Por Peter C. Earle. (Publicado el 6 de abril de 2011)
Traducido del inglés. El artículo original se
encuentra aquí: http://mises.org/daily/5157.
* Traducción de Carmen Leal
La casi olvidada historia de la Revuelta de los
Comuneros se describe —y a menudo se desdeña— como poco más que un
levantamiento de los ciudadanos del Reino de Castilla contra la monarquía al
principio del siglo XVI. Inspeccionándolo más de cerca, a pesar de todo es un
episodio histórico abundante en lecciones para los austro-libertarios, que
tiene gran significado tanto en el sentido teórico como en el de precaución.
La región de Castilla en España experimentó un auge
económico en la última mitad del siglo XV debido a una combinación de
circunstancias: el proteccionismo entre Inglaterra y Francia después de la
Guerra de los Cien Años; los efectos sociales del Cisma de
Occidente y el profundo impacto de la peste negra en la
Europa central y del norte. La región, pues, se aprestó a satisfacer una demanda
continental que de otra manera no se habría solventado, lo cual estimuló una
forma primitiva de producción en masa. Las innovaciones en la presa hidráulica
dieron rapidez a ciertos aspectos de los negocios de la lana, la cerámica, el
jabón, el cuero, el vino y los libros, el papel y el tinte, el azúcar y la
joyería, el oro y la plata.
El ritmo creciente de las manufacturas abrió el
camino y puso puente a mejoras, mientras que a su vez redes de tráfico
modernizadas y expandidas llevaron a más grandes y ampliamente atendidas ferias
comerciales. El papel crítico de las ferias en el crecimiento económico de
Castilla —grandes reuniones de productores, comerciantes, transportistas,
almacenistas y consumidores— no puede ser exagerado, aunque sirvieron para
promover las funciones críticas de especialización y diferenciación, así como a
alimentar la competitividad de precios (1). Esto, además de una análoga expansión
del dinero, el capital y los mercados de materias primas, fundamentaron un
ambiente en el que las empresas más eficientes, resolutivas y ágiles crecieron
y llegaron a sobrepasar y someter a sus competidores inferiores.
Hubo un efecto adicional, traído por los mercados
que se expandían rápidamente: los comerciantes que se las arreglaban para
proveer bienes y servicios de una manera provechosa a los consumidores, a
precios competitivos, alcanzaron el éxito y con el éxito vino la movilidad
social hacia arriba. El poder y el respeto alzaron a muchos a posiciones de
prominencia social y hacia el final del s. XV los más avispados de los
negociantes —acompañados por los valores y la ingenuidad que los había guiado
al construir empresas de éxito— empezaron a desplazar a los selectos nobles y a
dominar las asociaciones caballerescas en toda Castilla (2). En las comunidades
de su influencia, empezaron a emerger las trazas nacientes de una sociedad
basada más en el contrato y el comercio que en la selección por el monarca o mediante
el estatus.
La monarquía castellana mientras tanto se enfrentaba
a gastos cada vez más elevados que se asociaban al tener tropas en guarnición
en Granada y Navarra además de los derivados de sostener sus suntuosos estilos
de vida. —que incluían una claque de influyentes y controvertidos, consejeros y
cortesanos Flamencos. Como consecuencia, la Corona expandió agresivamente su
capacidad extractiva. En 1504, cuando Isabel I de Castilla fue sucedida por
Juana la Loca, los impuestos aumentaron casi un 350% en dos décadas y media
(3).
Como era previsible, a medida que los impuestos
aumentaban lo hacía la evasión de impuestos: algunos individuos los evitaban
mañosamente, otros simplemente rehusaban pagar. Como respuesta, la Corona
añadió agentes independientes a sus recaudadores de impuestos oficialmente
sancionados —los “mercenarios” de los impuestos— que eran en esencia sustitutos
que recibían una porción del botín obtenido en propinas suministradas por la
monarquía (4).
Los ánimos fueron subiendo de tono durante las
primeras décadas del s. XVI. Con los ingresos de la tasa Real decayendo en un
escenario de gastos militares crecientes y los gastos generales asociados con
la lujosa vida real, la monarquía elevó sus esfuerzos expropiatorios a unos
niveles todavía mayores de depredación. Brutales campañas de recaudación pronto
se acompañaron por la creación de intrusos organismos regulatorios y de
tarifas. La corrupción y el soborno surgieron por doquier en todos los niveles
de la administración del reino, incluyendo un edicto que permitía a miembros
selectos de la aristocracia terrateniente el expulsar a sus súbditos sin el
proceso debido; unos cuantos mercaderes prósperos, sospechosos de evadir
impuestos, fueron víctimas de esto.
Aparecieron extraños “compañeros de cama” cuando el
Consejo de la Inquisición, que buscaba ser todavía importante una vez separado
del control papal hacia los finales del s. XV, encontró una nuevo vigor al
formar una especie de Gestapo en asociación con la monarquía (5). Así que, a su
tarea original de controladores de la fe individual y la pureza social se
añadió un programa de represión institucionalizada enraizado en el compartir
gratificaciones con la monarquía.
Lo que es mas, se formó una fuerza paramilitar llamada
la Gente de Ordenanza cuyo objetivo explícito era «proporcionar a la corona una
fuerza de choque con la que derrotar a sus enemigos locales y consolidar su
poder» (6). No mucho después de su establecimiento, con un reclutamiento más
bajo de lo esperado entre el populacho castellano, sus miembros fueron
convertidos a la fuerza en fijos mediante levas. Para añadir agravio a la
ofensa, a la tropa reclutada de esta forma se le pedía que compraran su propio
equipo y armamento.
Finalmente, una inflación general barrió el
territorio cuando el Tesoro Real, que tenía que maquillar la escasez del ingreso
interno, devaluó sistemáticamente la divisa. Entre 1400 y 1500 de hecho, el
maravedí castellano perdió el 82% de su valor contra el florín de oro aragonés
(7).
La rapacidad de una continuada procesión de monarcas
llevó a los castellanos de un amplio espectro económico a reconsiderar las
nociones que se tenían en lo concerniente a la naturaleza de las relaciones
entre los súbditos y la Corona —lo cual es como decir entre los individuos y el
Estado. Esto no tenía precedentes; el punto de vista que prevalecía entonces
—que, como no puede sorprendernos, era el punto de vista de la propia Corona—
sostenía que, sin tener en cuenta lo injusto o tiránico que fuese un monarca,
nunca había justificación para que sus súbditos lo derrocaran o le hicieran
abdicar de su mandato (8).
Muchos castellanos, tanto comerciantes como los que
no lo eran, encontraban inspiración en los escritos de filósofos como De
Valera, De Villena o Arévalo, que en contra de otros sostenían que los derechos
de propiedad y la autodeterminación eran las bases de una sociedad libre,
próspera y justa. Guiados por estos conceptos radicales, las gentes sin derecho
a voto de Castilla —comerciantes, miembros de los gremios, nobles y pueblo en
general—, empezaron a considerar modos alternativos de gobernanza.
En 1516, que había ascendido al dominio de Castilla
cuando Juana se mostró mentalmente inestable, murió. Carlos I ascendió al
trono. Tres años y una innumerable suma de sobornos después, fue elegido emperador
del Sacro Imperio Romano Germánico. Al hacer los arreglos para marchar a
Alemania a asumir dicho puesto, optó por dejar a su antiguo tutor, el cardenal
holandés Adriano de Utrecht como Regente de Castilla. Pero unas semanas antes
de marcharse, Carlos intentó que se aprobaran unos cuantos decretos del último
momento que incluían otra serie de subidas de impuestos y un puñado de nuevas
tasas sobre los bienes y las propiedades. Por toda Castilla, los ultrajes que
se cocían lentamente saltaron fuera de control.
«En Castilla, los mercados que hacía tiempo no
tenían trabas, llevaron a una prosperidad económica general y mejoraron los
estándares de vida, lo cual tuvo el efecto secundario de desplazar a los
agentes políticos firmemente establecidos y no productivos. Los consejos
directivos de varias ciudades castellanas prosperas —llamados “comuneros”— se
reunieron en 1521 para discutir los decretos de despedida de Carlos, que ellos
caracterizaban como un esfuerzo de «robarles su libertad y semejantes a lo que
se ordena a un esclavo» (9). Como respuesta, lanzaron una resolución: rechazar
los nuevos impuestos, repudiar el ser dirigidos por extranjeros y, lo que era
más notable, autogobernarse si el rey seguía sin tomar en cuenta sus quejas.
En ciudad tras ciudad por toda Castilla, entre Abril
y Mayo de 1520, los representantes reales, burócratas y personal fueron
expulsados a medida que los comuneros llevaban a cabo su amenaza de formar
gobiernos provisionales. Los comuneros individualmente se reunieron a renglón
seguido para formar juntas y enviaron una carta que esbozaba sus intenciones
ante el monarca ausente. El objetivo implícito habría sido reformar, pero quizá
reconociendo la contradicción inherente a las nociones de “buen gobierno”, los
comuneros de Toledo proporcionaron una idea todavía más radical: avanzar hacia
un “gobierno no legal” caracterizado por el espíritu de compromiso en lugar de
la coerción (10). Los comuneros crearían una red de ciudades—estado
independientes, autogobernadas, que comerciarían libremente unas con otras,
unidas por un holgado pacto de defensa mutua, emulando a los pequeños y autónomos
micro—estados de las repúblicas italianas (11).
El cardenal Adriano respondió desplegando una fuerza
militar para obligar a las ciudades secesionarias a abandonar su desafío, pero
en Segovia, el primer objetivo de la campaña realista, las milicias se dieron
la vuelta en un enorme desastre de relaciones públicas para la Corona.
Queda fuera del alcance de este artículo el
describir en detalle la campaña militar que siguió a esto. A pesar de algunas
sorprendentes victorias iniciales, entre fondos menguantes (la mayoría de los
cuales habían sido entregados privadamente por comerciantes y nobles afines a
la causa), apoyo que disminuía y meteorología adversa, el ejército de la Junta
fue derrotado por las fuerzas realistas en la Batalla de Villalar el 23 de
abril de 1521, Al día siguiente, varios de los líderes comuneros fueron
ejecutados, restaurado “el orden” y el intento de secesión relegado al basurero
de la Historia.
Pero a pesar de las pérdidas en el campo de batalla,
la insurrección dio sus frutos: una escarmentada Corona de Castilla revocó
muchos de los gravosos impuestos y cargas regulatorios además de bajar
drásticamente las tasas impositivas. Numerosas reformas fiscales y
constitucionales se implementaron también en los años que siguieron.
Aunque esta revuelta ha sido superficialmente explicada
fuera de España en los cinco pasados siglos, apenas un puñado de libros se ha
dedicado específicamente a ella y muchos de ellos ya no se imprimen. Aparte de
eso, las memorias primarias del levantamiento se encuentran en los archivos
históricos de toda España. Los esfuerzos para analizar la revuelta, han sido
preponderantemente de naturaleza estadística, y la mayoría esquematiza a una
“burguesía industrial” batallando contra “aristócratas y comerciantes” (12).
En el ultimo siglo, el historiador de corte del general
fascista Francisco Franco, José Mª Pemán, minimizó la revuelta llamándola
“pequeño nacionalismo”; más recientemente (¿), Gregorio Marañón describió la
Revuelta Comunera como algo que representaba «intereses económicos personales
(...) que se rebelaron contra una monarquía progresista» (14).
Teniendo en cuenta el papel principal que jugaron la
búsqueda de los derechos de libertad y propiedad, la revuelta demanda con
fuerza un análisis desde la perspectiva de la Escuela Austriaca: en Castilla,
los mercados liberados llevaron a una prosperidad económica general y mejoraron
los estándares de vida, lo cual tuvo el efecto secundario de desplazar a los
agentes políticos arraigados, improductivos.
Grupos sociales que normalmente estarían separados
dentro de la sociedad Castellana —negociantes, sus empleados, abastecedores y
consumidores— se enlazaron en un cooperativo y mutuamente benéfico comercio. Y
a causa de que durante décadas la Corona abusaba de los individuos y las
empresas en cada vez mayor grado, interfiriendo con el comercio pacífico y
saqueando los frutos de las transacciones, los individuos de diferentes
ocupaciones que representaban una fusión de intereses sociales y económicos,
encontraron un campo común en la resistencia. Optaron por perseguir la libertad
y la autorrealización a través del auto-gobierno.
Pero, en fin, ¿por qué fracasó la revuelta? Como
siempre, las respuestas so numerosas y llenas de facetas. Lo primero es que la
guerra es una tarea cara y despilfarradora (15). Rápidamente sobrepasa las
capacidades de financiación del comerciante más acaudalado. En segundo lugar,
muchos de los jefes militares de la Junta eran exitosos hombres de negocios; a
pesar de su coraje y compromiso, fueron oficiales y tácticos débiles en el
campo de batalla. Pero la principal razón del fracaso de la revuelta es algo de
lo que las personas de todas las clases que aman la libertad deberían tomar
nota.
En los desesperados últimos meses de la revuelta, la
Junta adoptó muchas de las tácticas del mismo régimen del que deseaban
liberarse. Despojaron y saquearon sus propias comunidades para procurarse
raciones y suministros que se habían vuelto escasos. Y lo más trágico, con sus
arcas de guerra vaciándose rápidamente, la Junta levantó un tributo sobre los
individuos de las mismas comunidades que les estaban apoyando y que defendieron
desde el principio sus esfuerzos de anular las obligaciones impuestas por la monarquía
(*) (16). Una pérdida del apoyo siguió a esto y la búsqueda de la libertad que
una vez inspiró a los comuneros se extinguió.
Se trata de un poderoso cuento con moraleja para
quien quiera reconocer y oponerse a los males manifiestos que incorporan los
gobiernos. Este autor ve las lecciones de la Revuelta de los Comuneros como muy
pertinentes para ser aplicadas en el presente, cuando la intrusión
gubernamental en la vida personal, sus políticas económicas confiscatorias y el
aventurismo militar han llevado a una profunda mejora en el recelo público
hacia las maquinaciones de la burocracia. De todos modos, un momento de
desconfianza en el poder del estado consagrado por el tiempo e históricamente
justificado es un arma de doble filo: por un lado es la fuerza de ánimo que
respalda los ideales del renaciente liberalismo clásico después de un siglo de
guerra y planificación centralizada; por otro lado también posee el potencial
de motivar a individuos y grupos bien intencionados pero desgraciadamente
equivocados.
Casi diariamente, las válvulas de escape de los
medios ofrecen entrevistas y editoriales en los que los impuestos y el dinero
fiduciario son acertadamente definidos como instrumentos de tiranía, pero a la
vez o bien se ignoran o, en el peor de los casos se apoyan, programas
autoritarios que admiten el imperialismo, los parches regulatorios y la
ingeniería social.
Uno haría muy bien en estos tiempos —como lo
deberían haber hecho los comuneros— tener en cuenta las palabras de Ludwig von
Mises: Tu ne cede malis, sed contra audentior ito. Actúa audazmente contra el mal, pero no te
dejes caer en el en el proceso.
Peter C. Earle es
presidente, fundador y director comercial de FINAGEM, LLC. Ver sus charlas en
anteriores conferencias de pensadores austriacos.
NOTAS:
[1] Stephen Haliczer, The Comuneros of Castile (Madison: University of
Wisconsin Press, 1981), p. 16.
[2] Ibid., pp. 26–27.
[3] Ibid., p. 53.
[4] Ibid., pp. 50–51.
[5] Ibid., pp. 42–43.
[6] Ibid., p. 34.
[7] Peter Bernholz, Monetary Regimes and Inflation: History, Economic, and
Political Relationships (Northampton: Edward Elgar Press, 2003), p. 28.
[8] Haliczer, p. 140.
[9] Henry Latimer Seaver, The Great Revolt in Castile (New York:
Houghton Mifflin, 1928), pp. 64–65.
[10] Ibid., pp. 101–102.
[11] Joseph Perez, Los Comuneros
(Madrid: La Esfera De Los Libros), p. 164.
[12] Haliczer, p. 8.
[13] Ibid., p. 7.
[14] Ibid.
[15] "Caro y despilfarrador":
esto es lo que quizá explique por qué los gobiernos son tan “Buenos” y veloces
en hacer la guerra.
[16] Haliczer, pp. 196–197.
(*) Se ha
añadido esta frase para explicar mejor la original: their
rescission efforts. (N de la T.)