Por Doug French. (Publicado el 22 de junio de 2005)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4404.
Las Vegas es una gran burbuja. El nombre de Ciudad del Pecado nunca ha sido más apropiado. Un zapeador puede encontrar algo en la televisión relativo a Las vegas, sea realidad o ficción, práctica y completamente 24/7/365.
Las acciones de las empresas de juegos de casino cotizan a enormes precios/múltiplos de ganancias ya estén las compañías operando y rentables o solo abriendo sus puertas como en el caso WYNN. Incluso las acciones de los bancos comunitarios operados públicamente en Las vegas cotizan con grandes múltiplos con la expectativa de que la fiesta económica de la que dependen estas compañías continuará eternamente.
Los residentes de Las vegas aparentemente pueden dividirse en dos grupos, los que son inversores o promotores inmobiliarios y los que quieren serlo. Por qué sino gente en lo demás normalmente racionales hacen fila para entregar cheques de 5.000$ o 10.000$ para reservar unidades de condominios de alto nivel cuyo precio final no saben o ni siquiera si el proyecto se completará.
Una serie de libros recientes han dado testimonio de las burbujas financieras del pasado a medida que las burbujas inmobiliaria y de Las Vegas continúan expandiéndose. Devil Take The Hindmost: A History of Financial Speculation, de Edward Chancellor tal vez sea el major y debería ser leído por quien quiera derrochar dinero en un condominio. El mercado bursátil aún estaba subiendo cuando se publicó el libro en 1999. Quienes lo leyeron entonces, reflejados en el pasado, y vendieron sus acciones se salvaron de la miseria financiera en 2000.
Chancellor lleva al lector en un viaje que empieza en la Ámsterdam de la década de 1630 en la que los bulbos de tulipán eran la especulación inevitable y acaba con los genios de la Long-Term Capital Management rescatados después de que fracasaran los modelos matemáticos de operación de ganadores del Premio Nobel. La locura de las masas nunca se desvanece, solo cambian los vehículos de operación. El autor cita al periodista financiero James Grant “el progreso es acumulativo en ciencia e ingeniería, pero cíclico en finanzas”.
Historiador de oficio, el esmero de Chancellor es evidente a lo largo del libro que está lleno de notas al pie con referencias que abarcan todo el espectro filosófico.
Chancellor narra hábilmente la historia de los bulbos únicos de tulipán en Ámsterdam por los que se peían precios que habrían comprado “veintisiete toneladas de trigo, cincuenta toneladas de centeno, cuatro bueyes gordos, ocho cerdos gordos, doce ovejas gordas, dos barricas de vino, cuatro barriles de cerveza, dos toneladas de mantequilla, tres toneladas de queso, una cama con su ropa blanca, un armario de ropa y un vaso de plata”.
Otras burbujas famosas como el plan del South Sea se examinan completamente igual que las menos conocidas manías de los canales y ferrocarriles.
“La vasta virginidad de América invitaba a la especulación” escribe Chancellor y los padres fundadores estaban en medio de la acción. George Washington formó una compañía para comprar tierras en el oeste, igual que Benjamin Franklin y Patrick Henry. Thomas Jefferson y Alexander Hamilton eran asimismo “corredores de tierras”.
El periodo de la Guerra de Secesión vio una intensa especulación en acciones, bonos y oro después de que el Congreso aprobara la Ley de Curso Legal y se imprimieran profusamente greenbacks para pagar la guerra.
“Los oros alcistas silbaban ‘Dixie’”, explica Chancellor, “y los bajistas cantaban ‘John Brown’”.
La nueva era económica en Estados Unidos en la década de 1920 fue terreno abonado para el aumento de los precios de las acciones al crear la Reserva Federal cantidades masivas de dinero para financiar la Primera Guerra Mundial. Incluso los mejores y más brillantes creyeron que la nueva era de prosperidad estaba intacta. “Los precios de las acciones han alcanzado lo que parece una alta meseta permanente”, declaraba el economista de Yale Irving Fisher solo unas pocas semanas antes del crash de la bolsa de octubre de 1929.
“El oro representaba la antítesis de los valores especulativos”, reconoce correctamente Chancellor en la explicación de otra era de especulación que generó el colapso de Bretton Woods. Cuando Richard Nixon cerró la ventanilla del oro en 1971 y acabó con el último vestigio de la convertibilidad del dólar en oro, “el oro se convirtió en solo un producto de la imaginación, etéreo e ingrávido. En este nuevo mundo donde todos los valores monetarios están fluyendo, la especulación estaba destina a desempeñar un papel mayor”.
Chancellor se transforma de hitoriador en polemista cuando explica las manías modernas de los bonos basura y la bolsa de la “década de la avaricia” de 1980, echando la culpa al economista Milton Friedman, Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Michael Milken.
Sin embargo, las prédicas ocasionales del autor no quitan méritos a sus numerosas ideas valiosas. “Tal vez la economía de las burbujas ilustra más que nada el peligro que aparece cuando los inversores creen que el riesgo de mercado es soportado por el gobierno en lugar de por ellos mismos”, escribía Chancellor acerca de la manía y colapso del mercado japonés en la década de 1980.
Palabras a recordar la próxima vez que un comentarista financiero diga que la Reserva Federal no dejará que se desplome el mercado inmobiliario.
Douglas French es presidente del Mises Institute y autor de Early Speculative Bubbles & Increases in the Money Supply y Walk Away: The Rise and Fall of the Home-Ownership Myth. Es doctor en economía de la Universidad de Nevada- Las Vegas, dirigido por Murray Rothbard, con el Profesor Hans-Hermann Hoppe en su tribunal de tesis. French enseña en la Academia Mises.