Por Thomas J. DiLorenzo. (Publicado
el 15 de diciembre de 2010)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4887.
[Thomas
DiLorenzo explica su próxima clase en la Academia Mises: The Great Centralizer: Lincoln
and the Growth of Statism, un curso de seis semanas que empieza el 18 de
enero]
En su libro de 1962, Patriotic Gore,
Edmund Wilson escribió que “si queremos entender la significación de la Guerra
de Secesión en relación con la historia de nuestro tiempo” es importante darse
cuenta de que el “impulso” para un poder gubernamental centralizado fue muy
fuerte en el siglo XIX en todo el mundo. Wilson escribía que fueron Lincoln,
Lenin y Bismarck más responsables que nadie en sus respectivos países en introducir
la peste de la burocracia pública centralizada. Lincoln se convirtió en “un
inflexible dictador” y expandió y centralizó el poder gubernamental de forma
tal que “todas las malas potencialidades de las políticas que había iniciado se
produjeron (…) en las formas menos deseables”.
El régimen de Lincoln destruyó el
sistema del federalismo, o de los derechos de los estados, que habían
establecido los padres fundadores. Después de la guerra, la unión ya no era
voluntaria y todos los estados, Norte
y Sur, se convirtieron en meros apéndices de Washington DC. Lincoln suspendió
ilegalmente el derecho de habeas corpus y encarceló a miles de disidentes
políticos sin el proceso debido; entabló una guerra total con el bombardeo,
saqueo y asesinato masivo de unos 50.000 conciudadanos; aprobó diez proyectos
de aumento de aranceles; impuso severos “impuestos al pecado” sobre el alcohol
y el tabaco; introdujo las primeras leyes federales de impuesto de la renta y
servicio militar; introdujo por primera vez una burocracia de recaudación de
impuestos; ejecutó a miles de acusados de deserción del ejército; cerró cientos
de periódicos de la oposición en los estados del Norte; abandonó el patrón oro
y nacionalizó las oferta monetaria; introdujo masivos planes de bienestar corporativo;
deportó a un miembro de la oposición en el Congreso e hizo explotar la deuda
pública, entre otros pecados. Al “apuntar y hacer una carnicería con civiles
[sureños]”, escribía Murray Rothbard en su ensayo, “America's Two Just Wars:
1775 and 1861” (en John Denson, ed., The Costs of War),
“Lincoln y Grant y Sherman abrieron la vía para todos los horrores genocidas
del monstruoso siglo XX. (…) Abrieron la caja de Pandora del genocidio y el exterminio
de civiles”.
Comentando los males de ese poder gubernamental
centralizado es su libro, Omnipotent
Government, [Gobierno omnipotente],
Ludwig von Mises escribía que, a medida que se añadían nuevos poderes a los
gobiernos durante los siglos XIX y XX, los poderes
no se añadían a los estados miembros, sino al
gobierno federal. Cada paso hacia mayor interferencia del gobierno y mayor
planificación significa al mismo tiempo una expansión de la jurisdicción del
gobierno central (…). Es un hecho muy significativo que los adversarios a la
tendencia hacia un mayor control del gobierno describen su oposición como una
lucha contra Washington y contra Berna, es decir, contra la centralización. Se
concibe como un concurso de derechos de los estados contra el poder central.
(p. 268)
Todo esto debe olvidarse, escribía
el novelista premio Pulitzer, Robert Penn Warren, en su libro de 1961, The Legacy of the Civil
War. Por tanto debe olvidarse que el gobierno federal pueda perpetuar
la mentira de que poseía un “tesoro de virtud” en final de la Guerra de
Secesión. Toda esta virtud supuestamente existe hasta hoy, incluso si se
expresa como “excepcionalismo estadounidense”. Con toda esta “virtud”, todo lo
que haga el estado estadounidense, no importa lo abyecto que sea, ha de ser
virtuoso, por definición.
También “debe olvidarse”, apunta
Warren, que “la candidatura republicana de 1860 juró proteger la institución de
la esclavitud (…) y los republicanos estuvieron dispuestos, en 1861, a
garantizar la esclavitud en el Sur”. Debe olvidarse que “en julio de 1861,
ambas cámaras del Congreso, con un voto casi unánime, afirmaron que la guerra
se entabló, no para interferir con las instituciones de ningún estado [es
decir, por la esclavitud] sino solo para mantener la Unión”. También debe
olvidarse que la Declaración de Emancipación fue “limitada y provisional” en
que “la esclavitud iba a abolirse solo en los estados secesionados [donde el
gobierno no tenía poder para liberar a nadie] y solo si no volvían a la Unión”.
También debe olvidarse, añadiría
yo, que Gran Bretaña, España, Francia, Dinamarca, Suecia, Holanda y todos los
demás países en los que existía la esclavitud en el siglo XIX acabaron con ella
pacíficamente (como habían hecho
asimismo los estados de Nueva Inglaterra).
También debemos olvidar que la
mayoría de los estados del norte, como Nueva York, en los que la esclavitud
había existido durante más de 200 años, “rechazaron adoptar el sufragio negro”,
escribía Warren, y que Lincoln era tan supremacista blanco como cualquier
hombre de su tiempo, anunciando en su debate de 1858 en Charlestown, Illinois,
con Stephen Douglas: “No estoy, y nunca estaré, a favor de promover en modo
alguno la igualdad social y política de las razas blanca y negra”.
El efecto de todo este olvido de la
historia es que “el hombre de bien tiende a estar tan seguro de sus propios motivos que no necesita revisar las
consecuencias” (cursivas añadidas). Otro efecto de “la convicción de la virtud
es que no hace mentir automáticamente (…) y luego tratar de justificar la
mentira dentro de una especie de verdad superior”.
Esta última frase es una
descripción perfecta del moderno “conocimiento de Lincoln” en Estados Unidos.
Es en buena parte una colección de mentiras, medias verdades y excusas cuyo
propósito es mostrar las mentiras como verdad y los actos inmorales como
morales. Esta frase es asimismo el motivo de mi nuevo curso en línea en el
Instituto Mises, que empieza en enero: The Great Centralizer: Lincoln
and the Growth of Statism.
El mito de Lincoln es la piedra
angular de la ideología del estatismo estadounidense. Lincoln fue el presidente
más odiado de todos los tiempos durante
toda su vida, como documenta Larry Tagg en su libro The
Unpopular Mr. Lincoln: The Story of America's Most Reviled President.
El hecho de que sea ahora más reverenciado
de entre los presidentes de Estados Unidos es el resultado de generaciones de
historiadores cortesanos y apologistas del estado que han reescrito literalmente
la historia estadounidense de la misma forma que los soviéticos reescribieron
la historia de Rusia para consolidar su
poder político. La deificación de Abe Lincoln acabó llevando a la deificación
de todos los presidentes y del estado estadounidense en general, como ha
escrito el profesor Clyde Wilson, resucitando en la práctica una versión de la
noción medieval del derecho divino de los reyes. Al derecho divino de los reyes
se le llama ahora “excepcionalismo estadounidense”.
El propósito del curso será aplicar
las herramientas de la economía austriaca, la economía política austriaca y el
libertarismo para desmitificar al Gran Centralizador y buscar aprender la
verdad acerca de la naturaleza real de estado estadounidense y sus
intervenciones económicas. No retorceremos y “reinterpretaremos” los propios
discursos de Lincoln para hacer de él y del estado que presidió, que parezcan
santos, como hacen todos los “estudiosos de Lincoln”. (El método habitual de “conocimiento”
de Lincoln se llama “hagiografía”, que es un término religioso que
originalmente se usaban para describir los estudios de las vidas de los santos).
Entre los temas a explicar en este
curso en línea de seis semanas están las opiniones reales de Lincoln sobre la
raza, incluyendo su capricho que le duró toda la vida por la “colonización” o
deportación de todas las personas negras de Estados Unidos; su larga historia
como defensor denodado del mercantilismo hamiltoniano en política económica; el
mito de la secesión como traición y de la unión como “perpetua” y “divina”; la
abolición de la libertades civiles en el norte durante la guerra; la
introducción de la guerra total, incluyendo el asesinato masivo de unos 50.000
civiles sureños; las consecuencias económicas de la guerra, incluyendo la
adopción de todo el programa whig/hamiltoniano de proteccionismo, banca
nacionalizada, gran deuda pública y burocracia fiscal y la política del culto a
Lincoln. Se pedirá a los estudiantes que lean solo una publicación, mi libro, El
verdadero Lincoln, junto con varios artículos en línea que se indicarán
cada semana.
Thomas DiLorenzo es profesor de
economía en la Universidad de Loyola en Maryland y miembro de la facultar
superior del Instituto Mises. Es autor de El verdadero Lincoln, Lincoln Unmasked, How Capitalism Saved America y Hamilton's
Curse: How Jefferson’s Archenemy Betrayed the American Revolution — And What It
Means for Americans Today.