Un problema del esencialismo ético de Aristóteles

Por Tibor R. Machan. (Publicado el 10 de agosto de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4458.

[Publicado por primera vez en Libertarian Papers Vol. 2. Nº 10, 2010]

 

Esta explicación viene motivada tanto por mi simpatía por la metaética de Aristóteles y mis problemas con ciertos elementos de su ética.

Considero sólido el congnitivismo naturalista. La ética tiene que ver con la naturaleza del ser al que se aplican los principios, virtudes, líneas de actuación y lo que sea. Cuando juzgamos algo como bueno, lo hacemos porque sabemos qué tipo de cosa es y luego verificamos si es completamente consistente con las implicaciones de su naturaleza.

Así que un tomate es bueno si está tan completamente desarrollado en sus aspectos esenciales como es posible. También los seres humanos son buenos en su tipo si sus potencialidades esenciales o centrales se desarrollan completamente en sus circunstancias particulares.

Parece una forma prometedora de decir si algo es bueno o malo o mediocre, a pesar del escarnio que esta aproximación ha recibido a lo largo de la historia de las ideas.

Aunque la metaética de Aristóteles tiene mucho estimable, tiene algunos inconvenientes que derivan de cómo establece la naturaleza del bien humano, es decir, en referencia a la esencia humana distintiva, no a la propia naturaleza humana. Por esto Aristóteles destaca la racionalidad, no el ser un animal racional, como algo normativamente central en su filosofía. En consecuencia, puede estar a favor de al menos cierto tipo de esclavitud y admite ciertas ideas equivocadas acerca del lugar adecuado de la mujer. Y está también su concepción de la búsqueda de riqueza como algo de valor meramente instrumental, incapaz de ser una búsqueda virtuosa.

Así que estoy intentando pensar si hay alguna forma de rescatar el naturalismo sin tirar al niño con el agua sucia, como pasaría en este caso. Creo que los problemas en Aristóteles pueden resolverse y eso es lo que quiero intentar.

Para empezar, aunque el naturalismo pueda ser sólido, el esencialismo podría no serlo, dada un cierta forma de comprender la esencia de algo, es decir, lo que le diferencia de su género. Es bastante posible que lleguemos a un equivocación en la naturaleza de algo si nos centramos en la diferencia y olvidamos el género. Un error así podría generar una distorsión en los estándares, que muy probablemente llevaría errores de juicio sobre lo que es bueno o malo, correcto o incorrecto.

Esta explicación viene motivada, como he apuntado antes, por mi preocupación por otra áreas, que es la ética profesional (en particular, la empresarial). Me preocupa, en mis investigaciones y enseñanzas de ética empresarial a lo largo de años, que haya una tendencia básica contra la profesión del empresario. Siempre ha existido este problema de de dónde viene la idea de que los negocios no resultan ser tan honorables como profesión como la educación, la medicina o incluso el derecho.

En mi opinión, algunos elementos de la ética de Aristóteles contribuyen a esta tendencia y pienso también que algunos ajustes correctivos en la concepción de la naturaleza humana de Aristóteles nos ayudarían a ver los negocios en todo caso como una profesión tan honorable como son muchas de estas otras.

Uno escucha a menudo la respuesta cuando uno dice que enseñe ética empresarial, “Bueno, ¿eso no es una contradicción?” Nadie dice eso respecto de la ética médica. Sí lo dicen respecto de la inteligencia militar y la gente del mundo de los negocios es denigrada a menudo en la literatura. En obras como La muerte de un viajante la gente que se dedica a las ventas y a la mercadotecnia y a los negocios en general, de arriba abajo, sale bastante mal parada.

Generalmente, la cultura tiene opiniones encontradas acerca de los negocios, de forma que en la medida en que dependemos del trabajo de la gente en esta profesión, se les evalúa moralmente principalmente respecto de si el trabajo que hacen es pro bono o no. En resumen, en si son socialmente responsables. Mientras que pocos preguntan al maestro: “¿Ha enseñado últimamente a los pobres?” porque los maestros se sostienen moralmente por la virtud de ser maestros, no pasa esto con la gente de los negocios.

¿De dónde viene el apoyo intelectual a esto? Sin duda podemos encontrarlo, en primer lugar, el Sócrates de Platón (o, déjenme decir en deferencia a ciertos especialistas en la filosofía de Platón, cierta conocida interpretación de Sócrates por Platón). La idea de que la buena vida consiste en vivir a la luz de una compresión completa y definitiva de la naturaleza de las cosas, cierra bastante una vida así a quien no sea un teórico, especialmente un filósofo e incluso en último término éstos tampoco tienen una posibilidad real de lograrla.

Por el contrario, el comerciante es una criatura modesta, que no puede siquiera aspirar a vivir una vida humana noble, al menos no en su tarea principal de comerciante. Esto podría decirse que se relaciona con ciertos pasajes del Sócrates de Platón. Tiene que ver con el hecho de que las cosas elevadas, las cosas perfectamente eternas, están en otro ámbito distinto de aquél en que trabaja y obtiene sus habilidades la gente práctica.

Así que quienes se dedican específicamente, por razón de su lugar en la división del trabajo a desentrañar esas cosas elevadas es más probable que aspiren, si es que no alcanzan completamente,  una vida de nobleza, virtud y honor.

Cierta lectura del Sócrates de Platón y las metafísicas que éste establece sugieren una visión así. Sin embargo, hay muchos que consideran que esta metafísica sólo esta ahí para ofrecer un mito conveniente y no deben tomarse literalmente. Sócrates no creía realmente en otro mundo o en un ámbito más elevado del ser: se explica todo esto para ofrecer un ideal que se reconoce imposible, similar a las modelos de las portadas de las revistas. Nadie cree que existan esas criaturas: sólo están ahí para ayudarnos cuando tratamos de vestirnos e ir a una cita. Las mujeres realmente no están de pie o se sientan o se tumban como lo hacen en Vogue. Pero estas criaturas míticas sirven al propósito de sugerirnos ciertos estándares.

De forma similar, la metafísica platónica se toma como una imagen modelo típica que no debe tomarse literalmente. Y, se dice, Platón y Sócrates no querían realmente decir que la República fuera un programa, sólo una especia de concepción artística, una imagen. Por desgracia, se nos ha enseñado generalmente como si estuvieran desarrollando ese programa. Y esto ha llegado a tener una influencia en el mundo reforzando ciertas ideas no filosóficas acerca del mundo y aquéllos que trabajan en él.

Así que lo que tenemos a lo largo de buena parte de la civilización occidental (concediendo que hay también muchas otras influencias) es esta noción de que quienes se ocupan de las cosas intelectuales (escritores, filósofos, científicos) se ocupan de cosas más importantes y por tanto se les debe un estatus más honorable y respetable que al resto que conducimos coches, camiones o trenes y llevamos empresas de negocios en la mundo real visible.

Ahora sólo un poco más de historia intelectual: Durante mucho tiempo, el Sócrates de Platón (en manos principalmente de Plotino y luego mediante cierta reinterpretación de San Agustín) fue la principal base intelectual para ciertos fundamentos filosóficos de la cristiandad. Sólo en el siglo XIII Aristóteles volvió a tener influencia en el cristianismo, a través de Santo Tomás de Aquino cuando hizo que se tradujera a Aristóteles del árabe al latín. En ese momento el cristianismo se volvió más tolerante y serio respecto de ocuparse de asuntos de este mundo a través de las ciencias naturales. Aunque persistieron los conflictos, como en el caso de Galileo, tiene que tenerse en cuenta que éste fue aceptado como científico por la iglesia, sin qu importaran algunos desacuerdos acerca del asunto del heliocentrismo.

Hasta este momento de la historia intelectual occidental, la mayoría de la atención prestada al mundo natural real se consideraba innecesaria, al menos hasta que Aristóteles volvió al primer plano. Concedamos a efectos de la discusión, que la influencia platónica, socrática, es dualista y es idealista y así el reino de las ideas y quienes se ocupan del reino de las ideas son más alabados que la gente que se ocupa del mundo práctico.

Esto es casi explícito al leer la República. Puede dejarse aparte qué puede significar, pero la postura en este caso es suficientemente explícita que se enseña a menudo como la doctrina platónica o socrática. Es esa doctrina la que nos ha dejado el legado de considerar como realmente no dignos a los que centran su trabajo en esta realidad más que en el mundo perfectamente inteligible.

¿Qué tiene que ver todo esto con Aristóteles, dado cómo parece haber contribuido a acabar con la influencia dualista platónica?

Aristóteles, para ciertas lecturas de su metafísica, es un monista. Lo esencial de esta visión es lo siguiente: El mundo tiene diferentes tipos de cosas que lo comprenden, hay muchas categorías diferentes del ser. Aún así, son todas de una pieza, son parte de este único sistema integrado y están todas sometidas a los mismos principios básicos de la existencia o el ser. Esto es lo que podía considerarse la metafísica del monismo pluralista.

Por supuesto, uno podría recordar el motor inmóvil y tal vez eso introdujera un elemento dualista en la posición de Aristóteles. Pero incluso eso no supondría una gran diferencia, pues, por definición, el motor inmóvil de Aristóteles no está haciendo nada que su realidad implique a efectos vitales prácticos. (En manos de Santo Tomás de Aquino, por supuesto, esto cambia algo). Así que podemos considerar que Aristóteles en general es un monista y no hay un plano superior del ser del que hablar en su metafísica.

Las naturalezas de las cosas no son entidades separadas de lo que se está definiendo, como quizá se sugeriría en la disciplina de la geometría, en la que, por ejemplo, el círculo perfecto es una entidad en un plano diferente frente a las cosas circulares que dibujamos y vemos a nuestro alrededor. En Aristóteles, la naturaleza de las cosas son abstracciones que derivan de nuestra propia actividad mental de contrastar y comparar las cosas que conocemos en el mundo real. Desarrollamos, basándonos en esta actividad, una construcción mental que se basa idealmente (pero sólo si lo hacemos correctamente) en estas observaciones y nuestro análisis de estas observaciones.

Así que las naturalezas de las cosas no están fuera de este mundo, sino que son también de este mundo. Son distintas de lo que son las naturalezas pero no están aparte del mismo mundo del cual son parte esas cosas. Sí, una silla concreta es distinta de la sillidad o de la naturaleza de la silla, pero la sillidad está muy íntimamente relacionada con las sillas, al haberse basado, idealmente, en nuestro conocimiento de todo lo que las sillas tienen en común. Las sillas reales y la definición de éstas están epistemológica y metafísicamente conectadas por un acto natural de cognición intencional.

Así que, entonces, ¿por qué sigue siendo que obtenemos de Aristóteles una ética relativamente intelectualizada? Los siguientes pasajes se refieren a esto. Nos ofrecen la actitud de Aristóteles acerca de tener una ética como su objetivo de felicidad.

Si la felicidad es ejercicio conforme a la virtud, más de acuerdo a razón que ha de ser conforme a la virtud más principal, la cual es la virtud de la mejor y más principal parte, ora sea ésta el entendimiento, ora otra cosa, la cual conforme a la naturaleza parece que manda y es la capitana, y que tiene conocimiento de las cosas honestas y divinas, ora sea ella de suyo cosa divina, ora la más divina que en nosotros se halla. El ejercicio, pues, de esta, hecho conforme a su propia virtud, será la perfecta felicidad. (…) [Ética, X, 7]

Este ejercicio es el más principal de los ejercicios, pues el entendimiento es lo principal que hay en nosotros, y de las cosas que se conocen, las más principales son las que el entendimiento considera. Además de esto, éste es el más continuo de los ejercicios, porque más continuamente podemos contemplar que no obrar cualquiera cosa. [Ética, X, 7]

La primera parte suena mucho como lo que entendemos que Platón había argumentado. La segunda parece reforzar la compresión platónica identificando el objeto del entendimiento como atemporal.

Más importante para mi propósito es que aquí hay una pista de lo que hace Aristóteles es no tomar mucho de la naturaleza humana como su guía para su ética, sino el elemento distintivo de la naturaleza humana. Escoge al intelecto como lo más importante de nosotros para atender y honrar, no reconociendo que el intelecto es imposible sin la infraestructura biológica necesaria para sostenerlo.

Así que mientras en un sentido le conocemos como naturalista, al derivar sus patrones de excelencia basados en una comprensión de lo que los seres humanos deben ser para ser humanos, cuando se trata de desarrollar el contenido de su ética, parece como que no elige la naturaleza humana sino sólo los aspectos distintivos de la naturaleza humana.

Ahora, en mi opinión, un naturalista debería asumir este peso (racionalidad y animalidad) y tratar de desarrollar una ética, lo que requiere a ambas como necesarias para el desarrollo de un apropiado código de conducta. Pero lo que hace Aristóteles es eliminar el aspecto animal, o al menos rebajar su importancia. No es la parte distintiva de nuestra naturaleza. Somos como la mayoría de otros animales en que sangramos, necesitamos comida y disfrutamos de placeres y sufrimos dolor. Por tanto, podemos prosperar para tener un éxito razonable como, entre otras cosas, animales de este mundo. Pero para Aristóteles eso es de alguna forma algo éticamente secundario, casi irrelevante, porque la felicidad parece depender principalmente, y a veces se sugiere que exclusivamente, del ejercicio de este elemento distintivo de nuestra naturaleza que es nuestro intelecto.

Aquí hay algo que no concuerda y es que en lugar de tomar el ser completo y luego desarrollar un patrón de excelencia basado en la naturaleza de este ser, sólo obtenemos una parte de éste. Y eso tiende a dejar a un montón de gente fuera de la empresa moral, naturalmente.

Hay una concepción aristocrática e intelectualizada de la buena vida humana si la contemplación pura es el camino a la felicidad. Puede que esté simplificando algo, pero parece como se obtuviéramos de Aristóteles esta idea de que de todos los seres humanos, los que son capaces de contemplación son los únicos que pueden tener realmente éxito éticamente, los únicos que pueden llevar una vida buena, excelente moral o éticamente, respetable y noble.

Ahora, esto no se parece al dualismo normalmente asociado al Sócrates de Platón, sino que es un tipo de jerarquismo o elitismo. Quienes trabajamos en la educación somos considerados automáticamente como honorables, respetables. (En Alemania se les llama “Herr Doktor, Doktor”, mencionando dos veces sus credenciales. El Premio Nóbel se otorga a científicos naturales y sociales teóricos, no prácticos. En mucha de la literatura vulgar o refinada, quienes producen prosperidad son denigrados mientras se alaba a los que profundizan en las ideas).

Este tipo de pequeñas pistas sugieren cuánta diferencia hay entre quienes pululan o se hacen profesionales en los ámbitos intelectuales de las preocupaciones humanas y otros con preocupaciones más prácticas.

Y esto tiende a dejar a estos últimos fuera del juego de tener una oportunidad de una vida noble. Les relega a una posición inferior. Quizá no tanto como en la ciudad ideal de Platón, donde un comerciante no es, por ejemplo, capaz de vivir ningún tipo de vida moralmente buena. El vendedor es humano pero nunca puede disfrutar y estar orgulloso de ser un vendedor. Simplemente no puede aspirar a tener una posición o profesión moralmente respetable.

La subestima de Aristóteles por hacer dinero se relaciona con esto, lo que a su vez se liga a su opinión de que el dinero no es suficientemente específico, no tiene una naturaleza suficientemente determinada, por lo que no hay manera de saber qué cantidad de éste es suficiente o apropiado ganar.

Esto es algo que ha sido aumentado por la aportación metafísica cristiana en la que el otro mundo superior que existe en Platón como un mito se convierte en un reino literal. En él lo espiritual es mucho más importante que la vida natural. De acuerdo con ello, deberíamos vivir para prepararnos para la salvación eterna, que tiene lugar en el reino espiritual y todo a lo que nos dediquemos en el mundo natural es obstructor, despreciable o en el mejor de los casos simplemente un medio para esa existencia espiritual.

Mediante esta opinión una gran cantidad de gente que actúa productiva y creativamente en el mundo natural, ganándose la vida en ese mundo con éxito y felices tratando de realizar bien sus profesiones prácticas, se consideran de estatus inferior.

Los temas más ampliamente divulgados en nuestra cultura general (a través de libros, revistas, humor, ficción o tragedia) parecen confirmarlo. Por ejemplo, la gente en una comedia de situación de televisión, cuando eligen entre dedicarse a una carrera en la educación o en los negocios, son alabados en el primer caso y denostados en el segundo. La educación se considera una elección honorable, profunda y respetable, pero cuando uno decide dedicarse a los negocios es un hombre vulgar, avaricioso, ambicioso, egoísta y acaparador de dinero. Esto recuerda al desdén extendido en tiempos pasados hacia el nuevo rico cuando la riqueza heredada era limpia pues no requería trabajar en este mundo real, mientras que la riqueza obtenida por un conocimiento práctico se consideraba como moralmente sucia. Y, por supuesto, hacer dinero con dinero (interés) se consideraba algo pecaminoso, usurero.

Hacer negocios no es exactamente algo de lo que uno pueda enorgullecerse como ser humano, al menos no si se acepta la moralidad convencional. Aunque se puede ser inteligente y astuto en ellos y eso demuestre la inteligencia práctica de uno en una especia de forma instrumental utilitaria, no le confiere una posibilidad real de una vida honorable. Al menos no en el papel profesional de uno en la vida.

Ahora bien, está claro que, como l mayoría no solo tenemos profesiones, sino que también somos amigos y ciudadanos y familiares, etc., esto no nos excluye completamente de la posibilidad de una vida razonablemente honorable, pero sin duda profesionalmente es mucho más difícil. Las profesiones importan porque siempre que conocemos a alguien nos dicen. “¿Qué haces?” No quieren que les digamos: “Bueno, lavo platos algunas veces. Me lavo los dientes”. No es lo que les interesa. Les interesa a qué nos dedicamos, nuestras profesiones, nuestro compromiso laboral, por decirlo así. Si nuestro compromiso resulta ser “Quiero crear prosperidad, eso es lo que hago”, no valdremos mucho.

Pero si somos científicos y buscamos la verdad o si divulgamos conocimientos como maestros, eso vale mucho.

Existen estos elementos en nuestra cultura que parecen discriminar a favor de quienes se dedican principalmente a una profesión intelectual. Es esta mi preocupación básica. Pienso que la razón de esto es, ante todo, el dualismo en el Sócrates de Platón, luego la división cristiana del mundo en lo superior y lo inferior o lo espiritual frente a lo material y finalmente incluso en Aristóteles, que podría haber resultado ser un muy muy poderoso rescatador y librarnos de esta opinión.

Aristóteles concede demasiado a quienes discriminan a favor de lo puramente intelectual y tiende a denigrar la vida práctica.

 

 

Tibor R. Machan es investigador Hoover y profesor emérito del Departamento de Filosofía de la Universidad de Auburn, Alabama, y titular de la cátedra R.C. Hoiles en Ética Empresarial y Libre Empresa en la Escuela de Negocios y Economía Argyros, de la Universidad de Chapman.

Publicado por primera vez en Libertarian Papers Vol. 2. Nº 10, 2010.

Published Fri, Aug 20 2010 4:30 PM by euribe