tiene toda la información que necesitan para invertir son preocupaciones. Dicen que las burbujas de mercado y sus correspondientes caídas simplemente no son posibles. Los inversores saben cuándo los mercados entran en auge y caída.

Los que somos de la escuela austriaca lo sabemos mejor. Los auges y caídas se producen con demasiada regularidad en un mundo de moneda fiduciaria, infligiendo no sólo dolor financiero, sino también confusión emocional y social. El Profesor Hülsmann apunta que

Carpinteros, albañiles, sastres y granjeros no son a menudo observadores muy agudos de los mercados de capitales internacionales. Poner algunas monedas de oro bajo su colchón o en una caja fuerte de depósitos les ahorra muchas noches de insomnio y les hace independientes de los intermediarios financieros.

Es un buen consejo para todos.

 

 

Douglas French es presidente del Mises Institute y autor de Early Speculative Bubbles & Increases in the Money Supply. Es doctor en economía de la Universidad de Nevada- Las Vegas, dirigido por Murray Rothbard, con el Profesor Hans-Hermann Hoppe en su tribunal de tesis. French enseña en la Mises Academy y ofrece un curso para el verano de 2010.

Published Tue, May 25 2010 7:20 PM by euribe