Producción, empresa y servicio a la sociedad

Por Ludwig von Mises (Publicado el 23 de noviembre de 2010)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4861.

[Extraído de The Causes of the Economic Crisis]

 

La crítica marxista censura el orden social capitalista por la anarquía y falta de planificación de sus métodos de producción. Supuestamente, cada empresario produce ciegamente, guiado sólo por sus deseos de beneficio, sin ninguna preocupación acerca de si su acción satisface una necesidad. Así que para los marxistas no es sorprendente que aparezcan serias perturbaciones en forma de crisis económicas periódicas una y otra vez. Mantienen que sería inútil luchar contra todo esto con el capitalismo. Sostienen que sólo el socialismo proveerá el remedio reemplazando a la anarquista economía del beneficio con un sistema económico planificado dirigido a la satisfacción de necesidades.

Estrictamente, el reproche de que la economía de mercado es “anárquica” no dice más que que no es socialista. Es decir, que la gestión real de la producción no está sometida a una oficina central que dirige el empleo de todos los factores de producción, sino que éste se deja a los empresarios y propietarios de los medios de producción. Llamara “anárquica” a la economía capitalista sólo significa por tanto que la producción capitalista no es una función de las instituciones gubernamentales.

Aún así, la expresión “anarquía” conlleva otras connotaciones. Normalmente usamos la palabra “anarquía” para referirnos a las condiciones sociales en las que, por falta de un aparato gubernamental de fuerza para proteger la paz y el respeto por la ley, prevalece el caos del conflicto continuo. Por tanto, la palabra “anarquía” se asocia con el concepto de condiciones intolerables. Los teóricos marxistas disfrutan usando esas expresiones. La teoría marxista necesita las implicaciones que dan esas expresiones para levantar las simpatías y antipatías emocionales que seguramente dificulten el análisis crítico. El eslogan de la “anarquía de la producción” ha desempeñado este servicio a la perfección. Generaciones enteras han permitido que les confundan. Ha influido en las ideas económicas y políticas de todos los partidos políticos actualmente activos y, en buena medida, incluso en aquellos partidos de que se proclaman ruidosamente como antimarxistas.

El papel y el gobierno de los consumidores

Incluso si el método capitalista de producción fuera “anárquico”, es decir, falto de una regulación sistemática desde una oficina central, e incluso si los empresarios y capitalista dirigieran sus acciones, esperando obtener beneficios, independientemente unos de otros, sigue siendo completamente erróneo suponer que no tengan ninguna guía para disponer la producción para satisfacer necesidades. Es inherente a la naturaleza de la economía capitalista que, en el análisis final, el empleo de los factores de producción se dirija sólo hacia servir los deseos de los consumidores.

Al asignar trabajo y bienes de capital, los empresarios y capitalistas se ven obligados, por fuerzas de las que son incapaces de escapar, a satisfacer las necesidades de los consumidores tan completamente como sea posible dado el estado de riqueza económica y tecnología. Así, el contraste entre el método capitalista de producción, como producción para lucro, y el método socialista, como producción para el uso, es completamente equívoco. En la economía capitalista, es la demanda del consumidor la que determina el modelo y dirección de la producción, precisamente porque empresarios y capitalistas deben considerar la rentabilidad de sus empresas.

Una economía basada en la propiedad privada de los factores de producción tiene sentido a través del mercado. El mercado opera cambiando el nivel de los precios de forma que una y otra vez la demanda y la oferta tiendan a coincidir. Si sube la demanda de un bien, entonces sube su precio y esta subida de precio lleva a un aumento en la oferta. Los empresarios tratan de producir esos bienes cuya venta les ofrece la máxima ganancia posible. Expanden la producción de cualquier cosa en concreto hasta el punto en que deja de ser rentable. Si el empresario produce sólo esos bienes cuya venta promete generar un beneficio, esto significa que no están generando productos para cuya fabricación deban usarse mano de obra y bienes de capital que se necesiten para la fabricación de otros productos más urgentemente deseados por los consumidores.

En el análisis final, son los consumidores los que deciden qué debe producirse y cómo. La ley del mercado obliga a empresarios y capitalistas a obedecer las órdenes de los consumidores y a atender sus deseos con el mínimo gasto de tiempo, trabajo y bienes de capital. La competencia en el mercado ven en ello que empresarios y capitalistas que no estén a la altura de esta tarea perderán su posición de control sobre el proceso de producción. Si no pueden sobrevivir en competencia, es decir, satisfaciendo los deseos de los consumidores de forma mejor y más barata, entonces sufrirán pérdidas que disminuirán su importancia en el proceso económico. Si no corrigen pronto sus defectos en la gestión de la empresa y la inversión del capital, son eliminados completamente mediante la pérdida de su capital y posición empresarial. Por consiguiente, deben contentarse como empleados con un papel más modesto y menor ingreso.

Producción para el consumo

La ley del mercado se aplica también a la mano de obra. Como otros factores de producción, el trabajo se valora asimismo de acuerdo con su utilidad para satisfacer deseos humanos. Su precio, el salario, es un fenómeno de mercado como cualquier otro, determinado por oferta y demanda, por el valor que el producto del trabajo tiene a los ojos de los consumidores. Cambiando el nivel salarial, el mercado dirige a los trabajadores hacia aquellas ramas de producción en las que se necesitan más urgentemente. Así el mercado provee a cada tipo de empleo esa cantidad y calidad de mano de obra necesaria para satisfacer los deseos de los consumidores de la mejor manera posible.

En la sociedad feudal, los hombres se enriquecían por la guerra y la conquista y mediante la largueza del soberano. Los hombres se empobrecían si eran derrotados en la batalla o si perdían la gracia de los monarcas. En la sociedad capitalista, los hombres se enriquecen (directamente como productores de bienes de consumo o indirectamente como productor de materias primas y factores de producción semimanufacturados) sirviendo a los consumidores en gran número. Esto significa que los hombres que se hacen ricos están sirviendo al pueblo. La economía de mercado capitalista es una democracia en la que cada penique constituye un voto. La riqueza del empresario de éxito es el resultado de un plebiscito entre los consumidores. La riqueza, una vez adquirida, puede preservarse sólo por quienes siguen ganándosela satisfaciendo los deseos de los consumidores.

El orden social capitalista, por tanto, es una democracia económica en el sentido más estricto de la palabra. En último término, todas las decisiones dependen de la voluntad del pueblo como consumidor. Así, siempre que hay un conflicto entre las opiniones de los consumidores y las de los directores de empresas, las presiones del mercado aseguran que las opiniones de los consumidores acabarán imponiéndose. Estoe s ciertamente algo muy diferente de la democracia pseudoeconómica hacia la que apuntan los sindicatos. En un sistema como el que proponen, se supone que el pueblo dirige la producción como fabricantes, no como consumidores. Ejercerían influencia, no como compradores de productos, sino como vendedores de trabajo, es decir, como vendedores de uno de los factores de producción. Si se aplicara este sistema, desorganizaría todo el aparato productivo y por tanto destruiría nuestra civilización. Lo absurdo de su postura se hace visible simplemente considerando que la producción no es un fin en sí mismo. Su fin es servir al consumo.

Lo pernicioso de una “política del productor”

Bajo la presión del mercado, empresarios y capitalistas deben ordenar la producción de forma que atienda los deseos de los consumidores. Los disposiciones que tomen lo que pidan a los trabajadores está siempre determinado por la necesidad de satisfacer los deseos más urgentes de los consumidores. Esto es precisamente lo que garantiza que la voluntad del consumidor será la única guía para el negocio. Aún así al capitalismo se le reprocha poner la lógica de la conveniencia por encima del sentimiento y de disponer las cosas de la economía desapasionada e impersonalmente sólo para el beneficio monetario.

Es porque el mercado obliga al empresario a dirigir su empresa de forma que genere de ella el máximo retorno posible por lo que los deseos de los consumidores se cubren de la forma mejor y más barata. Si el beneficio potencial dejara de tomarse en consideración por las empresas y en su lugar se usara el criterio de los deseos de los trabajadores, de forma que su trabajo se dispusiera para su máxima comodidad, entonces los intereses de los consumidores se verían lesionados. Si el empresario busca el máximo beneficio posible, realiza un servicio a la sociedad al gestionar una empresa. Quien le dificulte hacerlo para dar preferencia a consideraciones distintas de los beneficios empresariales, actúa contra los intereses de la sociedad y pone en peligro la satisfacción de las necesidades del consumidor.

Por supuesto, trabajadores y consumidores son lo mismo. Si distinguimos entre ellos, sólo estamos diferenciando mentalmente entre sus respectivas funciones dentro del marco económico. Esto no nos debería llevar al error de pensar que son grupos distintos de gente. El hecho de que empresarios y capitalistas también consuman desempeña un papel menos importante cuantitativamente, pues en la economía de mercado el consumo significativo es el consumo de masas.

Directa o indirectamente, la producción capitalista sirve principalmente al consumo de las masas. La única forma de mejorar la situación del consumidor es, por tanto, hacer a las empresas aún más productivas o, como puede decir hoy la gente, “racionalizarlas” aún más. Sólo si queremos reducir el consumo deberíamos pedir lo que se llama un “política del productor”, que es la adopción de esas medidas que ponen los intereses de los productores por encima de los de los consumidores.

La oposición a las leyes económicas que decreta el mercado para la producción deber ir siempre a costa del consumo. Debería tenerse esto en cuenta cuando se defienden intervenciones para liberar a los productores de la necesidad de cumplir con el mercado.

Los procesos del mercado dan sentido a la economía capitalista. Ponen a empresarios y capitalistas al servicio de satisfacer los deseos de los consumidores. Si se interfiere en el funcionamiento de estos complejos procesos, entonces se producen perturbaciones que dificultan el ajuste de oferta y demanda y llevan a la producción por mal camino, a vías que les impiden alcanzar el objetivo de la acción económica, es decir, al satisfacción de deseos.

Estas perturbaciones constituyen la crisis económica.

 

 

Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.

Este artículo está extraído de “The Causes of the Economic Crisis: An Address (1931)”, en The Causes of the Economic Crisis, And Other Essays Before and After the Great Depression.

Published Wed, Nov 24 2010 7:08 PM by euribe
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