Por Ludwig von Mises (Publicado el 1 de septiembre de 2010)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4542.
[Extraído del capítulo 7 de Teoría e historia]
El materialismo de Marx y Engels difiere radicalmente de las ideas del materialismo clásico. Muestra los pensamientos, elecciones y acciones humanas como determinados por las fuerzas productivas materiales: herramientas y máquinas. Marx y Engels no consiguieron ver que las herramientas y máquinas eran ellas mismas productos del funcionamiento de la mente humana. Incluso si sus sofisticados intentos de describir todos los fenómenos espirituales e intelectuales, a los que califican de superestructurales, como producidos por las fuerzas materiales de producción hubieran tenido éxito, sólo hubieran remontado esos fenómenos algo que en sí mismo es un fenómeno espiritual y material. Su razonamiento es circular. Su supuesto materialismo en realidad no lo es en absoluto. Simplemente ofrece una solución verbal de los problemas.
De vez en cuando, incluso Marx y Engels son conscientes de lo esencialmente inadecuada que es su doctrina. Cuando Engels ante la tumba de Marx resume lo que consideraba que era la quintaesencia de los logros de su amigo, no menciona en absoluto a las fuerzas productivas materiales. Decía Engels:
Igual que Darwin descubrió la ley de la evolución de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley de la evolución histórica de la humanidad, que es el simple hecho, hasta entonces oculto por matojos ideológicos, de que los hombres deben primero de todo comer, beber, tener refugio y vestido antes de poder dedicarse a la política, la ciencia, el arte, la religión, etc., por lo que consecuentemente la producción de los alimentos necesarios inmediatamente y por tanto la etapa de la evolución económica lograda por un pueblo o época constituye la base sobre la que habían sido desarrolladas las instituciones públicas, las ideas de lo bueno y lo malo, el arte e incluso las ideas religiosas de los hombres y deben ser explicadas por medio de éstas, no al revés, como se había hecho hasta ahora.
Ciertamente ningún hombre más competente que Engels para ofrecer una interpretación autorizada del materialismo dialéctico. Pero si Engels tenía razón en su obituario, entonces se desvanece todo el marxismo. Se reduce a un lugar común conocido por todos desde tiempo inmemorial y nunca rebatido. No dice nada más que el gastado aforismo: Primum vivere, deinde philosophari.
Como truco retórico, la interpretación de Engels funciona muy bien. Tan pronto como alguien empieza a desenmascarar los absurdos y contradicciones del materialismo dialéctico, los marxistas responden: ¿Niegas que los hombres deben comer ante todo? ¿Niegas que los hombres estén interesados en mejorar las condiciones materiales de su existencia? Como nadie quiere contestar a estas obviedades, concluyen que las enseñanzas del materialismo marxista son inatacables. Y decenas de pseudofilósofos no pueden ver a través de este non sequitur.
El principal objetivo de los rencorosos ataques de Marx era el estado prusiano de la dinastía de los Hohenzollern. Odiaba este régimen, no porque se opusiera al socialismo, sino precisamente porque estaba dispuesto a aceptarlo. Mientras su rival Lassalle jugaba con la idea de implantar el socialismo en colaboración con el gobierno prusiano liderado por Bismarck, la Asociación Internacional de los Trabajadores de Marx buscaba suplantar a los Hohenzollern. Como en Prusia la iglesia protestante estaba sometida al gobierno y era administrada por funcionarios, Marx nunca se canso de vilipendiar también a la religión cristiana. En anticristianismo se convirtió aún más en un dogma marxista porque los países cuyos intelectuales se convirtieron antes al marxismo fueron Rusia e Italia. En Rusia, la iglesia era aún más dependiente del gobierno que en Prusia. A los ojos de los italianos del siglo XIX, el partidismo anticatólico era el distintivo de todos los que se oponían a la restauración del poder secular del papa y a la desintegración de la unidad nacional recientemente alcanzada.
Las iglesias y sectas cristianas no lucharon contra el socialismo. Paso a paso aceptaron sus ideas políticas y sociales esenciales. Hoy día son, con sólo unas pocas excepciones, directas en rechazar el capitalismo y en defender el socialismo o políticas intervencionistas que deben llevar inevitablemente al socialismo. Pero, por supuesto, ninguna iglesia cristiana puede jamás consentir una tipo de socialismo que sea hostil al cristianismo y busque su supresión. Las iglesias se oponen implacablemente a los aspectos anticristianos del marxismo. Intentar distinguir entre su propio programa de reforma social y el programa marxista. Consideran que el vicio propio del marxismo es su materialismo y ateísmo.
Sin embargo, al luchar contra el materialismo marxista, los apologistas de la religión se han equipado completamente. Muchos de ellos consideran al materialismo como una doctrina ética que enseña que los hombres tendrían que luchar sólo por la satisfacción de las necesidades de sus cuerpos y por una vida de placer y jolgorio y no tendrían que preocuparse por nada más. Lo que dicen contra este materialismo ético no se refiere a la doctrina marxista y no se relaciona con el asunto en discusión.
No son más sólidas las objeciones al materialismo marxista de quienes utilizan determinados acontecimientos históricos (como la ascensión del credo cristiano, las cruzadas, las guerras religiosas) y afirman triunfalmente que no puede ofrecerse ninguna interpretación materialista de ellos. Todo cambio en las condiciones afecta a la oferta y demanda de distintas cosas materiales y por tanto a los intereses a corto plazo de algunos grupos de personas. Por tanto, es posible demostrar que hay algunos grupos que se benefician a corto plazo y otros que se ven perjudicados. Por tanto, los defensores del marxismo siempre están en situación de apuntar que había intereses de clase y así anular las objeciones presentadas. Por supuesto, este método de demostrar la exactitud de la interpretación materialista de la historia es completamente erróneo. La cuestión no es si se ven afectados los intereses de grupo: siempre se ven necesariamente afectados, al menos a corto plazo. La cuestión es si la búsqueda del lucro de los grupos afectados fue la causa del acontecimiento que se discute. Por ejemplo, ¿desempeñan los intereses a corto plazo de la industria de la munición un papel esencial en generar la belicosidad y las guerras de nuestro tiempo?
Al ocuparse de esos problemas, los marxistas nunca mencionan que donde hay intereses a favor necesariamente hay intereses en contra. Tendrían que explicar por qué estos últimos no prevalecieron sobre los primeros. Pero los críticos “idealistas” del marxismo fueron demasiado torpes como para exponer ninguna de las falacias del materialismo dialéctico. Ni siquiera se dieron cuenta de que los marxistas recurrían a su interpretación de los intereses de clase al ocuparse de fenómenos que se condenaban generalmente como malos, sin ocuparse nunca de fenómenos que aprueban todos. Si se atribuye el belicismo a las maquinaciones del capital de las municiones y el alcoholismo a las maquinaciones del comercio de alcohol, sería coherente atribuir la limpieza a los designios de los fabricantes de jabón y el florecimiento de la literatura y la educación a las maniobras de las industrias de publicación e imprenta. Pero no los marxistas no sus críticos han pensado nunca en ello.
Lo asombroso de todo esto es que la doctrina marxista del cambio histórico nunca ha recibido ninguna crítica juiciosa. Pudo triunfar porque sus adversarios nunca expusieron sus falacias y contradicciones inherentes.
El cómo la gente ha entendido mal el materialismo dialéctico marxista se muestra en la práctica común de unir el marxismo y el psicoanálisis de Freud. Realmente, no puede pensarse en un contraste más acusado que el que hay entre estas dos doctrinas. El materialismo busca reducir los fenómenos mentales a causas materiales. Por el contrario, el psicoanálisis se ocupa de los fenómenos mentales como un campo autónomo. Mientras que la psiquiatría y al neurología tradicionales trataban de explicar todas las condiciones patológicas que les afectaban como causadas por condiciones patológicas definidas de algunos órganos, el psicoanálisis lograba demostrar que los estados anormales del cuerpo se generan a veces por factores mentales. Este descubrimiento fue un logro de Charcot y de Josef Breuer y el gran mérito de Sigmund Freud fue construir desde esta base una disciplina sistemática completa. El psicoanálisis es lo opuesto a todas las ramas del materialismo. Si lo consideramos no como una rama de conocimiento puro, sino como un método de curar enfermos, tendríamos que calificarlo de rama timológica (geisteswissenschaftlicher Zweig) de la medicina.
Freud era un hombre modesto. No tuvo pretensiones extravagantes respecto de la importancia de sus contribuciones. Tenía mucho cuidado en tocar problemas de filosofía y ramas del conocimiento a cuyo desarrollo no hubiera contribuido. No se atrevió a atacar ninguna de las proposiciones metafísicas del materialismo. Incluso llegó a admitir que un día la ciencia podría conseguir dar una explicación puramente fisiológica de los problemas de los que se ocupa el psicoanálisis. Sólo que mientras esto no ocurra, el psicoanálisis le parecía científicamente sólido y prácticamente indispensable. No era menos cauteloso al criticar el materialismo marxista. Confesaba voluntariamente su incompetencia en este campo. Pero todo esto no altera el hecho de que la aproximación psicoanalítica es esencial y sustancialmente incompatible con la epistemología del materialismo.
El psicoanálisis destaca el papel que la libido, el impulso sexual, desempeña en la vida humana. Este papel ha sido desdeñado por la psicología, así como por todas las demás ramas del conocimiento. El psicoanálisis también explica las razones de este desdén. Pero esto no afirma en modo alguno que el sexo sea la única urgencia humana en busca de satisfacción y que todos los fenómenos psíquicos sean inducidos por él. Su preocupación por los deseos sexuales deriva del hecho de que empezó como método terapéutico y la mayoría de las condiciones patológicas de las que tenía que ocuparse eran causadas por la represión de deseos sexuales.
La razón por la que algunos autores vinculan psicoanálisis y marxismo es que se consideraba que ambos discrepaban con las ideas teológicas. Sin embargo, con el paso del tiempo, escuelas teológicas y grupos de diversas denominaciones están adoptando una evaluación distinta de las enseñanzas de Freud. No sólo están eliminando su oposición radical como habían hecho antes en relación con los logros astronómicos y geológicos modernos y las teorías del cambio filogénico en la estructura de los organismos. Están tratando de integrar el psicoanálisis en el sistema y la práctica de la teología pastoral. Consideran en estudio del psicoanálisis como una parte importante de la formación de sus ministros.
Tal y como son las condiciones actuales, muchos defensores de la autoridad de la iglesia están desorientados y desconcertados en su actitud hacia los problemas filosóficos y científicos. Condenan lo que podrían o incluyo deberían apoyar. Al luchar contra falsas doctrinas, recurren a objeciones insostenibles que para quienes pueden distinguir la falsedad de las mismas fortalecen la tendencia a creer que las doctrinas atacadas son sólidas. Al ser incapaces de descubrir los defectos reales en las falsas doctrinas, estos apologistas de la religión pueden finalmente acabar aprobándolas. Esto explica el curioso hecho de haya hoy tendencias en escritos cristianos a adoptar el materialismo dialéctico marxista. Así, un teólogo presbiteriano, el Profesor Alexander Miller, cree que el cristianismo “puede contar con la verdad del materialismo histórico y el hecho de la lucha de clases”. No sólo sugiere, como han hecho muchos líderes eminentes de distintas confesiones cristianas antes que él, que la iglesia debería adoptar los principios esenciales de la política marxista. Piensa que la iglesia tendría que “aceptar el marxismo” como “la esencia de la sociología científica”. ¡Qué extraño reconciliar con el Credo de Nicea una doctrina que enseña que las ideas religiosas son la superestructura de las fuerzas productivas materiales!
Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.
Este artículo está extraído del capítulo 7 de Teoría e historia.