Por Ludwig von Mises. (Publicado el 10 de noviembre de 2009)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra
aquí: http://mises.org/daily/3814.
[Extraído de La
acción humana]
Los servicios que ofrece el dinero dependen del nivel de su
poder de compra. Nadie quiere tener en
su caja un número definido de piezas de dinero o un volumen de dinero
determinado: quiere mantener un líquido de una cantidad definida de poder de
compra. Como la operación del mercado tiende a determinar el estado final del
poder de compra del dinero a unible en que coinciden la oferta y demanda de
dinero, nunca puede haber un exceso o un defecto de dinero.
Cada individuo y todos los individuos juntos disfrutan
siempre totalmente de las ventajas que puedan obtener del intercambio directo y
el uso del dinero, sin que importe si la cantidad total de dinero sea grande o
pequeña. Los cambios en el poder de compra del dinero generan cambios en la
disposición de la riqueza entre los distintos miembros de la sociedad.
Desde el punto de vista de la gente dispuesta a enriquecerse
con esos cambios, la oferta de dinero puede calificarse de insuficiente o
excesiva y el ansia de esas ganancias puede generar políticas diseñadas para
producir alteraciones de liquidez inducidas en el poder de compra. Sin embargo,
los servicios que el dinero ofrece no pueden mejorarse ni verse afectados por
los cambios en la oferta de dinero.
Puede aparecer un exceso o deficiencia de dinero en la caja
de un individuo. Pero esa condición puede remediarse aumentando o disminuyendo
el consumo o la inversión. (Por supuesto, no debemos caer en la confusión
popular entre demanda de dinero en caja y el deseo de más riqueza). La cantidad
de dinero disponible en toda la economía es siempre suficiente para garantizar
a todos lo que hace y puede hacer dicho dinero.
Desde el punto de vista de esta observación, podemos
calificar como despilfarros todos los gastaos en que se incurre para
incrementar la cantidad de dinero. El hecho de que cosas que podrían ofrecer
algún otro servicio se empleen como dinero y por tanto se evite ese otro empleo
resulta ser un recorte superfluo de oportunidades limitadas para satisfacer
deseos. Fue esta idea la que llevó a Adam Smith y Ricardo a la opinión de que
era muy beneficioso reducir el coste de producción del dinero y recurrir a uso
de papel moneda.
Sin embargo las cosas toman un cariz diferente a los
estudiantes de la historia monetaria. Si nos fijamos en las catastróficas
consecuencias de las grandes inflaciones en papel moneda, debemos admitir que lo
costoso de la producción de oro es un mal menor. Sería fútil replicar que esas
catástrofes se generaron por el uso impropio que hicieron los gobiernos de los
poderes que el dinero a crédito y fiduciario pusieron en sus manos y que
gobiernos más inteligentes habrían adoptados políticas más sensatas.
Como el dinero nunca puede ser neutral y estable en su poder
de compra, un plan del gobierno para la determinación de la cantidad de dinero
nunca puede ser imparcial y justo para todos los miembros de la sociedad. Todo
lo que haga el gobierno en la búsqueda de del objetivo de influir en el nivel
del poder de compra depende necesariamente de los juicios de valor personales
de los gobernantes. Siempre favorecerá
los intereses de algunos grupos de gente a expensas de otros. Nunca
sirve lo que se denomina el bien común o el bienestar público. Tampoco en el
campo de las políticas monetarias existe lo que pueda considerarse como una
obligación científica.
La elección del bien a emplear como medio de intercambio y
dinero no es nunca indiferente. Determina el curso de los cambios inducidos en
la liquidez en el poder de compra. La cuestión sólo es quién debería hacer la
elección: ¿la gente que compra y vende en el mercado o el gobierno?
Fue el mercado el que, en un proceso selectivo que duró
generaciones, finalmente asignó a los metales preciosos, oro y plata, el
carácter de dinero. Durante doscientos años los gobiernos han interferido en la
elección del mercado del medio monetario. Ni siquiera los estatistas más intolerantes
se atreven a firmar que esta interferencia haya resultado ser beneficiosa.
Inflación y deflación, inflacionismo y deflacionismo
Las nociones de inflación y deflación no son conceptos
praxeológicos. No los crearon los economistas sino el parloteo del público y
los políticos.
Los implicados en la popular falacia de que no existe el
dinero neutral o de poder de compra estable y que el mejor dinero debería ser
neutral y estable en poder de compra. Desde este punto de vista el término
inflación se aplicaba para significar cambios inducidos en la liquidez que
generan una caída en el poder de compra y el término deflación cambios
inducidos en la liquidez que generan un aumento en el poder de compra.
Sin embargo quienes aplican esos términos no se da cuenta
del hecho de que el poder de compra nunca permanece inalterado y que
consecuentemente siempre hay inflación o deflación. Ignoran estas fluctuaciones
necesariamente perpetuas aunque sólo sean pequeñas e inapreciables y reservan
el uso de los términos a grandes cambios en el poder de compra.
Como la cuestión de cuándo un cambio en el poder de compra
empieza ser considerado como grande depende de juicios personales de
relevancia, se evidencia que la inflación y la deflación son términos que
adolecen de falta de precisión categórica requerida por los conceptos
prexeológicos, económicos y catalácticos. Su aplicación es apropiada para la
historia y la política.
La cataláctica es libre de recurrir a ellos sólo cuando
aplica sus teoremas a la interpretación de eventos de historia económica y
programas políticos. Además es muy cómodo, incluso en disputas rígidamente
catalácticas hacer uso de estos dos términos siempre que no sean posibles malas
interpretaciones y pueda evitarse la dureza pedante de la expresión. Pero es necesario
no olvidar nunca que todo lo que dice la cataláctica con relación a la
inflación y la deflación (es decir, los grandes cambios inducidos de liquidez
en el poder de compra) es válido también en relación con los cambios pequeños,
aunque, por supuesto, las consecuencias de cambios más pequeños son menos
perceptibles que las de los grandes.
Los términos inflacionismo y deflacionismo, inflacionista y
deflacionista, significan programas políticos dirigidos a la inflación o
deflación en el sentido de cambios inducidos de liquidez en el poder de compra.
La revolución semántica que es una de las características
propias de nuestro tiempo también ha cambiado las connotaciones tradicionales
de los términos inflación y deflación. Lo que mucha gente llama hoy inflación o
deflación ya no es el gran aumento o disminución de la oferta de dinero, sino
sus inexorables consecuencias, la tendencia general hacia una subida o bajada
en los precios de los productos y en los salarios.
Esta innovación no es en ningún sentido inocua. Juega un
importante papel en fomentar las tendencias populares ante el inflacionismo.
Lo primero de todo es que ya no hay ningún término
disponible para significar lo que inflación solía significar. Es imposible
luchar contra una política que no puede nombrarse. Los estadistas y escritores
ya no tienen la oportunidad de recurrir a una terminología aceptada y entendida
por el público cuando quieren cuestionar la utilidad de emitir enormes
cantidades de dinero adicional.
Deben entrar en un análisis y descripción detallados de esta
política con todos sus detalles siempre que quieran referirse a ella y deben
repetir este molesto procedimiento en cada frase en la que se ocupen del asunto. Como esta política
no tiene nombre, se convierte en autoentendible y en materia de discusión. Se
convierte en exuberante.
El segundo error es que los que realizan intentos fútiles y
sin esperanza para luchar contra las inevitables consecuencias de la inflación
(el aumento de precios) disfrazan sus esfuerzos como lucha contra la inflación.
Aunque sólo luchan contra los síntomas, pretenden luchar contra la raíz del
mal. Como no entienden la relación causal entre el aumento en la cantidad de
dinero por un lado y el aumento de precios por otro, en la práctica hacen
peores las cosas.
El mejor ejemplo lo ofrecieron los subsidios otorgados por
parte de los gobiernos de los Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña a los
granjeros. Los límites de precios reducen la oferta de bienes afectados, porque
la producción implica una pérdida para los productores marginales. Para evitar
este resultado, los gobiernos otorgan subsidios a los granjeros que producen
con mayores costes. Estos subsidios se financian con aumentos adicionales en la
cantidad de dinero.
Si los consumidores hubieran tenido que pagar precios más
altos para los productos afectados, no habrían aparecido más efectos
inflacionarios. Los consumidores habrían tenido que usar para ese gasto añadido
sólo dinero que ya se habría emitido previamente. Así que la confusión de la
inflación y sus consecuencias puede de hecho traer directamente más inflación.
Es obvio que esta moderna connotación de los términos
inflación y deflación es totalmente equívoca y confusa y debe ser rechazada sin
paliativos
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Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela
Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un
escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica,
historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la
teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del
dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria
con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe
fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue
el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia
superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.
Este artículo está extraído de La
acción humana.