Por David Gordon. (Publicado el 23
de septiembre de 2009)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/3719.
[The Myth
of National Defense: Essays on the Theory and History of Security Production
• Hans-Hermann Hoppe, ed. • Ludwig von Mises Institute, 2003 • x + 453
páginas]
La invasión de Iraq de la
administración Bush ofrece una nueva confirmación, si hacía falta, de la
sentencia de Randolph Bourne: “la guerra es la salud del estado”. Ante un
ejemplo tan masivo de agresión, surge la pregunta: ¿podemos arreglarnos sin
ningún estado? Su eliminación acabaría con la principal fuente de violencia
destructiva en el mundo.
Por muy atractiva que pueda ser
esta línea de pensamiento, pocos están dispuestos a llegar hasta las últimas
consecuencias. No cabe duda de que las depredaciones del estado son una amenaza
siempre presente, pero ¿cómo podemos arreglárnoslas sin esta institución? ¿No
caería una comunidad libertaria sin estado fácilmente presa de primer estado
que decida atacarla?
La historia muestra que no puede
existir ninguna comunidad civilizada de cierto tamaño sin un estado y los
argumentos de la teoría política y la economía muestran que el estado es una
necesidad para una defensa adecuada. El estado puede ser malo, pero es un mal
necesario.
Los contribuidores a The Myth of National Defense
disienten completamente de la línea de pensamiento que acabo de apuntar.
Aportan una serie de objeciones a la opinión convencional, en mi opinión, con
un completo éxito. El lector de este brillante libro verá que toda afirmación
hecha por el estado en los dos párrafos precedentes es falsa.
Jeffrey Hummel presenta
sucintamente el argumento de que la historia demuestra la necesidad del estado:
Si la defensa privada es mejor que la
defensa pública, ¿por qué ha estado ganando la pública a lo largo de los
siglos? En realidad, la destreza militar del estado ha más que impedido la
emergencia moderna de cualquier sociedad anarcocapitalista. (…)
¿Cómo pueden [libertarios radicales
como Rothbard] atribuir los orígenes del gobierno a la conquista con éxito y
mantener simultáneamente que una sociedad completamente libre, sin gobierno,
podría evitar dicha conquista? (pp. 276, 278).
Tanto Hummel como el equipo formado
por Luigi Marco Bassani y Carlo Lottieri intentan responder distintas maneras
al argumento expuesto. De acuerdo con Hummel, la aparición de la Revolución
Agrícola alrededor del año 11000 a de C., creó una gran población rica y
sedentaria. La gente que se benefició de esta revolución fue conquistada por
bandas merodeantes que buscaban beneficiarse. En estas conquistas se encuentra
el origen del estado.
¿Pero por qué la gran población
agrícola no hizo uso de su número superior para expulsar a los invasores? Hummel
mantiene que aunque rebelarse era
ventajoso para casi todo en la población, los costes de la resistencia eran
demasiado altos para los individuos concretos.
Si alguien se resiste al estado,
puede morir.
Aunque prefiriera que se fueran los
invasores, cada persona no arriesgará racionalmente su vida y posesiones para
expulsarlos. Más bien esperará que resista alguna otra persona o grupo, en cuyo
caso se beneficia sin riesgo. Como todos pensarán de esta manera, no habrá
resistencia efectiva. “El
problema del oportunista, presentado desde hace mucho por los economistas como
justificación normativa del estado, es en realidad una explicación positiva de
por qué el estado apareció en primer lugar y luego persistió” (p. 280).
Hummel ha defendido una versión de
la teoría de la conquista del estado, pero ¿no hace imposible esta misma
explicación una resistencia con éxito al estado contemporáneo? ¿No explicará de
nuevo el problema del oportunista la persistencia del estado?
Hummel tiene una respuesta
ingeniosa. Desde la Revolución Industrial, la riqueza se ha convertido en mucho
más importante en el conflicto militar. Esto da a los grupos sin estado una mayor
posibilidad de éxito que antes, dado el indudable hecho de que el libre mercado
promueve el crecimiento económico más eficientemente que una sociedad
controlada por el estado.
¿Pero qué pasa con el problema del
oportunista? Hummel mantiene que no descarta completamente la acción colectiva:
puede superarse si la gente tiene suficiente compromiso con la justicia de su
causa. Joseph Stromberg lo expresa bien:
Respecto de los “oportunistas”, la independencia
de Estados Unidos lo explica. Si los hubiéramos dejado, nunca habrían luchado.
Hummel lanza un gran “¿Y qué?” rothbardiano ante el problema. Apunta que sin
oportunismo la civilización no existiría (p. 237).
Bassani y Lottieri responden de
forma diferente. Rechazan la teoría de la conquista del estado, así como otras
explicaciones que postulan una enorme antigüedad para el estado. Muy al
contrario, afirman que el estado empezó solo cuando la Edad Media llegó a su
fin. Hasta entonces la gente no sufrió esa torva evolución, una autoridad
centralizada manteniendo un monopolio de la fuerza a lo largo de un territorio
nacional.
Muchos libertarios no han apreciado
este punto, dicen, porque han estado demasiado influidos por Franz Oppenheimer
y sus seguidores. Estos escritores contrastan los medios económicos de obtener
bienes y servicios, que benefician a todos los dedicados a ellos, con los
medios políticos, el que algunos toman por la fuerza bienes a otros.
El contraste es sin duda muy útil,
pero Bassani y Lottieri encuentran en él una fuente de errores. Los medios
políticos no deben hacerse equivalentes al estado. Pensar lo contrario hace de
cada bandido un estado. Aunque el estado puede ser una banda criminal, no toda
banda criminal es un estado.
Una vez que entendemos los orígenes
del estado, ¿no se hace más fácil nuestra tarea de resistencia a éste? Ya no
tenemos que ver al estado como fijo e inamovible. Si no existió siempre,
tenemos alguna esperanza de eliminarlo.
Si la historia no nos obliga a
aceptar la necesidad del estado, ¿qué pasa con la teoría política? Hobbes
argumenta que sin un estado, los individuos se encontrarían en constante
conflicto. Con el fin de evitar la “guerra de todos contra todos”, ¿no
deberíamos todos entregar nuestras armas al soberano que así nos protegería?
Hans Hoppe encuentra este argumento menos que convincente:
[Según Hobbes] para instituir una
cooperación pacífica entre ellos, dos individuos, A y B, necesitan a una parte
independiente, S, como juez y pacificador último. (…) Es verdad que S hará la
paz entre A y B, pero solo para poder él mismo robarles más rentablemente. Sin
duda S está mejor protegido, pero cuando más protegido está, menos protegidos
están A y B ante los ataques de S (p. 336).
Hobbes no demuestra que el soberano
mejore el estado de naturaleza.
El excelente apunte de Hobbes
golpea el centro de la justificación hobbesiana del estado, pero se repite la
objeción anterior. Incluso si el estado actúa como depredador, ¿no se necesita
para la defensa contra otros estados?
Aquí debemos recurrir a argumentos
de la teoría económica. Se alega frecuentemente que la defensa nacional es un “bien
público” que el mercado no puede atender en cantidad adecuada. Tanto Larry
Sechrest y Walter Block discrepan de esta ortodoxia. ¿Por qué deberíamos pensar
que la defensa en un bien único que debe proporcionarse en una base igual para
todos los residentes en una nación? “No es imposible ni excluir a los que no
paguen ni es cierto que poner una persona adicional bajo el paraguas de
seguridad no coste recursos adicionales” (p. 323). Con su habitual estilo
imaginativo, Block ofrece numerosos ejemplos ingeniosos para apoyar su desafío
a la opinión habitual.
Si estos autores tienen razón, una
sociedad anarcolibertaria podría ofrecer defensa de una forma completamente
adecuada. Joseph Stromberg refuerza la defensa con un punto esencial. En modo
algunos se deduce que una sociedad libre para defenderse eficazmente deba
igualar los hinchados gastos del estado Leviatán.
Supongo que estados mínimos y
anarquías pueden arreglárselas sin bombas nucleares, misiles de crucero,
bombarderos invisibles y “sistemas” caros apropiados para la conquista del
mundo o la intervención universal. Respecto de la “estructura de fuerza” de la
mera defensa, creo que veríamos una cruda combinación de milicias y “empresas
aseguradoras” (tal vez no tan mutuamente exclusivas como pensamos) recurriendo
a una guerra de guerrillas basada en la masa, aunque fuera organizada in
extremis por quien sea (p. 237).
El argumento a favor de la defensa
libertaria se basa en dos puntos.
Primero, una sociedad libertaria tendría un programa mucho menos ambicioso que
el de los estados en el mundo contemporáneo. Murray Rothbard, con su
característica incisividad, deja claro los límites drásticos de las
circunstancias en las que se justifica la guerra. En concreto, no hay un
mandato universal para imponer una buena sociedad en todo el mundo: las naciones
deben ocuparse de sus propios asuntos.
Una variante especialmente peligrosa
de la política a la que se opone Rothbard desea extender la democracia a todos
sin excepción. Como documentan exhaustivamente Erik von Kuehnelt-Leddihn y
Gerard Radnitzky, es una receta para el desastre. Las democracias, plenas de
superioridad moral, tienden a entablar guerra sin límite que ignoran las
limitaciones humanas.
Guido Hülsmann lleva el argumento
un paso más allá. Igual que la expansión del estado es pecado mortal incluso en
la búsqueda de “buenos” objetivos políticos en el exterior, debe evitarse el
uso del poder del estado para realizar reformas internas. Indica que el
liberalismo clásico de los siglos XVIII y XIX fracasó porque recurrió a la
fuerza para imponer los objetivos que sus defensores consideraban deseables. “En
lugar de poner coto al poder político, [los liberales clásicos] simplemente los
cambiaron y centralizaron” (p. 379). Por el contrario, los libertarios tendrían
que confiar en la secesión pacífica.
Segundo, como destacan tanto
Stromberg como Hülsmann, hay buenas razones para pensar que si una sociedad
libertaria se encuentra siendo víctima de una invasión, una guerra de
guerrillas resultaría ser una respuesta exitosa. Stromberg concluye:
Empezamos con la evidencia de que la
defensa tiene ventaja. (…) Y una vez que el pueblo se dedique a tácticas de
guerrilla derrotándoles aumenta la relación entre atacantes y defensores a
entre 4 a 1 y 6 a 1 o superior. Una “pacificación” y ocupación exitosas pueden
requerir una superioridad de 10 a 1 (pp. 235-236).
Este libro revolucionario nos
obliga a deshacernos de las suposiciones sobre defensa que casi todos damos por
sentadas. La idea de que solo el estado puede ofrecer una defensa adecuada no
es sino un mito estatista, tal vez el más pelirgroso de todos.
David Gordon hace crítica de libros
sobre economía, política, filosofía y leyes para The Mises Review, la
revista cuatrimestral de literatura sobre ciencias sociales, publicada desde
1955 por el Mises Institute. Es además autor de The Essential Rothbard,
disponible en la tienda de la web del Mises Institute.
Este artículo fue publicado por
primera vez en Mises Review,
Primavera de 2004, Volumen 10, Número 1.