Por Robert P. Murphy. (Publicado el 5 de septiembre
de 2011)
Traducido
del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5618.
La pasada
semana, el
Departamento de Justicia demandó bloquear la propuesta de adquisición por
AT&T de T-Mobile por 39.000 millones de dólares. El gobierno afirmaba que
la fusión reduciría la competencia y por tanto dañaría a los consumidores. Más
allá de la hipocresía del gobierno federal quejándose de medidas
anticompetitivas, la acción antitrust es errónea desde bases morales, teóricas
y prácticas. Un mercado libre basado en el intercambio voluntario de
propiedades generaría precios más bajos y mejor servicio para los usuarios de
teléfonos celulares.
La postura del gobierno
Como es
habitual, los representantes del gobierno de EEUU han afirmador que son servidores
del público:
La demanda
del Departamento de Justicia, que fue presentada en el Tribunal de Distrito de
Estados Unidos en Washington, decía que T-Mobile “supone una importante presión
competitiva sobre sus tres rivales mayores, particularmente en términos de
precio, un aspecto críticamente importante de la competencia”.
La
demanda también destacaba la red de alta velocidad de T-Mobile y sus
innovaciones en tecnología, advirtiendo que era la primera en usar el sistema
operativo Android de Google y el correo inalámbrico de BlackBerry, entre otras
cosas.
La
eliminación por AT&T de T-Mobile como un rival independiente de bajo precio
eliminaría una fuerza competitiva significativa del mercado”, decía la demanda.
“Así que, si se lleva a cabo la adquisición, los clientes de servicios de
telecomunicación móvil inalámbrica probablemente afronten precios más altos,
menor variedad de productos e innovación y servicios de peor calidad debido a
la reducción de incentivos para la innovación que existirían en ausencia de la
fusión”.
En primer
lugar, es gracioso escuchar a agentes del gobierno federal expresar su simpatía
por el atribulado consumidor. Incluso el estudio más básico de economía lleva a
una persona a darse cuenta de que el gobierno de EEUU es el mayor violador del
bienestar del consumidor en todo el planeta. Ya sea con sus aranceles, leyes de
salario mínimo, códigos fiscales laberínticos o miles de contraproducentes
regulaciones empresariales, el gobierno de EEUU es un experto en conseguir “precios más altos, menor variedad de
productos y servicios de peor calidad” para los consumidores estadounidenses.
Aún
incluso dejando de lado la hipocresía, hay serios problemas con el alegato de
manual de aplicación del antitrust. Estos problemas incluyen consideraciones
morales, teóricas y prácticas.
Objeciones morales al antitrust
Desde un
punto de vista libertario, la objeción más evidente e inmediata a la aplicación
del antitrust es que viola derechos básicos de propiedad. Al contrario de
algunos de los comentarios de los lectores que siguen al artículo antes
enlazado, el Departamento de Justicia no está “protegiendo” a T-Mobile de ser
engullido por el maloso AT&T. No, cuando se produce una fusión empresarial,
es porque un número suficiente de accionistas de ambas empresas aprueba el
acuerdo. (Advirtamos que esto es cierto incluso en las llamadas compras
hostiles).
La
demanda del gobierno bloqueando la fusión propuesta limita lo que pueden hacer
con su propiedad los propietarios de AT&T y T-Mobile, aunque su pretendida fusión
no habría violado los derechos de propiedad de nadie más. Como tal, la acción
del gobierno es inválida desde presupuestos libertarios.
El alegato teórico contra el antitrust
Una un
importante cuerpo doctrinal que cuestiona la legislación antitrust incluso bajo
bases económicas puramente teóricas. En la tradición austriaca, una obra
clásica es Antitrust:
The Case for Repeal¸ de Dominick
Armentano. Para quienes prefieran las lecciones a los libros “Monopoly and
Competition”, de Thomas DiLorenzo es
una excelente introducción a la visión austriaca en esta área.
La
postura austriaca básica es que mientras haya libre entrada en un sector (lo
que significa que no haya privilegios públicos especiales a los afectados) hay
una sana competencia, manteniendo alerta a los empresarios. Si los negocios
existentes remolonean y hacen que la calidad sufra demasiado o si se hacen
avariciosos y aumentan los precios demasiado, entonces nuevas empresas entrarán
en el sector y captarán porciones del mercado.
No tiene
nada de mágico tener cierto número de competidores en un sector. En el caso de
la telefonía celular, no tenemos ninguna razón para suponer que tener tres
empresas dominantes se más eficiente o sirva a los clientes mejor que tener dos
empresas dominantes. ¿Es óptimo el número actual de empresas? Si lo es, ¡menuda
coincidencia! Si no, ¿por qué no hacer que el Departamento de Justicia divida
AT&T en 14 empresas más pequeñas, o tal vez en 13 o 15? ¿Quién sabe?
El sector
de los celulares es un ejemplo clásico de “bienes de red”, en el que la
utilidad de un producto o servicio depende en parte de cuánta gente más lo utilice. También es un ejemplo
clásico de economías de escala, en el que el costo unitario de dar servicio
(digamos) a 100 clientes es mucho mayor que el costo unitario de servir a
100.000 clientes.
La teoría
económica de la corriente principal puede demostrar “fallos de mercado” en
dichos sectores vayan o vengan las empresas. Si vemos ciertos tipos de sectores
caracterizados por numerosas compañías con pequeñas porciones de mercado, es
una prueba de que hay una redundancia “derrochadora”, que requiere la intervención
benévola del gobierno. (Es parte de la justificación habitual de la regulación
pública del servicio telefónico tradicional, así como de otros servicios
públicos). Y aún así cuando vemos que el mercado responde a esas realidades
mediante su consolidación, el Departamento de Justicia salta por “restringirse
la competencia”.
Sí, si
los cargos públicos tuvieran un conocimiento perfecto de todas las
posibilidades tecnológicas y de la demanda de los clientes y pudiésemos confiar en que
esos cargos implantaran adecuadamente soluciones en tiempo real, entonces
teóricamente la regulación pública podría mejorar el resultado espontáneo de
los mercados descentralizados.
En
realidad no se sostiene ninguna de estas suposiciones. En concreto, cuando un
empresario presenta un producto completamente nuevo, tiene temporalmente un
“monopolio” para el ciudadano medio. Por tanto, si aplicamos los modelos de
libro a esta situación, estaríamos horrorizados ante los altos precios y el
bajo rendimiento de este sector “monopolizado”. Hombre, con que solo docenas de
competidores tuvieran la misma “función de producción”, entonces la producción
sería mayor y los precios menores. ¡El mercado fracasa!
Esto no
tiene sentido. Por definición, nadie conoce
el nuevo producto o servicio hasta que el empresario innovador ha realizado su
sueño. El periodo temporal de ganancias relativamente altas es parte del premio
que motiva a los emprendedores a pensar principalmente en esta línea. Si el
gobierno toma medidas cada vez que alguien inventa un nuevo producto o servicio
(diciendo que protege al consumidor), entonces los consumidores estarán peor.
En un
mercado libre, las empresas solo pueden convertirse en “dominantes” sirviendo a
los consumidores mejor que sus competidoras. Incluso si una empresa ha
“derrotado” a todos sus competidores, sigue siendo vulnerables a la competencia
de recién llegados. En la década de 1970, IBM era considerada una empresa
inexpugnable, que supuestamente tenía un control completo sobre el sector
informático. En la década de 1990, la gente pensaba lo mismo de Microsoft,
mientras que hoy lo piensa de Google, sin darse cuenta de que podría ser un
dinosaurio en una década.
En
tiempos más recientes, Facebook parecía tener un monopolio en sitios de redes
sociales: después de todo, parecía casi por definición imposible para un recién
llegado hacer que la gente se cambiara, una vez que tanto estaban usando ya
Facebook. Y aún así, como explica Jeffrey
Tucker, Google+ identificó algunos defectos serios en la postura de
Facebook y actualmente esta haciendo lo que a muchos les parecía imposible
cuando se hizo la película sobre Facebook.
Aplicación del antitrust: Corrupta en la práctica
En la
sección anterior, he ofrecido algunas objeciones teóricas a la justificación
económica habitual de la aplicación del antitrust. Aún así, en el mundo real,
el alegato contra el antitrust es incluso más evidente: normalmente, las
demandas contras las empresas gigantes no las presentan académicos desinteresados
que dibujan curvas de oferta y demanda en su pizarra para ver qué ayudará más a
la gente.
Por el
contrario, la típica demanda antitrust la realizan los competidores sin éxito de las empresas dominantes. Como
explicaba Dominick Armentano en una entrevista en 1998:
La
investigación ha demostrado que [la legislación antitrust] empezó cuando los
intereses empresariales quisieron que se regulara a su competencia. Esto es
cierto para el antitrust a nivel estatal. Y si nos remontamos a los orígenes de
la Ley Sherman, queda claro que las petroleras competidoras menos eficientes
querían tener una ley federal que regulara las actividades del supuesto trust
del petróleo.
Hay muy
poca controversia sobre la Federal Trade Act de 1914: los intereses de las
pequeñas empresas requerían una ley que recayera sobre las grandes compañías.
Por eso se escribió la ley. La Ley Robinson-Patman que salió de la Gran
Depresión hizo crecer las demandas de los intereses especiales. La U.S.
Wholesale Grocers Association acabó escribiendo por sí misma la ley, y
sencillamente consiguió que Robinson y Patman patrocinaran una ley dirigida
concretamente contra A&P.
En resumen,
no hubo una edad de oro del antitrust en la que el abuso monopolístico estaba
desbocado en un mercado libre y el gobierno apatreció para salvaguardar el
interés público. La ley antitrust ha sido siempre legalmente ambigua,
teóricamente insostenibles y empíricamente injustificable. Y digamos que no
podemos establecer que el antitrust se originara como una ley de intereses
especiales. Se trata de que ha sido usada como una ley de intereses especiales.
Así funciona en la práctica la ley.
Conclusión
Las leyes
antitrust son objetables desde el punto de vista de la moralidad, la teoría
económica y la práctica histórica. En lugar de confiar en que el gobierno
federal (¡de todas las organizaciones!) garantice bajos precios y alta calidad
para los usuarios de teléfonos celulares, los estadounidenses deberían reclamar
un verdadero mercado libre.
Robert Murphy es investigador adjunto del Instituto Mises, donde enseña
en la Mises Academy. Gestiona el blog Free Advice y es autor de The Politically Incorrect
Guide to Capitalism, Study Guide to Man, Economy,
and State with Power and Market, Human Action Study Guide, The Politically Incorrect
Guide to the Great Depression and the New Deal y su nuevo libro Lessons for the Young
Economist