Por Ludwig von Mises (Publicado el 6 de octubre de 2010)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4735.
[Extraído del capítulo 10 de Teoría e historia]
Tal y como lo ve el historicismo, el error esencial de la economía consiste en su suposición de que el hombre es invariablemente egoísta y busca exclusivamente el bienestar material.
De acuerdo con Gunnar Myrdal, la economía afirma que las acciones humanas están “únicamente motivadas por intereses económicos” y considera como intereses económicos “el deseo de mayores ingresos y menores precios y además, tal vez, la estabilidad de ingresos y empleo, tiempo razonable de ocio y un entorno propicio para su uso satisfactorio, buenas condiciones de trabajo, etc.” Esto, dice, es un error. Uno no debe relatar las motivaciones humanas registrando simplemente intereses económicos. Lo que determina realmente la conducta humana no son sólo los intereses, sino las actitudes. “actitud significa la disposición emocional de una persona o grupo a responder de cierta manera a situaciones reales o potenciales”. Hay “afortunadamente mucha gente cuyas actitudes no son idénticas a sus intereses”.
Ahora, la afirmación de que la economía siempre mantuvo que los hombres únicamente están motivados por la búsqueda de salarios más altos y preciso más bajos es falsa. A causa de su fracaso en desentrañar la aparente paradoja de concepto del valor uso, los economistas clásicos y sus epígonos no pudieron ofrecer una interpretación satisfactoria de la conducta de los consumidores. Prácticamente se ocuparon sólo de la conducta de los empresarios que servían a los consumidores y para quienes las valoraciones de sus clientes eran el patrón definitivo.
Cuando se referían al principio de comprar en el mercado más barato y venderlo en el preferido, estaban tratando de interpretar las acciones del empresario en su aspecto de proveedor de los compradores, no en su aspecto de consumidor y gastador de su propio ingreso. No entraban en el análisis de los motivos que impulsaban a los consumidores individuales a comprar y consumir. Así que no investigaban si las personas sólo trataban de llenar sus panzas o si también gastaban con otros fines, por ejemplo, para cumplir con las que consideraban sus obligaciones éticas y religiosas. Cuando distinguían entre motivos puramente económicos y otros, los economistas clásicos se referían solamente al lado adquisitivo del comportamiento humano. Nunca pensaron en negar que la gente actúe de acuerdo con otros motivos.
La aproximación de la economía clásica parece muy insatisfactoria desde el punto de vista de la moderna economía subjetiva. La economía moderna rechaza como completamente falso el argumento señalado para la justificación epistemológica de los métodos clásicos por sus últimos seguidores, especialmente John Stuart Mill. De acuerdo con esta defectuosa apología, la economía pura sólo se ocupa del aspecto “económico” de las operaciones de la humanidad, sólo con el fenómeno de la producción de riqueza “en la medida en que esos fenómenos no se ven modificados por la búsqueda de cualquier otro objeto”. Pero, dice Mill, con el fin de ocuparse adecuadamente de la realidad, “el escritor didáctico sobre el asunto combinará naturalmente en su exposición, con la verdad de la ciencia pura, tantas modificaciones prácticas como sean, a su juicio, más propicias para la utilidad de su obra”. Esto ciertamente destroza la afirmación de Myrdal, en lo que se refiere a la economía clásica.
La economía moderna retrotrae todas las acciones humanas a los juicios de valor de los individuos. Nunca ha sido tan tonta, como le acusa Myrdal, como para creer que todo lo que quiere la gente sean salarios más altos y precios más bajos. Contra esta crítica injustificada que ha sido repetida cientos de veces, Böhm-Bawerk, ya en su primer contribución a la teoría del valor y luego una y otra vez, destacaba explícitamente que el término “bienestar” (Wohlfahrtszwecke), tal y como lo usa en la exposición de la teoría del valor no se refiere sólo a preocupaciones comúnmente calificadas como egoístas, sino que comprende todo lo que parece a una persona como deseable y digno de alcanzar (erstrebenswert).
Al actuar, el hombre prefiere unas cosas a otra y elige entre varios modos de conducta. El resultado del proceso mental que hace que un hombre prefiera una cosa a otra se llama un juicio de valor. Al hablar de valor y valoraciones, la economía se refiere a esos juicios de valor, sea cual sea su contenido. Es irrelevante para la economía, hasta ahora la parte mejor desarrollada de la praxeología, si un individuo busca como miembro de un sindicato salarios más altos o como un santo el mejor cumplimiento de sus obligaciones religiosas. El hecho “institucional” de que la mayoría de la gente quiere obtener más bienes tangibles es un dato de la historia económica, no un teorema de economía.
Todas las ramas del historicismo (las escuelas históricas alemana y británica de ciencias sociales, el institucionalismo estadounidense, los seguidores de Sismondi, Le Play y Veblen y muchas sectas “no ortodoxas” similares) rechazan enfáticamente la economía. Pero sus escritos están llenos de inferencias realizadas a partir de proposiciones generales acerca de los efectos de distintos modos de actuar. Por supuesto, es imposible ocuparse de cualquier problema “institucional” o histórico sin referirse a esas proposiciones generales. Todo informe histórico, no importa si su tema son las condiciones y acontecimientos de un pasado o remoto o de ayer, se basa inevitablemente en un tipo definido de teoría económica. Los historicistas no eliminan el razonamiento económico de sus tratados. Al rechazar una doctrina económica que no les gusta, recurren a ocuparse de los acontecimientos con doctrinas falsas, rechazadas hace tiempo por los economistas.
Los teoremas de la economía, dicen los historicistas, son nulos porque son el producto de un razonamiento a priori. Sólo la experiencia histórica puede llevar a una economía realista. No ven que la experiencia histórica es siempre una experiencia de fenómenos complejos, de los efectos conjuntos producidos por la operación de una multiplicidad de elementos. Esa experiencia histórica no da a los investigadores hechos en el sentido en que las ciencias naturales aplican este término a los resultados obtenidos en experimentos de laboratorio, (La gente que llama a sus despachos, estudios y bibliotecas “laboratorios para investigar en economía, estadística o ciencias sociales, son están completamente confundidos). Los hechos históricos tienen que ser interpretados basándose en teoremas previamente disponibles. No se comentan por sí mismos.
El antagonismo entre economía e historicismo no afecta a los hechos históricos. Afecta a la interpretación de los hechos. Al investigar y narrar hechos un experto puede ofrecer una contribución valiosa a la historia, pero no contribuye al aumento y perfección del conocimiento económico.
Refirámonos de nuevo a la repetida proposición de que lo que los economistas llaman leyes económicas son simplemente principios que gobiernan las condiciones bajo el capitalismo y no valen para una sociedad organizada de forma diferente, especialmente no para la venidera gestión socialista de los asuntos. Tal y como lo ven estos críticos, son sólo los capitalistas con su codicia los que se preocupan por los costes y de los beneficios. Una vez que la producción para uso sustituya a la producción para beneficio, las categorías de costes y beneficios dejarán de tener sentido. El error primario de la economía consiste en considerar éstas y otras categorías como principios eternos determinando la acción de cualquier tipo de condiciones institucionales.
Sin embargo, el coste es un elemento en cualquier tipo de acción humana, sean cuales sean las características particulares del caso particular. El coste es el valor de aquellas cosas a las que renuncia el actor para obtener lo que quiere obtener, es el valor que atribuye a la satisfacción más urgentemente deseada de entre las satisfacciones que no puede obtener porque preferiría otra. Es el precio pagado por algo. Si un joven dice “Este examen me cuesta un fin de semana con amigos en el campo”, quiere decir: “Si no hubiera escogido preparar mi examen, habría empleado este fin de semana con amigos en el campo”. Las cosas que no cuesta ningún sacrificio obtener no son bienes económicos sino bienes gratuitos y por tanto no objeto de ninguna acción. La economía no se ocupa de ellos. El hombre no tiene que elegir entre ellos y otras satisfacciones.
El beneficio es la diferencia entre el mayor valor del bien obtenido y el menor valor de bien sacrificado para su obtención. Si la acción, debido a torpeza, error, un cambio no previsto en las condiciones u otras circunstancias, hace que el actor obtenga algo a lo que da un valor menor al del precio pagado, la acción genera una pérdida. Como la acción invariablemente se dirige a sustituir un estado de cosas de un estado que el actor considera menos satisfactorio a un estado que considera más satisfactorio, la acción siempre se dirige al beneficio y nunca a la pérdida.
Esto es válido no sólo para las acciones de los individuos en una economía de mercado pero no menos para las acciones del director económico de una sociedad socialista.
Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.
Este artículo está extraído del capítulo 10 de Teoría e historia.