Por Daniel James Sanchez. (Publicado
el 22 de julio de 2009)
Traducido del inglés. El artículo
original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/3583.
Paul Krugman quiere ser nuestro
salvador. Además, quiere ser un tipo concreto de salvador: un mago de la era
científica, un profeta de la pizarra.
Las raíces de esta curiosa ambición
pueden verse en su reciente
perfil en Newsweek:
Krugman dice que se encontró en la
ciencia ficción de Isaac Asimov, especialmente en la serie Fundación: “Eran unos sabihondos salvando a la civilización,
cuantos que tenían una teoría de la sociedad, gente escribiendo ecuaciones en
una pizarra, diciendo: ‘Ves, si no sigues esta fórmula, el imperio se
derrumbará y a esto le seguirán mil años de barbarie”.
Ahora estamos aquí en la hora cero
económica para el imperio americano y tal vez para la propia civilización
moderna y muchos en la élite urbana global piensan que este triatleta del
establishment con su profesorado en Princeton, su columna en el New York Times y su premio Nobel, tiene
la ecuación para la salvación. ¿Cuál es la fórmula de Krugman? ¿Qué
mandamientos ha garabateado el mago en su pizarra para nos, este rebaño
plebeyo?
Para entenderlo, uno debe entender
la herencia intelectual de Krugman, tal y como es.
Paul Krugman es un devoto de John
Maynard Keynes. Es un discípulo tan entregado que era keynesiano cuando el
keynesianismo no estaba de moda: el periodo entre la estanflación de la década
de 1970, que parecía desacreditar al doctrina keynesiana, y hoy, cuando renace
sin base alguna debido a la mala memoria de nuestra sociedad. Él mismo admite
orgullosamente su devoción por Keynes. Ha escrito títulos como “La
grandeza de Keynes” y “¿Por
qué aún no somos todos keynesianos?” ¿Pero qué significa que te encante
Keynes? ¿Qué diagnóstico tiene la economía keynesiana Krugman para la crisis
económica y qué remedios prescribe?
El diagnóstico keynesiano: Un caso de frugalidad mortal
En el misterio Keynesiano de quién
lo hizo en la economía de la depresión, el culpable no es otro que el ahorro.
De verdad, el Ahorro: esa condición previa necesaria para todo desarrollo de
capital, por tanto de todos los avances en productividad y por tanto de todos
los aumentos en la prosperidad humana general.
La explicación keynesiana de la
depresión en dos palabras es que (1) un ahorro excesivo lleva a (2) un
infraconsumo que lleva a (3) desempleo. El desempleo lleva a un aún más temible
ahorro, completando así un círculo vicioso. Esta teoría era escupir en la cara
a cientos de años de progreso en el pensamiento económico. Los economistas
anteriores a Keynes, laboriosa, analítica y progresivamente construyeron un
poderoso edificio de conocimiento y verdad, todo él centrado alrededor de cómo
los mercados encuentran los precios óptimos y se equilibran en respuesta a
situaciones cambiantes. Keynes rechazaba todo esto alegremente como “ortodoxia”
y caracterizaba falsamente al mercado como un mecanismo inherentemente
disfuncional que tiende a caer en largas depresiones si no interviene el sabio
gobierno.
Paul Krugman acepta completamente
la explicación keynesiana. Escribió recientemente:
uno de los momentos importantes del
semestre, si eres profesor de introducción a la macroeconomía, se produce
cuando explicas cómo la virtud individual puede ser un vicio público, cómo los
intentos de los consumidores de hacer lo correcto ahorrando más puede ser peor
para todos. Se trata de que si los consumidores recortan sus gastos y nadie
toma su lugar en ese gasto, la economía caerá en una recesión, reduciendo las
rentas de todos.
Así que para Krugman, el camino al
infierno económico está empedrado con las buenas intenciones de la frugalidad.
Esta “teoría del infraconsumo” es básicamente de lo que está hablando siempre
que lees a Krugman advirtiendo inquietantemente acerca de “excesos de
ahorro”, la “paradoja
del ahorro”, la “capitulación
del consumidor”, “insuficiente
demanda agregada”, etc., etc. Es solo jerga que disfraza una teoría infantil.
Como escribió Gary
North, las teorías del infraconsumo
hablan del ahorro como si fuera un
sistema para esconder billetes bajo un colchón. Rechazan responder esta
pregunta esencial: ¿Qué hace el banco con
el dinero que deposita un consumidor en lugar de gastarlo? Dicho de otra
manera: ¿Qué diferencia analítica o
conceptual supone que un ahorrador deposite un dólar [en] su banco, que el
banco prestará, o que lo gaste, permitiendo al vendedor depositar el dólar en
su banco, que su banco prestará?
E incluso si el ahorro tratara de
billetes y colchones, ninguna cantidad concreta de ese “asesoramente” llevaría
a infraconsumo, como demostraba Murray Rothbard en su tratado económico, El
hombre, la economía y el estado, sino simplemente a “un aumento en el
valor real de su balance de efectivo y de la unidad monetaria”. Esto
disminuiría los beneficios empresariales en términos nominales, pero rebajaría
también los costes empresariales, dejando a las empresas igual de rentables en
términos reales de lo que lo eran antes.
El remedio keynesiano: Gastar para llegar a la riqueza
Como Krugman tiene un diagnóstico
tan atrasado de las depresiones, no debería sorprender que sus remedios
keynesianos vayan igualmente en la mala dirección y sean desastrosamente
destructivos. La receta keynesiana para acabar con las depresiones es el
estímulo público. De eso habla Krugman siempre que pide “primar la
inyección”. El estímulo keynesiano aparece de dos maneras: monetaria y
fiscal. Con el estímulo monetario, un banco central (como la Reserva Federal)
aumenta grandemente la oferta monetaria, que rebaja drásticamente los tipos de interés, lo que a su vez
estimula el gasto. Es el lado “pro-burbuja” de la economía de Krugman, del que
he hablado aquí
y aquí. Su ahora famosa receta de
inducir una burbuja inmobiliaria iba a conseguirse (y realmente se consiguió) a
través del estímulo monetario. Krugman decía en una entrevista con Lou
Dobbs:
Entretanto, la política económica
debería animar a otros gastos para compensar la caída temporal en la inversión
empresarial. Los bajos tipos de interés,
que promuevan el gasto en vivienda y
otros bienes duraderos son la respuesta principal. (cursivas añadidas)
Esta fue la receta para la recesión
en 2001. El resto es historia de burbuja inmobiliaria.
Lo paradójico es que la expansión
monetaria, la cura de Krugman para las depresiones, es el mismo veneno que las
causó inicialmente. Según la Teoría Austriaca del Ciclo Económico, que fue
expuesta por primera vez en 1912 por Ludwig von Mises, el gran economista
austriaco que predijo la Gran Depresión, la expansión monetaria dirige
erróneamente los recursos, causando una inversión excesiva en etapas de la
producción que están más alejadas de los productos finales. Este alargamiento
de la cadena de producción es insostenible, dad la cantidad real de ahorro
disponible para una inversión continua. Las empresas acaban dándose cuenta de
este hecho y de que las malas inversiones han de liquidarse y reasignarse los
recursos hacia proyectos sostenibles. Un mayor estímulo monetario (o cualquier
intervención pública en este sentido) solo sirve para retardar ese proceso de
reasignación y prolongar la depresión. Para una explicación sencilla de la
verdadera historia por detrás de los ciclos económicos, recomiendo este artículo y este discurso
(en vídeo) de Thomas Woods.
De acuerdo con la evaluación de
Krugman del estado actual de la economía, el estímulo monetario ha hecho casi
todo lo que podía (¡gracias a Dios!) y ahora estamos llegando a una “trampa de
liquidez” keynesiana, que, tal y como él la
retrata, es “una situación en la que la política monetaria convencional
pierde todo el sentido. Cuando los tipos de interés a corto plazo están
cercanos a cero” ¿Qué prescribe las doctrina keynesiana en esta situación? Pide
un estímulo fiscal masivo: el gasto público pretende rellenar el agujero que ha
dejado el infraconsumo en la demanda agregada. Así es como lo calificaba el
propio Krugman en febrero, de acuerdo con un boletín de la Universidad de
Pennsylvania:
Sin la política monetaria como motor
de arranque, “Eso no nos deja más que el gasto público”, para cebar la bomba,
decía Krugman. “Es puro Keynes”.
Krugman estimaba que el “agujero
del gasto” en la economía de EEUU es de 2,9 billones
de dólares. A causa de esto, se quejaba, ¡el paquete de estímulo del Presidente
Obama debería ser del triple del
tamaño actual!
“Ayuda, pero no cubre ni siquiera un
tercio del hueco, así que resulta decepcionante”, dijo Krugman. De los 789.000
millones aprobados, solo alrededor de 600.000 millones aportan un estímulo
real, en opinión de Krugman. “Así que solo tenemos 600.000 millones para
rellenar un agujero de 2,9 billones”.
El único agujero que necesita
rellenarse es el que hay en la comprensión de Krugman. Como ya hemos visto, la
idea de que el estímulo produce algún bien sacando el dinero de colchones y
arcas de los bancos es una mentira. Y como escribió Ludwig von
Mises:
un gobierno solo puede gastar o
invertir lo que toma de sus ciudadanos (…) su gasto e inversión adicionales
recortan el gasto e inversión de los ciudadanos en toda esa cantidad.
Esto lleva a la pregunta de si el
gasto e inversión públicos hace más bien que el gasto e inversión privados. La
economía sensata responde a esta pregunta con un sonoro “no” y aún así ni
siquiera necesitamos considerar la pregunta respecto del keynesianismo de
Krugman. Porque en último término, el estímulo fiscal keynesiano no trata
siquiera acerca de los bienes y
servicios producidos por el gasto adicional (infraestructuras, bienestar,
etc.). Verán, el estímulo fiscal podría ser también literalmente rellenando agujeros, ya que según la ridícula
comprensión de Keynes de cómo funciona la economía, no importa en qué gaste el dinero el gobierno: incluso
cavar hoyos solo para rellenarlos se consideraría un estímulo benéfico.
Podríais pensar que esto no debe ser literalmente cierto. “Keynes puede haberse
equivocado en algunas cosas”, podéis protestar, “¡pero ningún economista tan
eminente como él creería en algo tan absurdo!” Leed vosotros
mismos las palabras de este hombre:
Si el Tesoro rellenara botellas
vacías con billetes, las enterrara a profundidades apropiadas en minas de
carbón abandonadas que luego rellenara hasta la superficie con escombros y
dejara a una empresa privada siguiendo los principios del laissez faire que
desenterrara de nuevo los billetes (por supuesto, obteniendo el derecho a
hacerlo mediante arrendamiento del territorio de los billetes), no habría más
desempleo y, con la ayuda de las repercusiones, la renta real de la comunidad y
también su riqueza de capital, probablemente se haría bastante mayor de lo que
es realmente. Es verdad que sería más sensato construir viviendas y similares,
pero si hay dificultades políticas y prácticas para hacerlo, lo anterior sería
mejor que nada.
El pasaje anterior no es una nota
escrita a un colega en una especulación académica. Es parte de la contribución
principal de Keynes a la economía, sobre la que se basa su reputación: La teoría general del empleo, el interés y
el dinero. No me importa los eminente, acreditado o “consumado” que sea un
economista. Si dice que enterrar dinero en el suelo puede ser bueno para la
sociedad, debería ser inmediatamente rechazado en el discurso público y
académico.
El sencillo hecho de que Krugman
considere a un tipo así como ejemplo de conocimiento económico habla por sí
mismo. “De acuerdo”, podríais pensar, “Keynes era algo extremista. Pero el
propio Krugman no iría tan lejos como para creer en algo como eso”.
Os equivocáis de nuevo. En abril,
Krugman lamentaba realmente el hecho de que los proyectos de estímulo de Obama
tuvieran poco presupuesto.
El Presidente Obama alaba el hecho de
que los proyectos de estímulo vayan por delante de lo planificado y por debajo
de lo presupuestado. Bien, pero mal.
Ir por delante de lo planificado está
bien. Ir por debajo de lo presupuestado, bueno, normalmente es algo bueno.
¡Pero en el estímulo se trata de aumentar el gasto!
Es verdad: Krugman, en igualdad de
condiciones, prefiere que el gasto de estímulo del gobierno sea ineficiente, Y
luego continúa citando el mismo pasaje ridículo de la Teoría general de Keynes que he citado antes, pero favorablemente. ¿Y el título del
artículo en el que se quejaba? “Tiempo
de botellas en minas de carbón”.
Os dije que era un radical.
Esto me lleva a algo colateral que
me gustaría decir. Uno podría pensar que al escribir en un lenguaje tan,
digamos, “directo” estoy vilipendiando innecesariamente tanto a Keynes como a
Krugman. Indudablemente no escribiría de esta manera acerca de cualquiera con
el que estuviera en desacuerdo. Pero, como debería ser ahora evidente, los
keynesianos son especiales. Sus doctrinas económicas son tan falaces y sus
políticas económicas tan destructivas que, por el bien de la verdad y la
humanidad, uno no puede ser demasiado directo a la hora de denunciarlas.
Conclusión
Paul Krugman quiere ser nuestro
salvador. Como salvador, realizaría para nosotros un milagro: el de convertir
el consumo en riqueza. ¿Pero quién aceptaría un mesías como tal Juan Bautista
como John Maynard Keynes, que proclamaba que la expansión del crédito podría
realizar el “milagro (…) de convertir las piedras en panes”? En todo caso,
Krugman es un tipo curioso de salvador: uno más interesado en ejercitar su
brillantez que en ayudar realmente a la gente. En el perfil de Newsweek, hablaba de su posición
política:
“No me desborda la compasión humana.
Es más bien algo intelectual”.
De hecho hay algo casi calculado en
la imperturbable mala dirección tanto de Keynes como de Krugman. No es probable
que consigas tanta notoriedad como intelectual público defendiendo el sentido
común.
Es más, no puedes expresar sentido
común en el cálculo, que es realmente
útil en las ciencias naturales, pero que solo proporciona un falso velo de
oscuridad y elitismo en las ciencias sociales. En otras palabras, la buena
economía no funciona en una fría pizarra. Y sin una fría pizarra, ¿cómo podría
ser Paul Krugman el “sabihondo salvando a la civilización”?
John Maynard Keynes se deleitaba
con la propaganda sobre su atrevida “nueva economía”, a pesar de que sus
doctrinas eran sencillamente viejas mentiras inflacionistas vestidas con jerga
matemática. Cuando se expuso el hecho de que sus soluciones nunca funcionaría
en el largo plazo, decía desdeñosamente, “En el largo plazo, estaremos todos
muertos”. Pero, como
solía decir Rothbard, ahora Keynes está
muerto y todos estamos atrapados viviendo en su “largo plazo”. Por nuestro
bien, esperemos que el mantenimiento de Krugman como economista influyente (así
como el renacimiento de Keynes que él representa) sea afortunadamente un asunto
de corto plazo.
Daniel James Sanchez es el
administrador de la Academia Mises y
moderador principal de los Foros
de la Comunidad Mises. Escribe en el blog de
Economía de Mises.org y mantiene su propio blog, Locus Anthropica.
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