La economía de libre mercado de Thomas Jefferson

Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 29 de noviembre de 2012)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5084.

[Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 2, La economía clásica]

 

El liderazgo de los smithianos franceses lo obtuvo rápidamente Jean-Baptiste Say, cuando se publicó en 1803 la primera edición de su Traité d'Économie Politique. Say había nacido en Lyon en una familia hugonote de comerciantes textiles y paso la mayoría de su infancia en Ginebra y luego vivió en Londres, donde aprendió comercio. Finalmente volvió a París como empleado de una compañía de seguros de vida y el joven Say se convirtió en líder del grupo de philosophes del laissez faire de Francia. En 1794, Say se convirtió en el primer director de la principal revista de este grupo, La Décade Philosophique. Defensor no solo del laissez faire, sino asimismo del floreciente industrielisme de la Revolución Industrial, Say era hostil a la fisiocracia absurdamente pro-agrícola.

El grupo de la Décade se llama a sí mismo los “ideologistas”, posteriomente calificado con desdén por Napoleón como los “ideólogios”. Su concepto de “ideología” significaba sencillamente la disciplina que estudiaba todas las formas de acción humana, siendo un estudio una distinción de individuos y su interacción más que una manipulación positivista o científica de la gente como simple objeto de ingeniería social. Los ideólogos se inspiraban en las opiniones y el análisis del último Condillac. Su líder en psicología fisiológica era el Dr. Pierre Jean George Cabanis (1757–1808), que trabajaba junto con otros biólogos y psicólogos en la École de Midécine. Su líder en ciencias sociales era el rico aristócrata Antonie Louis Claude Destutt, Conde de Tracy (1754–1836).[1] Destutt de Tracy creó el concepto de “ideología”, que presentó en el primer volumen (1801) de su Éléments d'idéologie (1801-15) en cinco volúmenes.

De Tracy exponía sus opiniones económicas en su Comentario sobre Montesquieu, en 1807, que quedó en manuscrito debido a sus opiniones abiertamente liberales. En el Comentario, de Tracy ataca la monarquía hereditaria y el gobierno de uno solo y defiende la razón y el concepto de los derechos naturales universales. Empieza refutando la definición de la libertad de Montesquieu como “voluntad de hacer lo que se debe hacer” con la definición mucho más libertaria de la libertad como la capacidad de querer y hacer lo que a uno la parezca. En el Comentariok, de Tracy da primacía a la economía en la vida política, ya que el principal propósito de la sociedad es satisfacer, por medio del intercambio, las necesidades y placeres materiales. Alaba al comercio como “la fuente de todo bien humano” y también lauda el avance de la división del trabajo como fuente de aumento en la producción, sin ninguna de las quejas acerca de la “alienación” que exponía Adam Smith. También destacaba el hecho de que “en todo acto de comercio, todo intercambio de mercancías, ambas partes se benefician u obtienen algo de mayor valor de lo que venden. Por tanto, la libertad de comercio interno es tan importante como el libre comercio entre naciones.

Pero, se lamentaba de Tracy, en este idilio del libre intercambio y el comercio y la creciente productividad, aparece una plaga: el gobierno. Los impuestos, apuntaba, “son siempre ataques a la propiedad privada y se usan para gastos decididamente despilfarradores e improductivos”. Como máximos, todos los gastos del gobierno son un mal necesario y la mayoría, “como las obras públicas, podrían llevarse a cabo mejor por parte de los individuos privados”. De Tracy se oponían ácidamente a la creación pública e intervención en la moneda. As devaluaciones era, sencillamente, “un robo” y el papel moneda es la creación de un producto que vale solo el papel en el que se imprime. De Tracy también atacaba la deuda pública y reclamaba un patrón metálico, preferentemente en plata.

El cuarto volumen de los Éléments de de Tracy, el Traité de la volonté (Tratado de la voluntad), era, a pesar de su título, su tratado de economía. Llegaba así a la economía como parte de su sistema general. Completado al final de 1811, el Traité fue finalmente publicado tras la expulsión de Napoleón en 1815 e incorporaba y estaba construido a partir de las ideas del Comentario sobre Montesquieu. Siguiendo a su amigo y colega J.B. Say, de Tracy destacaba ahora fuertemente al empresario como figura crucial en la producción de riqueza. A de Tracy se le ha calificado a veces como un teórico de la teoría del valor trabajo, pero el “trabajo” se consideraba en su lugar como altamente productivo en comparación con la tierra. Además, el “trabajo” para de Tracy era en buena parte obra del empresario al ahorrar e invertir los frutos de un trabajo previo. El empresario, apuntaba, ahorra capital, emplea a otras personas u produce una utilidad más allá del valor original de su capital. Solo el capitalista ahorra parte de lo que gana para reinvertirlo y producir nueva riqueza. De Tracy concluía dramáticamente: “los empresarios industriales están realmente en el corazón del cuerpo político y su capital es su sangre”.

Además, todas las clases tienen un interés conjunto en la operación del mercado libre. No existe, apuntaba agudamente de Tracy, unas “clases desposeídas”, pues, como le parafrasea Emmet Kennedy, “todos los hombres tienen al menos la más preciosa de las posesiones, sus facultades, y los pobres tienen tanto interés en preservar sus posesiones como los ricos”.[2] En el corazón del énfasis central de de Tracy en los derechos de propiedad estaba por tanto el derecho fundamental de todo hombre a su persona y facultades. La abolición de la propiedad privada, advertía, solo generaría una “igualdad en la miseria” al abolir el esfuerzo personal. Además, aunque no hay clases fijas en el libre mercado y todo hombre es al tiempo consumidor y propietario y puede ser capitalista si ahorra, no hay razón para esperar una igualdad de rentas, ya que los hombres difieren en capacidades y talentos.

El análisis de la intervención pública de de Tracy era el mismo que el de su Comentario. Todos los gastos públicos son improductivos, incluso cuando son necesarios, y todo eso supone vivir de las rentas de los productores y ser por tanto parasitario en su naturaleza. El mejor estímulo que puede dar el gobierno a la industria es “dejarla en paz” y el mejor gobierno es el más mezquino.

Sobre el dinero, de Tracy adoptó una postura firme de moneda fuerte. Lamentaba que los nombres de las monedas ya no fueran simples unidades de peso de oro o plata. El envilecimiento de la moneda lo consideraba claramente como un robo y el papel moneda como un robo a gran escala. De hecho, el papel moneda es sencillamente una serie gradual y oculta de sucesivas devaluaciones del patrón de la moneda. Se analizaban los efectos destructivos de la inflación y se atacaba a los bancos monopolistas privilegiados como instituciones “radicalmente viciosas”.

Aunque seguía a J.B. Say en su énfasis en el empresario, de Tracy se adelantaba a su amigo en el rechazo al uso de las matemáticas o estadísticas en la ciencia social. Ya en 1791, de Tracy estaba escribiendo que mucha de la realidad y de la acción humana sencillamente no es cuantificable y advertía contra la aplicación “charlatana” de la estadística a las ciencias sociales. Atacaba el uso de matemáticas en su Mémoire sur la faculté de penser (Memoria sobre la facultad de pensar) (1798) y en 1805 discrepaba de la importancia que daba su reciente amigo Condorcet a las “matemáticas sociales”. Tal vez influido por el Traité de Say, dos años anterior, de Tracy indicaba que el método apropiado para las ciencias sociales no son las ecuaciones matemáticas sino la expresión o deducción de las propiedades implícitas contenidas en verdades básicas “originales” o axiomáticas (en resumen, el método de la praxeología). Para de Tracy, el verdadero axioma fundamental es que “el hombre es un ser sensible”, a partir del cual pueden obtenerse verdades a través de la observación y la deducción, no a través de las matemáticas. Para de Tracy, esta “ciencia de la comprensión humana” es el fundamento básico de todas las ciencias humanas.

Thomas Jefferson (1743–1826) había sido amigo y admirador de los philosophes e ideólogos desde la década de 1780 cuando fue embajador en Francia. Cuando los ideólogos alcanzaron algún poder político en los consulares de Napoelón, Jefferson fue nombrado miembro del “grupo de expertos” del Institut National en 1801. Todos los ideólogos (Cabanis, DuPont, Volney, Say y de Tracy) enviaban a Jefferson sus manuscritos y recibían a cambio ánimos. Después de acabar su Comentario sobre Montesquieu, de Tracy envió el manuscrito a Jefferson y le pidió que lo tradujera al inglés. Jefferson tradujo con entusiasmo parte para sí mismo y luego hizo que se terminara y publicara la traducción por parte del director de periódico de Philadelphia, William Duane. De esta forma, el Comentario apareció en inglés (1811) ocho años antes de poderse publicar en Francia. Cuando Jefferson envió la traducción publicada de de Tracy, el filósofo, encantado, se vio inspirado a terminar su Traité de la volonté y enviarlo rápidamente a Jefferson, pidiéndole que tradujera ese volumen.

A Jefferson le entusiasmó mucho el Traité. Aunque él mismo había hecho mucho por abrir el camino a la guerra contra Gran Bretaña en 1812, Jefferson estaba desilusionado por la deuda pública, los altos impuestos, el gasto del gobierno, la inundación del papel moneda y el florecimiento de monopolios bancarios privilegiados que acompañaron a dicha guerra. Concluyó que su amado Partido Demócrata-Republicano había en realidad adoptado las políticas económicas de los despreciados federalistas hamiltonianos y el ácido ataque de de Tracy a estas políticas espoleó a Jefferson para tratar de conseguir que el Traité fuera traducido al inglés. Jefferson dio de nuevo el manuscrito a Duane, pero éste estaba en bancarrota, así que Jefferson revisó la defectuosa traducción que Duane había encargado. Por fin, la traducción se publicó como Treatise on Political Economy, en 1818.[3]

El expresidentes John Adams, cuyas opiniones sobre moneda ultrafuerte y banca al 100% en metálico estaban cercanas a las de Jefferson, alabó el Tratado de de Tracy como el mejor libro de economía jamás publicado hasta entonces. Alababa en particular el capítulo de de Tracy sobre el dinero al defender “los sentimiento que he albergado toda mi vida”. Adams añadía que

los bancos han hecho más año a la religión, la moralidad, la tranquilidad, la prosperidad e incluso a la riqueza de la nación, que el (…) bien que hayan hecho nunca.

Todo nuestro sistema bancario, que siempre he aborrecido, sigo aborreciendo y moriré aborreciendo (…) toda banca de descuento, todo banco por el que haya que pagar interés o dar un beneficio de cualquier tipo al declarante, es una abierta corrupción.

Ya en 1790, Thomas Jefferson había alabado La riqueza de las naciones como el mejor libro de economía política, junto con la obra de Turgot. Su amigo el obispo James Madison (1749-1812), que fue presidente del William & Mary College durante 35 años, fue el primer profesor de economía política en Estados Unidos. Libertario que había destacada enseguida que “nacemos libres”, el obispo Madison había utilizado La riqueza de las naciones como su libro de texto. Ahora en su prólogo al Tratado de de Tracy, Thomas Jefferson expresaba la “oración de corazón” de que el libro se convirtiera en el texto básico estadounidense de economía política. Durante un tiempo, el William & Mary College adoptó el Tratado de de Tracy, bajo la insistencia de Jefferson, pero este estatus no duró mucho. Pronto el Tratado de Say sobrepasó al de de Tracy en la carrera de popularidad en Estados Unidos.

El calamitoso “pánico” de 1819 confirmó a Jefferson es sus firmes opiniones de moneda fuerte para la banca. En noviembre de ese año, desarrolló una propuesta de solución para la depresión que se caracterizó por pedir a su amigo William C. Rives que la presentara en el parlamento de Virginia sin descubrir su autoría. El objetivo del plan se indicaba rotundamente: “La supresión eterna del papel bancario”. La propuesta era reducir el medio circulante al nivel de metálico puro; se obligaba al gobierno estatal a eliminar completamente los billetes bancarios en cinco años, reclamando y redimiendo un quinto de los billetes en metálico cada año. Además, Virginia haría un delito grave que cualquier banco pasara o aceptara billetes bancarios de otros estados. Aquellos bancos que eludieran el plan perderían sus licencias o se verían obligados a redimir inmediatamente en metálico todos sus billetes. En resumen, Jefferson declaraba que ningún gobierno, estatal o federal debería tener poder para establecer un banco; por el contrario, la circulación de la moneda debería consistir exclusivamente en metálico.

 

 

Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político libertario.

Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 2, La economía clásica.



[1] También deberíamos mencionar como importante en el grupo de los ideólogos al historiador Constantin François Chasseboeuf, Conde de Volney (1757–1820).

[2] Emmet Kennedy, Destutt De Tracy and the Origins of "Ideology" (Philadelphia: American Philosophical Society, 1978), p. 199.

[3] Debe apuntarse que el intermediario de de Tracy en las negociaciones con Jefferson sobre la traducción fue su amigo común, el último de los fisiócratas, DuPont de Nemours, que había emigrado a Wilmington, Delaware, en 1815 para fundar su famosa dinastía de fabricantes de pólvora.

Published Wed, Nov 30 2011 6:52 PM by euribe